Gonzalo
La velada de ayer terminó muy bien. Para mi sorpresa, ese temido primer beso con Alejandre fue mucho más satisfactorio de lo que nunca hubiese imaginado. Me gustó mucho y, en comparación a lo que esperaba, la ansiedad que me generó fue mínima. Es cierto que al principio me agobié un poco, pero en seguida me sentí cómodo en la situación y, poco a poco, incluso tomé algo de iniciativa. Después de un rato de mimos y cariñitos, como ella dice, fuimos a cenar con nuestros amigos, y nos lo pasamos genial. Yo personalmente disfruté mucho de la velada de anoche. Esto de haber terminado las clases, poder respirar y no andar agobiado a cada instante por los estudios, me da una paz y una tranquilidad que me permite valorar otras cosas. Entre ellas, el tiempo de calidad con la gente que me importa.
—Gonzalito de mi vida y de mi corazón —canturrea Marcos entrando en el salón, donde estoy jugando al ajedrez con mi madre—. ¿Te apetece salir con los chicos un rato?
—La verdad es que no, hace mucho frío fuera —contesto atendiendo al tablero—. Además, quería ver una película esta tarde.
—¿Con Alejandra? —se interesa mi madre, tirando a mi rey con uno de sus caballos—. Jaque mate. Hoy estás distraído.
—No, yo solo.
—Pues venga, te vienes a la hípica con nosotros —sentencia Marcos mirándome—. ¿Has creído que te lo he preguntado para dejarte elegir? Te vienes con nosotros. Hemos quedado en media hora, así que sube a ducharte.
—¿Vais a montar a caballo con este frío? —se extraña nuestra madre ayudándome a recoger las fichas—. Y, además, ¿cuánto tiempo hace que no vais a la hípica?
—Demasiado, por eso vamos —suspira mi hermano dejándose caer en el sofá—. Lucas ha dicho que necesita ir al monte un rato a tomar el aire. Lleva unos días algo agobiado y... necesita despejarse.
Miro a Marcos, confundido ante lo que acaba de decir. Lucas no me ha comentado nada, no sabía que estuviese tan agobiado como para necesitar irse al campo a galopar y soltar más adrenalina de la que ya suelta a diario. Todos los días da dos clases de artes marciales, boxeo o autodefensa, y todos los días echa entre una y dos horas en el gimnasio, corriendo o montando en bicicleta, así que su cupo de actividad diaria está más que completa. Sé que os parecerá exagerado, pero con el padre que tiene nunca está de más saber algo de defensa personal. Ya sabéis, por si acaso. Manuel le apuntó a clases cuando tenía dos años y desde entonces no lo ha dejado. Dice que es importante para él poder protegerse y proteger a los que le importan, y además le ha cogido vicio al deporte, las artes marciales y la expulsión de adrenalina. Es un yonki de la adrenalina, y un adicto al cardio y las pesas. Aun así no está excesivamente fuerte. Tiene todos los músculos definidos, pero no es exagerado. En mi opinión, tiene un cuerpo digno de considerarse canon de belleza de la Grecia Antigua. Lleva el pelo medio largo, además, y es rubio y de ojos azules así que... se da un aire a Hércules, ya sabéis.
Desde que conoció a Miriam está algo descentrado, eso sí lo he notado, pero no sabía que fuese para tanto. No hemos hablado demasiado del tema. Supongo que tendré que llamarle para tener una conversación de esas que tanto nos gustan y que Arthur y Marcos tanto odian.
—No me apetece ir, de verdad. ¿No podéis ir solos? No sería la primera vez —hablo cuando guardo el tablero—. Hoy hace día de quedarse en casa, vamos, Marcos. Mira qué día hace —digo señalando el ventanal del salón.
—Joder, Gonzalo, para ti hace día de quedarse en casa siempre —se queja de mal humor—. Haz el favor de salir hoy con tus colegas.
Le aguanto la mirada unos segundos, los suficientes para entender que no va a dejarme en paz hasta que ceda y les acompañe a la hípica. No sé qué les ha dado precisamente hoy por ir, pero no pienso preguntarles porque rara vez me gustan sus respuestas. De todos modos, supongo que me vendrá bien montar a caballo un rato.
Después de intercambiar un par de comentarios más, subo a ducharme y me visto para ir a la hípica. Me pongo unos vaqueros azules ajustados, un jersey blanco y las botas de montar. Además, me pongo el chaleco marrón que Marcos y yo siempre usamos cuando montamos a caballo, y cojo una cazadora junto a mis guantes de cuero.
—Venga, ya estoy. Vámonos —ordeno abriendo uno de los armarios de la entrada para coger los cascos y las fustas—. Para, para, para —ordeno agarrando a Marcos del brazo cuando abre la puerta de casa—. ¿Dónde vas así?
—Pues al mismo sitio que tú, Gonzalo.
—No —niego con seguridad—. Ponte el chaleco marrón, es el que usamos cuando montamos a caballo.
Le analizo de arriba abajo. Se ha puesto unos pantalones blancos de tela gruesa, sus botas y una camisa también blanca. En lugar de chaleco ha decidido ponerse una cazadora, y por ahí no pienso pasar. Vale que me obligue a salir de casa y pasa que tenga que hacer lo que él diga, pero no pienso debatir sobre el código de vestimenta a seguir cuando vamos a la hípica.
—Gonzalo, no me jodas. Me queda mejor esta cazadora con el outfit que llevo. No seas pesado.
—Que no —ordeno echando la llave de la puerta de casa para que no pueda salir—. El chaleco de la hípica es el marrón. Póntelo.
—Que no quiero —me discute Marcos, llamando la atención de mi madre—. Tengo ya pelos en los huevos para que aún andes diciéndome lo que tengo que hacer.
—¡Marcos! —exclamo de mal humor, provocando que abra los ojos de par en par—. Por favor —ruego en un murmuro, concentrándome en mis anillos para intentar recuperar mi propio control.
Me sostiene la mirada unos segundos, preocupado, hasta que decide suspirar y sube las escaleras sin objeción. Ha cedido. Hoy es uno de esos pocos días en los que es Marcos quien cede y yo quien me salgo con la mía. Aunque si tenemos en cuenta que tengo que salir de casa ahora por imposición suya... ponerse el chaleco marrón era lo mínimo que podía hacer.
—Cariño, ¿has gritado? ¿Estás bien? —se preocupa mi madre saliendo al recibidor para mirarme.
Asiento en silencio y abro la puerta para esperar a Marcos en el porche, sentado en uno de los bancos de madera que tenemos. Cuando baja, salimos y caminamos en dirección a la hípica, que no queda a más de quince minutos de nuestra casa. Nos vendrá bien ir andando, así vamos entrando en calor antes de montar a caballo de nuevo después de tanto tiempo
—Oye, Marcos —susurro sin dejar de caminar, ni de mirar al suelo—. ¿Cómo sabes cuándo estás listo para... ya sabes?
—¿Para follar? —ríe encendiéndose un cigarro, por lo que asiento avergonzado—. No sé, supongo que cuando se da la situación lo sabes. ¿Es que ha pasado algo con Ale?
—No —niego con un suspiro—. Ayer nos dimos un beso y... sentí como ahí abajo... eso. Fue raro.
—¿Te empalmaste, hermanito?
—No es gracioso, Marcos —me quejo chascando la lengua—. Estoy en terreno desconocido, todos me lleváis años de ventaja y no puedo dejar de pensar en ello. No creo que pueda volver a darle un beso, solo pensar en la vergüenza que pasé ayer, yo...
—Gonzalo, es un beso no una proposición de matrimonio. No creo que te empalmes cada vez que se te acerque —me dice después de darle una calada al cigarro—. De todos modos, ya va siendo hora de que te hagas una paja.
—No.
—Tienes dieciocho años y te da miedo tu propia polla —me hace notar,mirándome con una ceja alzada—. ¿Cómo vas a confiar en alguien para mantenerrelaciones sexuales, si ni siquiera eres capaz de verte empalmado?
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Y de repente tú I
Teen FictionSi a todas las complicaciones que trae enamorarse le sumas una cabeza más que caótica, tres amigos pesados, imbéciles e insistentes, y miles de obsesiones y manías, nada puede salir bien. ¿Conseguirá Gonzalo Zájara sobrevivir al amor?