Cristalinas como diamantes navegaban por sus mejillas. Pelo atado en una simple coleta alta, pero siempre tratando de ser perfecta. Maquillaje deshecho por todo su rostro. Ojos rojos humedecidos y sillón dando la espalda a su escritorio, para que nadie viese su silencioso sufrimiento.
Ella mira detenidamente al reflejo espejo que tenía delante: estaba horrible. Un solo hecho la había roto en un todo día, un hecho que la martirizaría por meses o años. Ya no se contenía, o al menos no tanto. Nada más le venía a la cabeza una y otra vez el recuerdo de aquella desgarradora noticia en la que se la informaba del fallecimiento de su hermano menor.
Había dejado de contactar con él hace ya dos años y tres meses. Ahora se sentía culpable. Debió estar allí, debió protegerlo de cualquier mal en él. O quizás no, porque de igual manera, así lo hubiera querido el destino. Lo único que en ese momento hacía era llorar sigilosamente. Apretaba sus ojos con furia para que ni una lágrima quedase prisionera de su lamentación. Nada de jadeos o ruidos que hiciesen saber que aquella persona tan firme mentalmente, estaba dañada.
Ya era la hora y el citado no llegaba. Había perdido contra aquel noruego tan tozudo de pensamiento.
Pasaron 5 minutos...
10 minutos...
25 minutos, y nada.
Al estar de espaldas no notaba si alguien entraba o salía de su despacho, tampoco la notarían a ella. Estaba equivocada en varios aspectos.
El noruego ojos grises se encontraba sentado en el mismo lugar asignado anteriormente, todo ese tiempo. La veía con cierto desinterés y a su vez con cierta preocupación. Quería darle espacio, por eso no se atrevía a molestarla hasta que finalmente se hartó, aparentemente carecía de paciencia en los demás.
Lentamente y con las manos en los bolsillos, se dirigía al escritorio de su psicóloga y empleada. Se detuvo nada más llegar y aclaró su garganta.
—¡Firmes! —gritó con desdén el cabello cuernos.
La chica, por otro lado, alterada, dio media vuelta, se puso en pie y secó su rostro lo más ágil y rápido que podía. Obviamente, como lo hacen los militares, saludó a su superior.
—¡¿Qué se encontraba haciendo ahora mismo Doctora?!
Aquel tono de voz no era el adecuado para su estado, pero con firmeza respondió.
—¡Señor! ¡Absolutamente nada, señor! —miraba por encima del cabello del líder seria.
—¡Mírame a la cara cuando te hablo! ¡¿Si no hacía nada porque no me atendió?!
—¡Señor! ¡No sabía que se encontraba aquí señor! —aquella firmeza empezaba a bailar. Dentro de poco se desmoronaría.
—Déjame ver, renacuajo —llevó la mano hacia su barbilla mientras observaba con curiosidad cada cosa que había en el escritorio con un gesto pensativo—. ¿No sabías que estaba aquí, y eso te da el derecho a no cumplir con tu trabajo? —este la miró y sonrió sarcásticamente.
La contraria solo se tensaba, aquella profunda mirada la intimidaba.
—No señor... El caso es que —La interrumpió sin consideración alguna.
—Yo no soy tu psicólogo o amigo para que me cuentes tus problemas, si te pasa algo lo solucionas tú solita. Y al trabajo se viene más presentable. No con cara de payaso al que le han dado un tortazo. Que te quede claro Hedda.
—Sí, señor. —sus ojos se aguaron ante tal ofensa.
La chica era débil ante eso. Odiaba cuando la ofendían, se burlaban u obligaban a que no llorase porque parecía una niña pequeña. La gente ni sabe, ni tiene interés en saber los problemas de los demás. Sí tienes un mal día, fácil lo tienen en machacarte aún más.
—No, no, no, no, no... Hedda, no me diga que unas pocas palabras duras la van a hacer llorar... Usted sabe que no estamos para juegos en la armada, porque, lo sabe, ¿no?
La chica bajó la cabeza apenada y bastante herida.
—Mujeres... ¿Qué se puede hacer con ellas? —el noruego se cruzó de brazos, esperando alguna reacción de la contraria.
Hedda lo miró fríamente y tomó la mano de su brazo robótico, llevándolo hacia el sillón donde anteriormente se sentó. Tord estaba confundido por lo que hacía la mujer, por lo que la miraba extrañado.
—"Tú no me mandas", Larsson. —la chica empujó hacía el sofá al noruego, el cual estaba totalmente impactado.
—¿Perdón? —le preguntó un tanto ofendido y atónito. De repente el silencio inundó la sala.
—Solo continuemos la sesión, ¿sí?
—Chica, eres rara.
—En mi vida me han dicho de todo. Pero, ¿rara? Nunca me habían dicho cosas así de simples.
—Me dejaste sin palabras, creo que no tengo nada más que decir. Prosiga su trabajo soldado.
La muchacha de ojos celestes se acomodó en su asiento, como en vez anterior mientras agarraba sutilmente su cuaderno.
El noruego sintió cosas distintas. Hace mucho tiempo nadie le hablaba como si él no fuera nadie. Ahora todos le respetaban, le tenían miedo, pero Hedda, parece que no.
—Mi líder, ayer pronunció un nombre: Edd. ¿Quién es?
—¿No me puedes hacer otras preguntas?
—¿Le incomodé líder? Lo lamento, no quise ofenderle.
—No, está bien. Pero por el momento no hablaré de esa persona.
"Se niega a abrirse respecto al nombre de Edd. Reacciona de manera arisca", escribió la chica en la libreta.
—Cuéntame Tord... ¿Por qué estás en mi departamento? ¿Qué te trajo el destino? ¿Cuál es la razón a que vengas? ¿Algo te atormenta, te asusta?
—La verdad, no lo sé. Supongo que paso el tiempo. Y... Hablo con alguien acerca de mí, le confío cosas que nadie sabe, creo. Como... Un amigo.
Un... ¿Amigo?
—¿Tienes amigos?
—Si así quieres llamar a Paul y Patryck... Si no, no.
—¿Has tenido amigos alguna vez?
—Amigos... —y de nuevo quedó en blanco, en shock, en trance.
Ya pasó casi un minuto y el noruego seguía pálido. Finalmente la chica chasqueó en frente de este para que le prestara atención. El mayor posó sus ojos en ella, así obteniendo lo que la castaña buscaba.
—¿Edd era un amigo tuyo, no?
...

ESTÁS LEYENDO
⌇⌇ ⎙ ¡! 𝐭𝐡𝐞 𝐫𝐞𝐝 𝐥𝐞𝐚𝐝𝐞𝐫 - 𝗍𝗈𝗋𝖽 𝗅𝖺𝗋𝗌𝗌𝗈𝗇.
Hayran Kurgu˗ˏˋ ꪔ̤̮ ---------------- ꒱꒱ ˊ˗ Esas charlas tan pesadas, se hicieron necesarias para él. Él la deseaba ver, él la necesitaba, él la amaba. ¿Por qué le haría sentir tanto su psicóloga?