La líneas de la historia se habían roto. Nunca existirían los países que existieron ni las guerras que se libraron, no habría Tutankamon ni Aristóteles, Cesar ni Buda, nada de lo que podría haber pasado pasaría. Una nueva historia se estaba escribiendo.
Solo mil años después de la muerte de John, una floreciente ciudad a las orillas de un rio en un gran continente, se alzaba como pináculo de la cultura mundial.
Las artes y las ciencias florecían, y en el nuevo lenguaje universal, no fue extraño que los artículos para designarse a uno mismo y al otro fueran "Yo" y "Tu".