9 El amigo maldito

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Al día siguiente, la granja amaneció con un esplendor hermoso, digno de un retrato. El rocío yacía a lo largo del césped de la colina y los rayos del sol lo hacían brillar, haciendo parecer que en toda la colina había diamantes esparcidos por doquier.

Como de costumbre, el gallo cantó anunciando el alba, y Cindy despertó para alistarse e ir a la escuela, ignorando el terrible acontecimiento que se avecinaba ese mismo día.

***

En casa de Oscar, las cosas eran iguales: él despertó temprano para ir a la escuela, sintiéndose muy aliviado de no haber tenido pesadillas con Cloopy ni con ninguna otra cosa relacionada.

En el comedor, lo estaba esperando su madre con un plato de huevos con jamón para desayunar.

— ¿Papá no se ha levantado?—preguntó Oscar.

—No, hijo. Ayer en la noche se sentía muy mal así que no irá a trabajar hoy— respondió su madre.

Cuando terminó su desayuno, fue a dejar el plato a la cocina y lo puso en el lavaplatos. Después subió a cepillarse los dientes, luego tomó su maleta y fue a la habitación de sus papás para darle un beso de despedida en la frente a su dormido padre. Oscar pudo notar que su piel ardía por la calentura.

—Adiós, papá. Te quiero—murmuró.

Oscar bajó las escaleras y miró el reloj de la cocina. Eran las seis y media, y no tenía que estar en la escuela sino hasta las siete de la mañana, por lo que decidió darse unos cinco minutos más de reposo ya que la escuela estaba a dos cuadras de su casa.

— ¿Por qué no te vas todavía?—le preguntó su madre.

—Aún es muy temprano. Y no quiero llegar y estar esperando un largo tiempo antes de que toquen la campana—dijo Oscar.

Su madre solo se encogió de hombros y siguió preparando la sopa que le estaba haciendo a su marido.

Los cinco minutos pasaron volando. Oscar se despidió de su madre con un beso en la mejilla y emprendió camino hacia la escuela.

Cuando ya había llegado a la primera cuadra, notó lo solas que estaban las calles, por lo que aceleró un poco más el paso. De pronto, una brisa muy conocida le impactó en el rostro; era la misma brisa que soplaba cada vez que algo malo iba a pasar. Oscar sacudió la cabeza tratando de remover cualquier pensamiento negativo y simplemente continuó yendo velozmente hacia la escuela.

Cuando entró al salón, la señorita Innych estaba en el escritorio desayunando un delicioso sándwich tostado. Mientras esperaba el toque de inicio de clases, se preguntaba en su mente cómo le habría ido a Cindy, si es que el día anterior había decidido contarlo todo.

Faltando solo cinco minutos para el toque, cruzando la puerta del salón, entró Cindy, su rubia melena ondeaba al ritmo de sus pasos.

—Hola—la saludó Oscar.

—Hola—respondió ella.

— ¿Y cómo te fue?

—De hecho no les dije nada.

— ¿Ah, no? ¿Por qué?—quiso saber Oscar.

—Mi papá llegó molesto el día de ayer. Y conociéndolo, si él llega molesto, es mejor no hablarle, en especial después de haber tenido un día pesado—explicó Cindy.

— ¿Y crees que hoy puedas decírselos?

—No lo sé, eso espero. Aunque, si llegan a creerme, y lo que es más, si ven algo con sus propios ojos, posiblemente nos iríamos de esa colina a vivir a otro lado.

CLOOPYWhere stories live. Discover now