Capítulo 26.

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Alejandra

—¡Estate quieto ya! —exclamo de buena gana mientras intento soltarme del agarre de Gonzalo—. ¡Déjame comerme los churros!

Escucho cómo suelta una carcajada muy cerca de mi oído y sonrío sin poder evitarlo al notar cómo deja de hacer fuerza en mi cintura y deja que me levante de sus piernas. Me pongo de pie de buen humor y vuelvo a sentarme en la silla que estaba ocupando hace unos minutos, mientras me limpio el chocolate que me ha restregado por la mejilla.

—Eres un guarro —sentencio soltando una carcajada después de comprobar que estoy completamente limpia—. Y un desagradecido. El chocolate caliente es uno de los mejores regalos que nos ha hecho Dios, no puedes desperdiciarlo así.

—Lo que tú digas —carcajea mirándome—. Toma, quédate el mío. No quiero más —dice tendiéndome su taza.

Le miro con una mueca sorprendida y la cojo sin hacer preguntas. Por las caras que ha puesto mientras se lo bebía, me da que lo ha hecho más por cumplir que por placer. Es la primera persona que conozco a la que no le gusta el chocolate caliente, hasta para eso es raro.

—¿A qué hora llegan tus padres? —me pregunto cuando cojo otro churro.

—Están en Barcelona de viaje con su empresa así que... —sonrío mirándole—. Hasta el sábado no llegarán.

Asiente en silencio y se queda mirándome unos segundos mientras como. Os lo prometo: el cabrón es guapísimo.

—¿Quieres quedarte a dormir? —pregunto sin tener muy claro qué estoy haciendo—. Bueno, si quieres. Quiero decir que...

—No, sí. Me apetece —contesta con algo de inseguridad—. Tendría que pasar por casa para coger mi pijama y mi cepillo de dientes, pero... me parece una buena idea. Podemos encargar una pizza, si te apetece.

—Puedo dejarte un pijama de mi padre y darte un cepillo nuevo —sonrío de buen humor—. Aunque también puedes dormir en calzoncillos y no lavarte los dientes.

—Ya, eso no va a pasar —murmura apartándome la mirada—. Es que mi pijama es...

—Una de tus muchas manías. Vale, lo pillo —carcajeo sentándome en sus piernas y rodeándole el cuello con los brazos—. Llama a uno de los gilipollas de tus amigos y que te lo traigan, que ellos tienen moto y no tardan nada.

—No son gilipollas.

—Un poco sí, pero me caen bien —digo con una sonrisa—. ¿Seguro que quieres quedarte a dormir?

Asiente y en seguida se acerca a darme un beso muy largo y lento.

Gonzalo

—Aquí tienes —suspira Arthur cuando Alejandra le abre la puerta de su casa—. Tienes suerte de que haya quedado con Laura y me pillase de camino, si no te habrías quedado sin tus gilipolleces de maniático neurótico y obsesivo.

—Cállate —ordeno en un susurro antes de mirarle mal—. ¿Qué le habéis dicho a mi madre?

—Que hoy te ibas a quedar a dormir en casa de tu novia —contesta Lucas a su espalda—. No veas lo contenta que se ha puesto, creo que es la mejor noticia que le han dado en años —vacila con una sonrisa—. No hagas caso a Arthur, te hubiésemos traído las cosas de todos modos.

—Tu hermano tampoco estaba en casa, nos ha dado Eva la mochila —informa nuestro amigo mirándome—. Pasadlo bien, soldados —ríe mirando esta vez a Alejandra—. Espero que estés a la altura, colega.

—Sois gilipollas, definitivamente —decide Alejandra antes de cerrarles la puerta en las narices—. Bueno, ¿qué quieres hacer ahora? —pregunta mirándome.

Me encojo de hombros indiferente y en seguida decidimos que en pijama estaremos más cómodos, así que vamos a su habitación y me pongo los pantalones de cuadros grises y negros junto a la camiseta de manga corta negra que forman el mío, mientras ella se pone unos pantalones y una camiseta larga de Minnie Mouse.

—¿No vas a tener frío en manga corta? —pregunta viendo cómo me quito las lentillas y me pongo las gafas.

—Soy bastante caluroso —informo en un susurro mirándome al espejo de su habitación y colocándome el pelo—. Mañana cuando vuelva a casa tengo que afeitarme —reflexiono tocándome la barba de tres días que tengo.

—¿Por qué? A mí me parece que la barbita y el bigote te quedan genial.

—¿Ah sí?

—Sí —ríe mirándome a través del espejo—. Estás mucho más guapo así.

Sonrío ante su contestación y me doy la vuelta cuando veo que se acerca a mí divertida. En seguida coloca sus manos en mi nuca y empieza a jugar con mi pelo mientras yo llevo mis manos a su cintura.

—Y las gafas también te quedan genial, no sé por qué te empeñas en llevar lentillas —susurra mirándome la boca deseosa—. A mí me pone muchísimo verte despeinado, con gafas, barba y pijama.

—Las lentillas son más cómodas —informo haciendo una mueca—. Y el pijama solo puedo usarlo en casa así que...

—Cállate ya —carcajea antes de subir la mirada a mis ojos y acercarse a besarme con necesidad.

Sinpensar mucho en lo que estoy haciendo, bajo un poco más las manos y la impulsohacia arriba, haciendo que enrolle sus piernas alrededor de mi cintura y rompael beso para sonreír antes de morderse el labio inferior y retomar el contacto.

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Y de repente tú IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora