Gonzalo
No sé cuánto tiempo hace ya desde que me he ido de casa, pero me siento tan mal que no quiero volver.
Me siento mal con mis amigos, por haberse aprovechado así y haberme utilizado como saco de boxeo durante tanto tiempo. Pero también me siento mal conmigo mismo por haberlo permitido. Tendría que haberme dado cuenta antes de que la relación que tenía con ellos no era normal, pero... supongo que no tengo mucha experiencia en estos temas, así que imagino que me he estado autoengañando con tal de no verme completa y desarmadamente solo. Sea como sea, me siento echo polvo.
Llevo un rato sentado en el suelo del único bookbar del pueblo que abre las 24 horas. Son más de las dos de la mañana, y ya llevo un buen rato leyendo "Cumbres borrascosas" mientras intento despejarme y anular todos los pensamientos negativos que me bombardean la mente a cada segundo, pero para qué engañaros: me está resultando extremadamente complicado esta vez.
Intento concentrarme de nuevo en la historia mientras me toco la oreja nervioso, hasta que siento cómo alguien se acerca a mí y se sienta a mi lado lentamente, sin decir nada. Ni siquiera levanto la mirada para ver quién es, no me importa lo más mínimo. Por las zapatillas, en seguida me doy cuenta de que es Marcos, motivo de más por el que decido mantenerme en silencio, sin dejar de leer. Pasan unos minutos en los que nadie dice nada, hasta que suspira y se dirige a mí.
—He ido a buscarte a la cabaña que construimos de pequeños y no estabas —dice de repente—. Me he sentado en el suelo y me he puesto a llorar como un condenado, hasta que Alejandra me ha mandado un mensaje y me ha dicho que estabas aquí.
Frunzo el ceño confundido, sin levantar la cabeza. No he visto a Alejandra por aquí.
—Cuando teníamos trece años desapareciste dos días enteros. Nadie sabía dónde te habías metido, pero entonces... el abuelo te encontró en esa vieja cabaña. Por eso pensé que recurrirías a viejos hábitos —explica en un susurro—. Y cuando he entrado y he visto que no estabas... de repente me he vuelto a ver con trece años, discutiendo por el color de la camisa que debíamos ponernos para ir al bautizo del amigo de mamá y pasando las siguientes 48 horas preocupado por no encontrarte.
Me mantengo en silencio, dejando de leer y mirando el suelo con atención. Recuerdo ese día. Perdí la cabeza porque debíamos llevar una camisa blanca y Marcos quiso ponérsela azul. Me fui de casa y me escondí en la cabaña que construimos con mi abuelo de pequeños, hasta que me encontró y me llevó a casa de nuevo.
—Lo siento de verdad, Gonzalo. Soy tu hermano y te he fallado. Nunca debí permitir que nadie te tratara como lo hemos hecho nosotros, y... ser uno de los responsables de que te hayas sentido mal durante tanto tiempo, me mata por dentro —admite soltando un suspiro—. Siempre ves lo bueno de las personas, eres así, y supongo que por eso no quisiste ver el mal que te hacíamos. La excusa de que estábamos convencidos de que te ayudábamos...incluso yo sabía que romperte los libros era pasarse de la raya. Lo que ha pasado hoy con Lucas ha hecho que las chicas se enfrenten a nosotros y... supongo que eso nos ha abierto los ojos al fin —explica con tono sereno—. Eres una de las personas más fuertes y nobles que conozco, y sé que te mereces muchísimo más de lo que tienes. Mereces amigos mejores, oportunidades mejores... te mereces una vida mejor, Gonzalo. Creo que el día que empieces a creer en ti y en tus capacidades, te convertirás en una de las personas más arrolladoras del mundo.
Le escucho con atención, estudiando todas y cada una de sus palabras. Cierro el libro lentamente y apoyo la espalda completamente en la pared, doblando las rodillas y apoyando los brazos en ellas para mirar al frente. Se queda callado un rato, hasta que, esta vez, soy yo quien habla.
—Sé que soy una persona difícil —empiezo a decir sin apartar la mirada de la estantería que tenemos en frente—. Sé lo que tengo en la cabeza, y sé lo desesperante que puede ser. Pierdo los nervios con facilidad, tengo que luchar conmigo mismo a todas horas por mantener la calma, no me adapto bien a los cambios, no tolero ciertas cosas... Sé que soy un desastre —admito con un nudo en la garganta—. Sé que la gente que me rodea no me entiende, sé que se necesita mucha paciencia para aguantarme —sigo hablando, notando cómo las lágrimas empiezan a salir—. No soy la persona que todo el mundo quiere tener a su lado. Soy terco, neurótico, intransigente, rígido, y... soy muchas cosas, Marcos, y aún así, soy seguramente menos de las que merezco. Si no me hubieseis obligado a ir de compras, nunca habría conseguido empezar a aceptar al del espejo. Si no me hubiera apuntado a esa ridículo web de citas, nunca habría conocido a Alejandra. Si no me hubieseis obligado a salir de la cama después de salir corriendo tras la horrible cobra que le hice... nunca habría tenido lo que tengo con Ale, y seguramente nunca habría tenido nada con nadie —agradezco sin mirarle—. A lo mejor los métodos han sido poco ortodoxos, y... nunca os voy a perdonar que destrozarais toda la cultura que había en mi habitación, pero... sí que me habéis ayudado.
Giro la cabeza para mirarle, encontrándomele cabizbajo y aguantándose las ganas de llorar.
—Me habéis sacado del cascarón, me habéis ayudado a conocer a la mujer de mi vida, me habéis descubierto mundos hasta ahora desconocidos para mí... me habéis sacado de épocas infinitas de depresión, habéis conseguido que deje los libros solo por ir al parque a hablar de la vida con mis amigos, me habéis obligado a disfrutar —le explico con calma—. Y es verdad que me lo habéis hecho pasar mal en ocasiones, que ha habido comentarios que me han roto el alma y habéis tomado decisiones que me han sentado como el mismísimo infierno, pero no puedo enfadarme con vosotros. Ya sé que creéis que os habéis reído de mí, y seguramente haya sido así, pero me habéis ayudado a crecer en poco tiempo, y eso tengo que agradecéroslo.
Sin dejar que diga nada más, me abraza con fuerza, a lo que en seguida cierro los ojos correspondiéndole. Sé que tiene una mala reputación y sé perfectamente lo que piensa de sí mismo, pero Marcos es el mejor hermano que puedo tener. Es lo único que he necesitado siempre, estoy agradecido a la vida por habérmele asignado.
—No vuelvas a decir que sabes lo que tienes en la cabeza —ordena mirándome con los ojos llorosos y una sonrisa orgullosa—. No tienes nada en la cabeza, solo funciona diferente a la de la mayoría de nosotros. No significa nada, eso solo te hace ser extraordinario —dice separándose de mí del todo—. Y no vuelvas a permitir que nadie te trate como lo hemos hecho nosotros, por mucho que creas que te esté ayudando. Mereces lo mejor, Gonzalo.
Asiento en silencio y sonrío cuando vuelve a abrazarme. Marcos es lo mejor que me ha podido pasar en la vida.
—Vámonos, anda —decide momentos después de soltarme, poniéndose de pie de golpe—. ¿Qué leías?
—Cumbres borrascosas —contesto levantándome—. Es que... me lo rompisteis y es de mis favoritos, así que...
—Trae, te lo compro —dice cuando lo pongo de nuevo en su sitio—. Así podrás seguir leyéndolo en casa, donde por cierto están todos esperándote.
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Y de repente tú I
Подростковая литератураSi a todas las complicaciones que trae enamorarse le sumas una cabeza más que caótica, tres amigos pesados, imbéciles e insistentes, y miles de obsesiones y manías, nada puede salir bien. ¿Conseguirá Gonzalo Zájara sobrevivir al amor?