PRÓLOGO

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Durante varias semanas, Jimin había estado recolectando jeringas del callejón que se encontraba detrás del apartamento. Sabía que sus padres se las quitarían si se enteraban, así que las ocultaba en una vieja caja de zapatos, junto con una colección de tornillos, amarres plásticos, cables de cobre, bolas de algodón y cualquier otra cosa que creyera que podría servirle para sus inventos.

Tenía seis, casi siete años, y ya se había percatado de lo importante que era ser ingenioso y ahorrativo.

Después de todo, no podía hacer una lista y enviar a su padre a la tienda para que le comprara materiales. Las jeringas le serían útiles. Lo supo desde el principio. Conectó un delgado cilindro de plástico a un extremo de una de las jeringas e introdujo el otro extremo del cilindro en un vaso con agua, que había llenado en el lavabo del baño. Levantó el émbolo y aspiró agua dentro del cilindro. Sacando la lengua por entre el espacio donde había perdido recientemente su primer diente, tomó una segunda jeringa y la colocó en el extremo opuesto del cilindro. Luego hurgó en su caja de herramientas, buscando un trozo de cable lo suficientemente largo para asegurarlo al sistema de poleas que había construido encima de su casa de muñecas.

Le había llevado todo el día, pero por fin estaba listo para probarlo. Acomodó algunos muebles de la casa de muñecas sobre la plataforma del elevador, levantó la jeringa y presionó el émbolo. El agua se deslizó a través del cilindro, empujando el segundo émbolo hacia arriba y poniendo en marcha una complicada serie de poleas.

El elevador subió.

Jimin sonrió. Elevador hidráulico.

Un éxito.

Un grito de la habitación contigua se entrometió en el momento, seguido por la voz arrulladora de su madre. Jimin levantó la mirada a la puerta cerrada de su habitación. Evie estaba enferma de nuevo. Últimamente, parecía estar siempre con fiebre, y hacía días se habían acabado los remedios para darle. El tío Alec debía traer más, pero podían faltar horas para ello.

Cuando Jimin oyó a su padre pidiéndole al tío Alec si podía encontrar un ibuprofeno de niños para la fiebre del bebé, pensó en pedirle también gomitas con sabor a fruta, como las que él le había regalado el año pasado para su cumpleaños, o tal vez un paquete de baterías recargables.

Podía hacer muchas cosas con baterías recargables.

Pero papá debió ver la intención fraguándose en los ojos de Jimin y le dirigió una mirada que lo hizo callar.

Jimin no supo bien por qué.

El tío Alec siempre había sido bueno con ellos –traía comida, ropa y a veces, incluso, juguetes de su botín semanal–, pero sus padres nunca querían pedirle nada especial, por mucho que lo necesitaran. Cuando había algo específico, tenían que ir a los mercados y ofrecer un intercambio, en general, de cosas que fabricaba su padre.

La última vez que su padre había ido a los mercados, había regresado con una bolsa de pañales reutilizables para Evie y un corte desigual encima de la ceja. Fue su mamá quien lo suturó. Jimin observó, fascinado viendo que era exactamente como su madre había cosido el oso de peluche cuando se le abrieron las costuras.

Se volteó de nuevo hacia el sistema hidráulico. El elevador distaba un poco de estar nivelado con la segunda planta de la casa de muñecas. Si pudiera aumentar la capacidad de la jeringa o realizar algunos ajustes al sistema de palancas...

Pero del otro lado de la puerta, el llanto siguió y siguió. Ahora las tablas del suelo crujían mientras sus padres se turnaban para intentar consolar a Evie, yendo y viniendo por el apartamento.

Renegades [KookMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora