Capítulo 1.

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Gonzalo

Estoy sentado en la silla del escritorio de mi habitación, estudiando para los exámenes finales. Segundo de bachillerato tiene fama por ser el peor año de la etapa estudiantil, y sus pruebas trimestrales son, precisamente, lo peor del curso. Así que a pesar de ser viernes y de ser mi cumpleaños, he decidido quedarme estudiando Biología y preparando el examen del lunes. No es que lo lleve mal, ni muchísimo menos. Me lo sé de memoria, palabra por palabra, con puntos y comas, pero nunca está de más darle un último repaso. Ya sabéis, por si acaso.

—Venga, tío. No seas aburrido —me anima Marcos, que está terminando de peinarse frente al espejo de mi habitación—. Cumplimos 18 años, sal a divertirte por una vez en tu vida.

—Tenemos examen de biología el lunes, Marcos —le hago notar, apartando la vista del cuaderno para poder mirarle—. Y nos entran cuatro temas. Tú también deberías quedarte en casa estudiando.

—¡Es viernes y son las diez de la noche! ¡Hoy cumples 18 años! ¡Por el amor de Dios, Gonzalo! —exclama desesperado, consiguiendo asustarme y provocando que eche la espalda hacia atrás con algo de temor—. Dime, si no sales hoy, ¿cuándo lo vas a hacer?

—Cuando consiga sacarme la Selectividad con la máxima puntuación —respondo con seguridad, aún asombrado por su reacción—. Tendré tiempo de pasarlo bien en verano, ahora tengo que estudiar.

Y dicho eso, me vuelvo a concentrar en los apuntes que tengo delante, ignorando por completo que mi estúpido hermano gemelo me observe con una mueca de desaprobación evidente. Segundos después, al ver que no estoy dispuesto a dar mi brazo a torcer, suspira y apaga la luz de mi baño para acercarse al escritorio.

—Mira, tú verás —se rinde mirando lo que estoy haciendo—. Sólo digo que con esa actitud es normal que seas más virgen que María. Si sigues así, morirás sin haber dado un beso. Tienes 18 años y todavía no has dado tu primer beso, ¿no crees que es hora de replantearte tus prioridades?

—¿A qué viene eso ahora? —me molesto volviendo la vista hacia él.

Se queda callado, sin decir nada, mirándome con las cejas alzadas y los labios fruncidos. No va a contestar a mi pregunta, pero los dos sabemos la respuesta. Siempre saca lo mismo, siempre el mismo tema y la misma película. Parece que no tiene otra cosa mejor que hacer que preocuparse por mi vida sexual y sentimental, y eso me preocupa porque significa que su vida es realmente triste.

No es tan raro como él cree eso de tener 18 años y ser virgen en todos los sentidos de la palabra y en todas las interpretaciones que pueda tener la expresión. Hay mucha gente que está en la misma situación que yo, me gusta pensar que no soy un bicho raro solo por no estar obsesionado con las mujeres. Al contrario que mi hermano, que la mete allá por donde va y parece que vive por y para ello. Creo que lo que nos diferencia es la actitud y la seguridad que tiene en sí mismo, porque físicamente somos prácticamente idénticos: morenos, altos, ojos bonitos, de buena complexión. El punto está en que él se idolatra a sí mismo: se quiere, se cuida, y hace que los demás sientan esa confianza, lo que consigue que las mujeres le vean irremediablemente atractivo. Yo, en cambio... soy más reservado, más inseguro, más... especial.

Además, a mí nunca me ha gustado salir, ni la fiesta. Siempre he sido de quedarme en casa leyendo algún libro, estudiando o viendo una película. Nunca le he pillado el gusto a salir de fiesta o a quedar todas las tardes para ir al parque, a la piscina, o a donde sea. No sé, nunca me ha gustado y, supongo, nunca me gustará. Quizá eso también influya en que sea tan malo con las tías. Si no me doy la oportunidad de estar en espacios en los que pueda hablar con ellas, es normal que no sepa interactuar con ninguna.

Y de repente tú IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora