Capítulo 12: Bush

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«El infierno está vacio; todos los demonios están aquí»

Shakespeare


—Dylan Bush— pasa la legua por sus carnosos labios y me mira fijamente, no logro descifrar si miente o no pero aún no puedo confiar en él.

Ese apellido se repite una y otra vez en mi cabeza, me recuerda a una persona, pero es imposible, dejo esos pensamientos a un lado y me dispongo a hablar.

—Bien, Bush, serás nuestro invitado unos días hasta descubrir realmente el motivo que te trajo hasta aquí.

—He venido a conocer a la gran Lilith.

—¿Sabes que eso conlleva a la muerte? Acaso... ¿quieres morir?

—Tengo la certeza de que no me matarás.

—¿Cómo estás tan seguro?—cruzo los brazos y levanto una ceja.

Una vez más, me mira de una manera  que no logro descifrar.

—¿No vas a hablar?—cierra los ojos, me está ignorando.

Me acerco a él. 

Su cara, su aura llena de misterio, sus labios, todo en él llama al pecado más exquisito que cualquier mujer puede llegar a cometer.

Mierda, concéntrate.

—Tranquilo, tendremos tiempo para eso—ajusto bien las cadenas de sus pies y manos.

—Duerme bien, Bush—si es que las cadena le dejan,
río interiormente y salgo de la sala.


—¿Y bien? ¿Ha dicho algo?—niego ante la pregunta de Maleck.

—¿Cuántos días le tendremos en la sala?

—No sé, David. ¿Una semana?— miro a todos.

—Es mucho tiempo, van a venir pronto a por él.

—Karol tiene razón, pueden  venir aquí y las cosas se van a complicar—Carlos tenía razón.

—¿Tres días?—interviene Teo y todos asentimos.

—Bien, un problema menos.

En eso, nana y alguien que trabaja para mí, vienen en nuestra dirección.

—Nana, que bien que estás aquí, necesito que prepares comida para alguien que está en la sala de torturas, de momento no lo queremos muerto—asiente y se va mientras que el que la acompañaba se queda.

—Señora, el cargamento de armas ha sido enviado a los compradores con éxito, el dinero está en su despacho.

—Gracias, puedes irte.

—Nosotros nos vamos al muelle 19, hoy llegan los neoyorquinos y nos aseguraremos de que paguen el dinero acordado, sabéis la fama que tienen cuando de pagar se trata—Carlos, David, Teo y Karol se van, dejándonos solos a Maleck y a mí.

—Maleck, hay algo que no he dicho.

—¿De que se trata? ¿Del italiano?—asentí.

—Se llama Dylan , Dylan Bush—su cara se torna pálida al mencionar ese apellido.

—Victoria, olvida ese apellido—se aleja de mí con intención de irse.

—¡Podría estar vivo! Él puede ser algún familiar que nos pueda decir si lo encontraron.

—Está muerto.

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