Sus cinco sentidos estaban totalmente desarrollados, pero ellos solo le permitían sentir casi siempre las mismas dos cosas. Miedo y hambre.
Sus jóvenes doce años, y en particular los últimos tres, después de perder a los componentes de su grupo familiar de primates evolucionados, habían transcurrido entre refugios y escondites, evadiendo fundamentalmente a los grandes felinos y comiendo insectos, larvas, gusanos y algunos frutos o raíces bulbosas.
Solo una vez saciado su hambre y en la seguridad de un escondite se permitía otros sentimientos tales como cansancio o frío y a veces....tristeza.
Sus recuerdos la asaltaban sobre todo en sueños, una figura en particular se repetía, era su madre, muerta, inerte. A su lado un escorpión aplastado. Por la mañana se despertaba y saboreaba con curiosidad sus lagrimas saladas.
En la evolución genética de este ser los sentimientos superiores, productos de recuerdos habían florecido antes que la inteligencia.
Ella sabía que la curiosidad no era algo bueno. Todo lo nuevo y grande por lo general era malo. Pero, por algún motivo, cuando escuchó los ruidos de golpes y arboles caer, no pudo evitar esconderse y observar. Su sorpresa casi la hizo gritar. Se contuvo observando cómo este ser con pieles de extraños colores golpeaba los arboles hasta derrumbarlos... además le fascinaba ver que comía a cada rato con una serenidad pasmosa. Pero lo que más le admiraba era escucharlo hablar. Los sonidos que emitía por su boca no se semejaban a nada de lo que hubiera escuchado nunca, sobre todo porque le causaban la sensación de que quien los generaba no reflejaba ni temor ni furia, tenia paz y seguridad, ¿Como podía ser? Afortunadamente su refugio no estaba lejos y en esta zona había abundante comida. Todos los días pasaba largas horas inmóvil observándolo.