Ella ahora tenía conciencia. Sabía quién era.
Era Tud, y adoraba y veneraba a Yon.
Todo en ella era asombro y admiración. Si hubiera existido en su mente algún rudimentario concepto espiritual, sin dudas Yon seria Dios.
Febrilmente intentaba por todos los medios de imitarlo y aprender. Reprochaba frustrada sus fracasos golpeándose la cabeza, hasta que Yon la detenía y calmaba con esos hermosos sonidos que salían de su boca.
Su instinto le decía que tenía que aparearse con ese hombre, pero él la rechazaba y no entendía por qué.
Había juramentado su vida a agradarlo y obedecerle. Confiaba ciegamente en él.
Ella amaba a Yon.