CAPÍTULO 3

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El desconocido acorazado volteó la cabeza hacia la carcajada, justo en el momento en que la curva de un globo aerostático apareció elevándose por encima del desfile. Estampado con un motivo de rombos blanco y negro, el globo tenía pintado un enorme símbolo de Anarquista color verde ácido. Su barquilla de mimbre llevaba un ocupante: un hombre con el cabello naranja revuelto, las mejillas pintadas de rojo y profundas líneas dibujadas desde los extremos de la boca hacia el mentón, imitando una marioneta.
El Puppeteer se encontraba de pie al borde de la barquilla, con un traje a cuadros, sujetando las barras verticales, al tiempo que el cesto se agitaba y se mecía por debajo.

–¡Renegadooooooos! –gritó con voz cantarina– ¿Alguien quiere jugar conmigo?

Las ovaciones abajo se convirtieron en gritos de terror, y volvió a cacarear. Extendió una mano hacia la multitud, inclinándose tanto que pareció a punto de caerse de la barquilla.

–De tin, marín, de do, pingüé, cúcara, mácara, títere... ¡fue!

Ocho resplandecientes cuerdas doradas cayeron en cascada desde las puntas de sus dedos sobre la multitud. Aunque Jimin no vio dónde aterrizaron, sabía que estaría buscando niños entre el gentío que estaba abajo. Quienes fueran tocados por sus cuerdas se transformarían en títeres que él podría controlar. Tras todos estos años, él aún no sabía si el poder funcionaba solo con niños, o si el Puppeteer los prefería porque un niño tonto y rabioso de cuatro años resultaba tan malditamente siniestro.

–¡Te toqué! –gritó– ¡Tú las traes!

Los gritos se volvieron más fuertes.

–¿Es amigo tuyo?

Jimin miró de reojo a la figura blindada.

–No diría eso.

El Puppeteer volvió a reírse, y los puños del desconocido se contrajeron más. Jimin no podía culparlo por sentirse irritado. Él tampoco era lo que se dice el fan principal de Lee Dawon y, técnicamente, desde que Jimin tenía seis años, había estado del mismo lado que él.

En un solo movimiento, Jimin jaló el bolso de lona delante de él y hurgó dentro, buscando la pistola lanzarredes que había diseñado a los once años, a partir de una bazuca de juguete. La figura se volvió hacia él en el preciso instante en el que Jimin levantó la pistola, apretó el gatillo y le lanzó por el aire una red de cuerdas de nailon. Sus ocho extremos se extendieron como un pulpo.

El desconocido tropezó hacia atrás sorprendido e, instintivamente, levantó una mano para defenderse, al tiempo en que la red descendía sobre él. Cayó sobre una rodilla. La red lo envolvió, enredándole los brazos y las piernas. El casco se torció hacia uno y otro lado mientras luchaba por quitarse las cuerdas de encima, pero cada movimiento no hacía más que ceñirlas aún más.

–Fue un placer haberte conocido –dijo Jimin, arrojando la bazuca nuevamente en el bolso. Pasó corriendo a su lado, explorando la siguiente azotea antes de saltar con agilidad.

–Aún no hemos acabado.

Jimin echó un vistazo atrás. El desconocido tenía los hombros hundidos. Envolvió los dedos enguantados alrededor de las cuerdas anudadas, y volutas de humo comenzaron a levantarse entre las puntas de sus dedos. De pronto, las cuerdas se prendieron fuego. Las llamas rozaron el nailon, tiznando la red de negro hasta que porciones enteras se desmoronaron y se convirtieron en cenizas. Cuando una porción suficientemente grande se había chamuscado, él abrió un agujero y se liberó de las ataduras, y dejó que el resto ardiera sobre la azotea de cemento.
El joven caminó hacia el borde y, con los ojos entrecerrados, miró a Jimin.

Renegades [KookMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora