Capítulo 15: Traición

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«Las traiciones dejan grandes cicatrices en el alma y el tiempo no siempre puede curarlas.»

Anónimo


HORAS ANTES

|MALECK'S POV|

—¡Oh, vamos! Dame un poco de tus palomitas, las mías se las ha comido Carlos—rogó Karol por sexta vez haciéndome pucheros pero volví a negar.

—Serás el causante de mi muerte—dramatizó—Siempre pensé que la causa de mi muerte sería por gajes del oficio en la Mafia pero no, moriré por tu culpa, por no darme tus palomitas.

—¿Si te las doy me dejarás en paz?—le extendí la mano junto las palomitas.

No lo pensó mucho y en menos de dos segundos me arrebató las palomitas y sonrió como una niña pequeña a la que le acaban de dar su dulce favorito.

—¿A mi también me darás palomitas si te hago pucheros?—todos nos quedamos estáticos al escuchar su voz detrás nuestro cuando debería estar en la maldita sala de tortura.

No podía ser cierto.

Deslicé mi mano hasta mi bota izquierda y cogí la navaja que llevo siempre conmigo. Nos levantamos del sofá para encararlo y una vez estábamos frente a frente, me pregunté algo que estaba seguro que el resto también se preguntaba.

¿Cómo lo ha hecho?

¿Cómo se ha liberado?

—¿Dónde está Victoria? Necesito hablar con ella—una sonrisa llena de misterio apareció en su rostro.

—¿De qué quieres hablar con ella?

—¿Dónde está?—Dylan me ignoró y la rabia comenzó a crecer en mi interior.

—¡No debería importante donde está ella!

—¡Aparta tus estúpidos celos y contéstame!

—¿¡Celos!? ¡Por Dios! ¡Ella es como una hermana para mi!

—¡Qué yo sepa, nadie se folla a su hermana!

El rostro de todos fue un poema porque era un secreto que ella y yo guardábamos, cosa que me llevó a preguntarme...

¿Cómo mierda sabía que nos acostamos?

Con esto mi paciencia llegó a sus límites y, sin previo aviso,
lancé el primer golpe que llevó a una gran pelea entre ambos, rompiendo cosas a nuestro paso y con la mirada fija de mis amigos, que no se esmeraron en separarnos, ya que sabían que sería inútil.

Mis nudillos ardían como el infierno y nuestras respiraciones eran agitadas pero ninguno se rendía.

Un olor llegó a mis fosas nasales pero lo ignoré completamente, estaba lanzando golpes mientras  imaginaba cómo sería la peor forma de matarlo.

Lanzaba un golpe y él lo esquivaba, él trataba de agotarme y no lo conseguía, era un juego mental pero yo estaba perdiendo, no por los golpes sino porque no logré descifrar lo que sus ojos escondían.

¿Dolor?

¿Frustración?

¿Rabia?


—¡Maldito!—escupió y lanzó un golpe en mi mandíbula que me hizo retroceder unos pasos y lograr dejarme confuso.

LILITHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora