Jimin permaneció en el techo más de una hora, más tiempo del que tenía previsto, pero cuando se percató de que esperaba que uno de los Renegados —no, esperaba que Jungkook— viniera a ver cómo estaba, un sentimiento de terquedad lo embargó, un sentimiento que se negó a desaparecer hasta mucho después de que supo que debió haber descendido a la improvisada sala de vigilancia. No lo esperaba. ¿Por qué habría de hacerlo?Incluso mientras permanecía de pie sobre el techo, observando la silenciosa fachada de piedra de la biblioteca, la quietud de las ventanas oscuras, algún coche que se deslizaba cada tanto por la calle, seguía sintiendo el peso de las palabras en su lengua, esperando la oportunidad para salir.
¿Por qué dejaste de dormir?, preguntaría él.
Y contra toda lógica, Jimin respondería.
Me quedé dormido... fue la última vez que dormí. Y cuando desperté, había un hombre con un revólver. Mató a ambos. Mató a mi hermana. Intentó matarme a mí. Y los Renegados no vinieron...Después de eso, cada vez que intentaba dormir, oía que sucedía todo de nuevo, hasta que finalmente dejé de hacerlo.
Esa era la historia de sus orígenes. Completa.
Y no era asunto de Jungkook ni de nadie, en realidad.
No entendía por qué, al hablar de ello, se había puesto tan a la defensiva o había sentido un deseo tan fuerte de contarles la verdad acerca de su poder y de dónde había salido. Jamás le había contado a nadie, no de una manera tan acabada, aunque le pareció que Ace entendió lo esencial y, por supuesto, todos los Anarquistas se dieron cuenta de que no dormía poco tiempo después de mudarse a la catedral. Pero jamás había tenido motivos para contarle realmente a alguien la historia. Nunca le preocupó hacerlo.
¿Por qué contarla ahora?
Caminó de un extremo al otro del tejado, disfrutando del aire fresco sobre la piel. Aunque se había puesto leggings y una camiseta sencilla —ropa de civil, tal como le habían indicado—, había optado por llevar las botas del uniforme, que había pasado a buscar ese mismo día. Le pareció que más valía aprovechar esta misión de reconocimiento para comenzar a ablandarlas, aunque ahora se daba cuenta de que no era necesario. De hecho, eran increíblemente cómodas, y una parte de el odió a los Renegados por resultar vencedores incluso en esto.
Finalmente, cuando se sintió seguro de que había desaparecido toda compulsión de revelar información innecesaria, Jimin descendió a la cuarta planta.
Hyunah y Hyojong se habían quedado dormidos. Hyojong no se había movido de su sitio sobre los cojines, y Hyunah yacía ahora con la cabeza junto a la de él, pero con el cuerpo perpendicular, de modo que formaban una especie de ángulo recto sobre el suelo, sin nada que se tocara, sino apenas las cabezas. Parecía casi como si Hyunah se hubiera salido del camino para colocarse en una posición que no sugiriera nada, más allá del hecho de que estaba cansada y Hyojong se estaba acaparando los cojines. Aunque Hyunah podría haber movido el cojín al otro lado de la manta si lo hubiera deseado.
Pasando por encima de las piernas de Hyunah, Jimin se acercó a Jungkook. Había jalado el escritorio delante de la ventana y estaba sentado con los pies colgando del borde, y una libreta sobre el regazo. Dibujaba la biblioteca con trazos ágiles y rápidos, concentrándose mayormente en las sombras oscuras que salían del callejón.
Jimin trepó sobre el escritorio y se sentó junto a él, golpeando los dedos de los pies contra el cristal.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Jungkook, sin levantar la mirada.
—Sí —dijo Jimin—. La vista desde el tejado es casi igual a la que tenemos aquí.
—Lo sé. Vine a explorarla ayer por la mañana.