Capítulo 11.

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Alejandra

Llego a la puerta del Conservatorio, donde ya me está esperando Gonzalo sentado en uno de los bancos que hay frente a la puerta. Nada más verme, sonríe levemente y se pone de pie para acercarse a darme dos besos con educación.

Le analizo rápidamente de un solo vistazo. Está guapo. Me gusta mucho cómo le queda la ropa que ha escogido, tiene buen gusto, sabe combinar las prendas. Esos vaqueros negros le quedan perfectamente bien, ajustaditos y entallados, y esa cazadora de aviador se acaba de convertir en mi debilidad. Está nervioso: no deja de mover las manos y muestra una sonrisa insegura que hace que me parezca aún más adorable.

Ayer fue bien. Al principio parecía que le costaba seguirme el hilo y a ratos podía notar cómo se sentía tenso, incómodo y presionado, tartamudeaba y se quedaba sin palabras con facilidad, pero a menudo que fue avanzando la tarde, acabó soltándose y fue genial. Me encantó, él y el tiempo que pasamos juntos.

—Buenos días —sonríe después de darme dos besos—. ¿Qué tal? Estás... eh... te queda muy bien esa chaqueta.

Río sin poder evitarlo. Se nota que nunca ha piropeado a una mujer, aunque valoro y agradezco el esfuerzo.

—Gracias. Tú también estás muy guapo —contesto con una sonrisa—. ¿Entramos?

Asiente en silencio, y en menos de lo que canta un gallo, nos encontramos dentro del Conservatorio. La exposición tiene muy buena pinta. Lo han preparado todo de tal modo que al lado de cada obra, hay una pequeña biografía del autor al que pertenece. Si no recuerdo mal, han reunido los poemas de unos treinta poetas de todas las partes del mundo. Cada uno de ellos ha participado con entre 1 y 7 poemas. Además, hay fotografías que acompañan y perfeccionan la estética de este museo temporal.

—Mira —escucho decir a Gonzalo a mi lado—. Rupi Kaur, ¿te gusta?

—Muy comercial para mi gusto —contesto leyendo el poema que tiene delante—. Aunque la opinión popular dice que es una de las mejores poetisas del momento.

Noto cómo sonríe a mi lado y agacha la mirada para mirarse los pies, nervioso y tomándose unos segundos para pensar la respuesta que me va a dar. Parece estar a punto de decir algo cuando un grito llama nuestra atención.

—No me jodas —susurra Gonzalo mirando a mi espalda.

Me doy la vuelta para comprobar qué es lo que parece que le ha sorprendido y cabreado tanto, y nada más hacerlo me encuentro con tres chicos caminando directamente hacia nosotros con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Hermano! —exclama un chico exactamente igual que él—. Te has ido sin nosotros. Habíamos quedado en que vendríamos todos juntos, ¿recuerdas?

—Marcos, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunta sin molestarse en disimular su enfado.

—Ayer me invitaste a venir, así que aquí estoy. He pensado que no te importaría que viniesen Lucas y Arthur también.

—Marcos, era una pregunta sarcástica. No te invité a venir —suspira Gonzalo desesperado, provocando que sonría al verle así—. ¿Por qué no os vais a correr con las motos? ¿O a jugar al parchís?

—Encantado, tú debes de ser Alejandra —dice un chico dándome dos besos—. Me llamo Arthur, me encanta la poesía.

—Arthur, no te gusta la poesía —murmura Gonzalo mirándole sin entender nada—. La consideras de chicas, intensos o maricones. Literalmente.

—¿Y si no me gusta la poesía cómo explicas que conozca a Bécquer? —vacila el tal Arthur sin dejar de mirarme.

—A Bécquer le conoce todo el mundo —río de buen humor—. ¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú —cito al autor sevillano mirándole con intensidad.

Y de repente tú IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora