Capítulo 33.

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Gonzalo

Llevamos ya más de una hora en el club, y tengo que decir que no me está gustando nada la experiencia. Mis amigos me tratan como si tuviera algún tipo de enfermedad, cuando los anormales son ellos, y Alejandra está pasando de disfrutar con sus amigas para centrarse en que yo no me agobie. Me siento un auténtico bicho raro, hoy más que nunca.

Aprovechando que se han ido todos a la barra a pedir algo de beber, me pongo la gabardina y salgo a la calle a tomar un poco el aire.

—¿Gonzalo? —pregunta una chica parando junto a mí—. ¿Gonzalo Zájara en una fiesta, elegante y de madrugada? —vacila cuando la miro.

—Berta —sonrío acercándome a darle un abrazo—. No sabía que te gustara salir.

Berta es una chica que está en el Club de Ajedrez del instituto conmigo. También vamos juntos a clase de Matemáticas, Biología, Lengua y Filosofía, y me atrevería a decir que es la única amiga de verdad que tengo. El resto de chicas... bueno, no quieren ni acercarse a mí. Ya llevamos unos años coincidiendo en algunas asignaturas, y lo cierto es que tenemos muy buena relación. Es mi mejor amiga, y la quiero muchísimo.

—Y no me gusta, pero me han obligado a venir —ríe mirándome—. ¿Cuál es tu excusa?

—Los chicos —suspiro sentándome en un banco que hay frente a la puerta del Zebra's—. Ya sabes lo convincentes que pueden resultar Marcos, Lucas y Arthur —carcajeo de buen humor—. Y además... mi... novia, también venía, así que...

—¿Gonzalo Zájara se ha echado novia? —pregunta sentándose a mi lado sin poder creerme—. ¿Qué le han hecho estas navidades al empollón que dejé en el instituto?

Me encojo de hombros sonriente y me meto las manos dentro de los bolsillos de la gabardina, tratando de huir del frío que hace.

—Mis amigas se van a llevar un chasco entonces. Solo he venido a verte porque les has interesado.

—¿Yo? —me extraño frunciendo el ceño.

—¿Tú te has visto? Estás guapísimo. No sé qué te ha pasado, pero no te imaginas lo bien que te sienta el cambio —asegura sonriente.

—Tú también estás muy guapa. Quiero decir... ya eres atractiva habitualmente, pero ese vestido...

—Cállate —ordena soltando una carcajada.

—Sí, será lo mejor —niego de buen humor—. Tú con... Guillermo, ¿qué tal?

—Muy bien. Sigue siendo igual de romántico y estúpido que siempre, así que... —contesta mirando al frente—. Lo que pasa es que ahora está preparándose las Olimpiadas Matemáticas y no sale mucho. No hablamos apenas, pero seguro que cuando termine el campeonato volverá a ser el mejor novio del mundo.

Asiento en silencio y desvío la mirada hacia la puerta del pub, de donde sale Alejandra con Lucas apenas unos segundos después.

—¡Imbécil! —exclama Lucas dándome un capón cuando llega hasta mí—. ¡Pensábamos que te había pasado algo! ¡Nos habías asustado!

—¿Qué me va a pasar? —me molesto tocándome la cabeza dolorido.

—Pues no lo sé, a lo mejor te había dado un ataque de ansiedad de esos que te dan cuando te agobias, o a lo mejor te habías emparanoiado y habías salido corriendo —contesta de mal humor—. Eres un irresponsable, no vuelvas a desaparecer así. ¡Me habías preocupado!

—No eres mi niñera, tío. No tengo que decirte todo lo que hago —me cabreo mirándole—. Déjame en paz, vete a bailar un rato.

—Está conmigo, solo estábamos hablando —interviene Berta con una sonrisa—. Vaya, Pérez, ya veo que las navidades no te han servido para descargar los huevos.

Lucas le sostiene la mirada unos segundos mientras Alejandra presencia la escena, asombrada, sin entender nada. Le encantaría saber que él y Berta tuvieron un rollete de verano hace un par de años. Lástima que la importancia que le daba mi amigo a su popularidad fuese superior a lo que sentía por ella en esos momentos. Lucas ha cambiado enormemente los últimos años, no siempre ha sido el caballero de plateada armadura que estáis conociendo.

—Estaré dentro —informa Lucas mirándome por última vez antes de darse la vuelta.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta Alejandra mirándonos cuando se va—. ¿Y tú quién eres?

—Ale, esta es Berta, una amiga —sonrío presentándolas—. Berta, esta es Alejandra, mi...

—Tu novia —me ayuda a terminar mi mejor amiga con una sonrisa—. Un placer conocerte, Ale. Ya tienes que ser buena para haber conseguido que un merluzo como Gonzalo deje los libros en Nochevieja y salga de fiesta.

—No creas que ha sido fácil —ríe Alejandra de buen humor antes de ponerse entre mis piernas—. ¿Tú tienes amigas? —se extraña mirándome—. ¿Y por qué no lo sabía?

—Probablemente porque nunca quedamos fuera del instituto o las extraescolares que compartimos —explica Berta mirándome con complicidad—. Es difícil sacarle de casa y hacer que deje de leer, o de escribir, o de estudiar, ¿sabes?

—Qué me vas a mí a contar —suspira mi novia con pesadez—. Yo creo que te vendría muy bien quedar de vez en cuando con alguien que no seamos yo, mis amigas o los gilipollas de tus amigos.

—¿A ti también te caen mal? —pregunta Berta emocionada.

—No me caen mal, pero... tampoco me caen bien.

—Berta tuvo un lío con Lucas hace un par de veranos —intervengo mirando a Alejandra—. Pero entonces empezaron las clases y la imagen pública de Lucas no podía verse afectada, así que...

—Así que me dejó de hablar de repente y se empezó a meter conmigo cuando me veía —termina de explicar Berta—. Y desde entonces no nos aguantamos. Nos declaramos la guerra cada vez que nos vemos.

—Sí, pero... yo creo que sigue sintiendo algo —admito mirándola—. No sé qué es, pero... vuestra historia todavía no ha terminado, ya te lo digo yo.

—Lucas está saliendo con Miriam —me recuerda Alejandra dándome un toquecito en la pierna—. ¿De verdad Lucas hizo eso? No sé, no le pega. Es tan ético, tan noble, tan de palabra que...

—Pasó una mala racha —susurro al recordarlo—. Y la cagó con mucha gente.

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