2 La aparición

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Pasaron tres semanas desde la noche de brujas, y durante ese tiempo Cindy había logrado superar el susto que se había vivido en el huerto, metiéndose en la cabeza la idea de que todo había sido solo una alucinación.

Un sábado de noviembre, Oscar, el amigo de Cindy, fue a visitarla a su granja. Él quería invitarla a su casa para enseñarle unos increíbles artículos policíacos que su padre ya no utilizaba más, pero que eran seguros, y así poder jugar con ellos fingiendo que ambos eran policías. Aunque los dos tenían trece años y se encontraban a las puertas de la adolescencia, había momentos en los que volvían a ser como niños.

—Espero que esté en casa—murmuró Oscar mientras llamaba a la puerta.

La puerta se abrió, y Rosa le sonrío ampliamente al amigo de su hija. Llevaba puesto un delantal y en una mano sostenía un trapo húmedo.

—Ah, Oscar ¿cómo estás?—lo saludó Rosa con un abrazo.

—Muy bien, gracias, Rosita—respondió Oscar. No era de extrañar la gran confianza que había entre Oscar y Rosa, pues ella y su esposo, Christopher, eran muy amigos de los señores Parker. E incluso, ellos fungieron como padrinos en el bautizo de Oscar, razón por la cual los cuatro padres se alegraron mucho al descubrir que sus hijos se habían vuelto amigos— ¿Está Cindy?

—Sí, está en el huerto—le indicó Rosa, señalando a lo lejos.

—Gracias.

Oscar se dio la vuelta y pudo divisar a lo lejos un pequeño punto que recogía vegetales. Él y Rosa se despidieron con un beso en la mejilla y a continuación bajó las escaleras de la terraza y caminó hacia el huerto.

A Oscar le gustaba mucho la granja de su amiga, y en todas partes había cosas que lo hacían detenerse para poder admirarlas. Por ejemplo los hermanos Perks y Terks, que eran los caballos de la granja. Siempre que Oscar pasaba por su corral, a él le gustaba acariciarlos y darles de comer. Obviamente, podía hacerlo solo con el permiso de los Brandon.

Al llegar al huerto se reunió con Cindy. Ella lo saludó con un abrazo y le preguntó cómo estaba. Oscar se ofreció a ayudarla a cargar los vegetales en la carreta, pero Cindy, agradeciéndole la intención, le dijo que podía hacerlo sola.

Mientras Cindy recolectaba, Oscar le dijo que tenía varias cosas viejas de su padre con las cuales podrían jugar, y Cindy aceptó muy emocionada su oferta.

—Listo, ya terminé—suspiró Cindy—si quieres, para que nos vayamos más rápido, puedes llevar la carreta al granero. ¿Ya sabes dónde colocar los vegetales, cierto?—le preguntó Cindy.

—Sí, no te preocupes, ya sé adónde—respondió Oscar.

Cindy le dio su carreta y se fue corriendo a la casa para cambiarse y pedirle permiso a su madre de ir a casa de Oscar.

Cuando Oscar agarró la carreta, miró hacia los vegetales, y le pareció ver algo extraño entre ellos: no era una hoja seca, ni una basurita, así que se inclinó un poco hacia la carreta para ver qué era, y se sorprendió cuando vio que era el collar de Cindy.

—Cindy, se te cayó tu...—le gritó Oscar, pero ella ya estaba muy lejos como para oírlo.

Entonces Oscar se guardó el collar en la bolsa de su pantalón, luego agarró la carreta y se dirigió al granero. Pero de pronto, sin una explicación aparente, la fuerte sensación de que alguien lo estaba observando se apoderó de él, y a la vez sintió que el ambiente se tornaba un poco pesado. Pero él no le dio importancia y siguió su camino hacia el granero.

***

Mientras, en la casa, Rosa le preguntó a Cindy por qué se había cambiado y adónde iba tan rápido.

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