Espectro Solar

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Steve tenía que saberlo, ya no podía continuar así ¿que iba a hacer todo eso? Ignorando los suspiros y los pensamientos que volaban, o las sonrisas que aparecían en su rostro cada vez que lo recordaba, y el dolor, porque también duelen los recuerdos dulces. Y Steve reaparece, igual de maravilloso o peor aún, con barba y el pelo un poco más largo, y sus brazos, sus fuertes manos tras esos guantes de cuero, las arrugas del rostro bajo los ojos, su boca, su jodida y bonita boca que sabe a manantial, y su esencia con ese olor a pino que siempre le ha sido reconfortante, adictivo, cálido. Bucky se enfada con sí mismo porque no puede con eso.

Luego Steve le abraza y Steve le ignora, y él estalla, y el corazón le vuelve a latir cuando el alfa le corresponde, cuando pide que le repita que le ama. Bucky se desmorona.

Amor, los diferentes matices de ese intenso sentimiento sólo los ha experimentado, sólo le responden ante un nombre, Steve Rogers. Bucky aún quiere seguirle, lado a lado, hombro a hombro. Y aun así tuvo que aprender a que él solo tenía que sanar, tenía que el mismo sembrar las flores del jardín en vez de esperar a que alguien más le regalara. Y ahora, Bucky puede ver pequeños botones que empiezan a brotar con delicados pétalos. Hermosos y bellos que se convertirán flores que quiere compartir con Steve y descubrir, juntos, el olor de cada una de ellas.

Por eso, ahora están ingresando a aquella habitación que compartieron en algún momento en la base.

No tienen más de media hora que llegaron de Wakanda esa mañana. Steve abre la puerta pero se queda en el pasillo hablando por el móvil, es Bernie en la otra línea. Bucky no tiene palabras suficientes para agradecer a la omega, y el malestar que sentía disminuyó bastante ya que ahora su pecho palpita al saber que Steve siempre estuvo ahí. Si, lejos y distante donde quizás probó otros labios y buscó el calor de otro cuerpo, pero Bucky prefiere no pensar demasiado en eso y se enfoca en que Steve siguió guardándolo, conservando ese profundo cariño.

La habitación luce completamente diferente, los destrozados muebles que dejó aquella vez se han ido y ahora hay los suplantan un solo sillón en forma de media dona, un librero mucho más grande pero casi vacío y el escritorio, esta vez de vidrio, pegado a la esquina.

Se adentra más reconociendo los aromas del lugar, la esencia del alfa es casi nulo y supone que el rubio no ocupó la habitación durante el año que se separaron, eso le hace sentirse culpable porque hay una pequeña alegría al comprobar que el alfa no tocó el nido sin él.

Va hacia la cocina-comedor acariciando los muebles con las yemas de los dedos a su paso. Deja su pequeña maleta en el marco de la puerta contemplando la pequeña mesa rectangular y la mini cocina que le hace juego con el color. No tarda tiempo ahí y los pies los mueve hacia la única habitación, aquellas paredes que en algún momento eran el único lugar donde se sentía realmente seguro por esta empapado del olor a pino.

—Si Bernie, yo también... esta bien, gracias.

Steve está guardando el teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón cuando llega a su encuentro.

—Tony mandó a remodelar todo.

—Puedo verlo.

—Yo puedo ocupar otra habitación si no te sientes cómodo —sigue el rubio después de unos segundos en silencio.

—¿Por qué no lo estaría? —pregunta acercándose al alfa, tranquilo y atento al rostro contrario.

—Si necesitas tiempo... yo-

—Quiero estar contigo, Steve, pero si quieres espacio también lo entiendo —realmente quiere poner todo de su parte para que ésto funcione.

—No, yo sólo... quiero hacerlo bien, Buck.

Drunken DreamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora