Capítulo 36.

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Alejandra

Estoy en mi casa con Gonzalo, porque mis padres han vuelto a irse tres días por motivos de trabajo y me he quedado sola. Son dueños de una nacional con varias sedes distribuidas en todo el país, así que suelen faltar bastante por casa. Hoy es dos de enero, lo que significa que estarán aquí justo para el día de Reyes.

—Sigue tú —ordena Gonzalo pasando la página del libro que estamos leyendo—. Que te estás quedando dormida.

—Es que estoy muy a gusto —sonrío acomodándome aún más en él.

Estamos en el salón leyendo una novela nueva que salió a la venta hace apenas una semana. Gonzalo está sentado en el sofá con las piernas estiradas y apoyadas en el reposapiés, mientras que yo estoy tumbada sobre él, rodeándole la cintura con las piernas y apoyando la cabeza en su pecho.

—Pero es que son las seis de la tarde, no es hora ni de siesta ni de acostarse —contesta mi novio con la mano metida en mi pantalón y dejando alguna que otra caricia en mi culo—. Venga, vamos a salir de casa y así te espabilas.

—No me apetece —niego cerrando los ojos cansada—. Eres muy cómodo, cariño.

—Ya, pero no me apetece responsabilizarme de tu falta de sueño esta noche, que yo mañana tengo que estudiar y no puedo quedarme hasta las tantas hablando por Skype —sonríe antes de darme un beso en la cabeza—. ¿Llamamos a los demás y tomamos algo?

—¿En serio? —suspiro de mala gana.

Ya os podéis imaginar cómo ha acabado la negociación, porque una hora después ya hemos llegado a la cafetería en la que hemos quedado todos.

—Buenas tardes —sonríe Arthur cuando nos ve acercarnos a la mesa en la que está sentado con Laura, Miriam y Marcos.

Como siempre: Lucas y Natalia llegan tarde. Todo grupo tiene sus amigos impuntuales, estos son los nuestros.

Gonzalo

Ya llevamos un rato todos en la cafetería, y la verdad es que ha sido una decisión acertada la de vernos para hablar y tomar algo. Nos viene muy bien a todos tener estos momentos.

Estoy escuchando con gran atención la historia que Lucas está contando de cuando éramos pequeños y me tiró al río para intentar hacerme entrar en razón, cuando mi teléfono vibra en mis pantalones indicándome que me ha entrado un nuevo mensaje.

Es Berta informándome de que lo acaba de dejar con Guillermo y le vendría bien hablar conmigo.

—¿Por qué conmigo? —murmuro dándole un codazo a Alejandra y mostrándole la pantalla de mi móvil con disimulo—. Soy la peor opción de todo el mundo en estas situaciones.

—Porque eres su amigo y está mal —me explica después de leer los mensajes—. Y no se te dan mal estas situaciones. Lo único que tienes que hacer es... escucharla, darle algún mal consejo y dejar que llore y se desahogue. Eres su amigo, normal que quiera verte.

—Yo no lo veo tan claro —me extraño mientras el resto de nuestros amigos siguen hablando—. No me apetece quedar con ella.

—Gonzalo, es tu amiga: tu mejor amiga —me hace notar mirándome con intensidad—. Y dice que necesita verte. Tienes que demostrarle que eres un buen amigo.

—Pero es que nunca nos hemos visto fuera del instituto, y no me apetece hacerlo ahora —suspiro bloqueando el teléfono sin contestar—. Seguro que puede hablar con muchas otras personas.

—No seas imbécil. Coge ahora mismo el móvil y dile que dentro de un rato os veis en la plaza —ordena de mal humor—. ¿Es que no tienes sentimientos? Le acaban de romper el corazón, ve a verla.

—¿Qué os pasa a vosotros? ¿Tan poco interesante os parecen mis batallas con el gemelo rarito? —vacila Lucas mirándome con diversión—. No discutáis, anda, que no es divertido.

—A ver —hablo en voz alta, provocando que todos me miren y Alejandra suelte un suspiro a mi lado—. Imaginaos que tengo una amiga y su novio la acaba de dejar porque... no sé por qué, y entonces esa amiga me dice que necesita verme para hablar, pero todos sabemos que yo no soy ni de lejos lo que necesita ahora. ¿Qué hacéis?

—¿Tú tienes una amiga? —se extraña Natalia clavándome la mirada—. ¿En serio?

—Oye —se ofende Alejandra poniendo una mano sobre mi pierna con cariño—. No te pases.

—En el caso de que lo que dices fuera verdad, esa chica debería reorganizarse la cabeza —carcajea Marcos de buen humor—. ¿Quién acude a ti en temas sentimentales?

—Tú —murmuro recordando la conversación que tuvimos en el salón hace unos días.

—Te ha pillado —ríe Arthur con ganas—. Tienes que ir, colega. Aunque no lo entiendas y probablemente nunca lo vayas a entender. Si es tu amiga... te necesita con ella, las rupturas son difíciles, ¿sabes?

—¿Es que tú has tenido muchas? —se interesa Laura mirándole.

—Yo te salvo —interviene Lucas antes de hacerle un guiño a nuestro amigo—. Tienes que ir, Gonzalín, así que mándale un mensaje y dile que en un rato os veis. Si estás muy nervioso... yo puedo acompañarte.

—Tú no le acompañas a ningún lado —contesta Alejandra mirándole—. Tiene que enfrentarse solo a esta situación. Lo va a hacer muy bien. Confiad un poco en él, que sois horribles.

Sonrío al escuchar cómo confía y me defiende, y le cojo la mano con cariño antes de dejar un beso suave en el dorso de la misma.

—Insisto —habla Lucas suplicante—. Déjame acompañarte, por favor.

¿Qué creéis que pasará?

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