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Beatriz recorría con su lengua cada centímetro de mi boca, mientras que yo me quedé congelado por la sorpresa. Cuando nos separamos ella comenzó a reír, yo no me moví de mi posición, sólo respiraba con fuerza mientras mis cachetes ardían y se enrojecían.

—Listo, ahora ya podés presumir que diste tu primer beso.

—¡N-no vale! ¡Me lo diste por pena! —dije escondiendo mi cara contra mis manos.

—Fue un beso al fin y al cabo, ¿no?

Suspiré y afirmé con la cabeza, Beatriz rió por lo bajo y me acarició el pelo.

—Que te quede bien en claro, ahora estás bajo mi cuidado, y si algún pelotudo te quiere bajar el ánimo decíme quién es, que te juro que lo recontra cago a trompadas.

Transcurrió toda la tarde, Beatriz logró entender algunas cosas y, cada tanto, me tiraba miradas seductoras, lo cual me ponía algo incómodo. Ella sabía eso, así que lo continuaba haciendo, y no tenía ninguna intención en detenerse. A la noche me senté frente a la computadora, me gusta leer sobre diversas cosas para tener cada vez más conocimiento, así que esta vez me puse a leer sobre torturas de la edad media. Suena raro, pero esas cosas me entretienen muchísimo. Estaba sumido en la lectura cuando repentinamente mi celular suena, al fijarme vi que era un mensaje de Angélica.

Es extraño que ella se comporte de esa forma, y es mucho más extraño que ella me haya visto sin que me diera cuenta

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Es extraño que ella se comporte de esa forma, y es mucho más extraño que ella me haya visto sin que me diera cuenta. Apagué todo y me fui a dormir, pensando en las cosas que habían pasado ese día. No podía evitar sonrojarme al recordar el beso con Beatriz, aunque me siento algo mal por haberme quedado tan asustado y sorprendido.

El lunes a la mañana desperté con la alarma y los rayos de sol en la cara, ya era hora de levantarme, pero no tengo ganas de hacerlo, así que sólo apagué la alarma, me tapé la cara con las sábanas e intenté seguir durmiendo. Sin embargo, mi celular empezó a sonar de nuevo y no por la alarma, era una llama de un número desconocido.

—¿Hola? —pregunté con la mayor fiaca del mundo.

—Más te vale que le hagas caso a ella, porque sino se pudre todo —Reconocí la voz de Diego.

—¿Diego? ¿Qué carajo te pasa?

—Sólo no te vuelvas a juntar con esa pelotuda de Beatriz, ¿me entendiste?

—¿Y por qué tendría que hacerte caso?

Instantáneamente me cortó sin explicación alguna, bloqueé el número para no volver a recibir llamadas y sentí algo de miedo de ir al colegio. Tengo la sensación de que algo malo va a pasar, así que me di vuelta y quise seguir durmiendo, pero Ulises entró repentinamente a saltar encima mío.

—Dale Alex, levantáte, que se te hace demasiado tarde.

—No tengo ganas, tengo sueño y me duele la cabeza —le mentí.

—Entonces si no te levantás no vas a comer chocotorta.

—Amo la chocotorta, pero igual no me molestés...

—¡Mamá! ¡Alexis no se quiere levantar!

—¡La puta madre! ¡Dejá de romper las bolas!

Ulises se enojó y se fue corriendo de la pieza, volviendo con mi vieja, la cual me obligó a levantarme. No me animaba a decirle a mi vieja de la llamada de Diego, ya que se iba a armar un revuelo enorme. Así que me fui así al colegio, cagado hasta las patas por lo que podría llegar a pasar. Al llegar miraba para todos lados, pero mi paranoia no fue suficiente, porque cuando menos me di cuenta recibí un fuerte golpe en la cara, que me terminó tirando al piso.

Un Cliché a la InversaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora