Capítulo 20.

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Gonzalo

Me miro en el espejo de mi habitación por última vez antes de sonreír, darme la vuelta y coger mi cartera.

Hoy ha sido el último día de clase del primer trimestre, lo que significa que soy parcialmente libre. Al menos, hasta que retomemos las clases en enero. Nos han mandado algún trabajo para hacer estas dos semanas, pero no tengo nada que estudiar ni que memorizar, así que me gustaría aprovechar estos días para relajarme y hacer todo lo que no suelo hacer durante el curso. Raro en mí, ¿verdad? ¡Quién lo iba a decir!

Hace un mes que Alejandra y yo nos conocemos, y la verdad es que su llegada a mi vida ha supuesto un cambio increíble. No hemos formalizado nada por aquello de que soy un zote sentimental, pero creo que los dos tenemos muy claro el camino que queremos que coja esto. En cuanto a sus amigas, bueno, digamos que nos hemos convertido en un único grupo de personas que sale y se divierte junta. El clan comecoños de mi hermano y sus secuaces ha tenido que relajarse y ceder ante las tres chicas que parecen haberles cautivado. No sé cómo va a terminar, pero como la caguen con ellas tengo muy claro que seré yo quien pague las consecuencias. Como siempre. De la noche a la mañana han madurado, fíjate. Se han centrado, han decidido tomárselo en serio y van con calma. Yo pensaba que eso solo pasaba en los libros, pero se ve que la realidad es mucho más parecida a la ficción de lo que yo creía.

—¿Estás listo? —pregunta Marcos entrando en mi habitación—. Qué guapo estás, hermanito. ¿Tienes pensado ligar esta noche?

—Cállate —murmuro mirándome al espejo de nuevo.

Analizo mi outfit detenidamente, pensando en las pocas veces que mi hermano me hace un cumplido sobre mi ropa y lo mucho que he tenido que acertar con la combinación para que se haya dado el caso. Eso, o está de muy buen humor por algo que no llego a descifrar. Frunzo el ceño, nervioso, observando mi reflejo. Llevo puestos unos vaqueros rotos y ajustados, un jersey negro y una cazadora vaquera, de esas con el cuello de borreguito. Me he calzado con unas Air Forces blancas, que son las zapatillas que más utilizo porque me parecen muy cómodas, bonitas y elegantes.

—Venga, anda. Vámonos antes de que se haga tarde —ordena poniéndome una mano en el hombro—. ¿Te sabes la dirección?

—Hemos quedado en el Puente de Triana, de ahí iremos a su casa —informo, asegurándome de que lo llevo todo—. Puedo ir andando, no hace falta que me acerques con la moto. Sólo está a quince minutos de aquí y... no es necesario que me lleves.

—Coge el casco y cállate. Estamos a finales de diciembre, no vas a irte andando hasta Triana tú solo.

—Volvemos pronto, ¿vale? Ya sabes que no me gusta quedarme hasta tarde y...

—Y nada, Gonzalo. No seas aguafiestas —carcajea bajando las escaleras—. Tienes un 9.8 de media en el primer trimestre. Sal y celébralo con tu novia, tus amigos y... con mamá también, si quieres.

—Alejandra no es mi novia —murmuro, bajando la mirada.

—No vamos a volver a discutir eso —sentencia con una sonrisa—. ¡Hasta luego, mamá! ¡No nos esperes despierta! ¡Te queremos!

Niego con la cabeza en silencio, cediendo ante su decisión y no queriendo argumentar nada más. Sé que diga lo que diga, acabará saliéndose con la suya, así que lo mejor será mantener la boca cerrada.

Alejandra

—Qué pesada eres, de verdad —contesta Natalia al otro lado del teléfono—. Lleváis un mes hablando. Fóllatelo ya o mándale a tomar por culo, Ale, tía. Qué fiebre te ha entrado con Gonzalo.

Y de repente tú IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora