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No sabía en qué momento la lluvia comenzó a azotar de repente al bosque, ni en qué momento se sintió libre por primera vez desde que llegó al internado.

Quizá porque recordaba. Y entre tanta amargura tenía un momento dulce en la lluvia. Antes de la tragedia que le dejaba un profundo nudo en la garganta, recordaba momentos felices, momentos inolvidables. Pero uno en específico lo hacía ver estrellas y fuego a la vez, consumiendo todo a su paso, incluyéndolo.

Fijándose cuidadosamente de que nadie lo siguiera, se adentró a lo más profundo del bosque. Sin miedo, sin ninguna pisca de temor.

¿Pero por qué tenerle miedo a la oscuridad, si provienes de lo más recóndito?

La tierra se iba humedeciendo, algunas hojas de árboles secos caían con gracia, el fresco aroma que la lluvia y su paso a la noche dejaban danzaban en su desarrollado olfato, mientras que el sonido del bosque lo adormecia y lo acunaba cual canción de cuna.

Porque todo de él, era peligroso. Porque todo de él, era fuera de este mundo.

Se dejó llevar por el sonido que la soledad y los recuerdos le dejaban, sentía su garganta seca por el llanto que creía ya no tenía, por la tranquilidad que le brindaba el lugar, por el fresco sonido de la lluvia abriéndose paso.

¿Cuántas veces pensó en perderse en su soledad? ¿Cuántas veces pensó en perderse en su yo interior? ¿Cuántas veces pensó en escapar a lo más lejano para no dañar a nadie?

Él era una bomba de tiempo, una bomba que explotaría en cualquier momento. Pero eso a él no le enseñaron. A él no le enseñaron a ser fuerte, no. Él lo tuvo que aprender de la peor forma, y no tenía a nadie que lo adentrara al camino correcto, nadie que lo ayudara a quitarse la terrible venda que tenía y que lo hacía ignorar el dolor, cargaba una cruz tan pesada y nadie era capaz de preguntarle si realmente estaba bien–siquiera su mejor amigo–.

Él tenía muchísimos demonios que lo atormentaban día y noche. Nunca sonreía de verdad después de que la vida le diera incontables cachetadas de realidad y de sabor amargo de la decepción.

Por eso como única manera de deshagorse y deshacerse de todo rastro de dolor, corría. Corría hasta que sus piernas humanas no dieran más, hasta que su respiración se cortara y se quedara sin aire en los pulmones jadeante, empapado en lágrimas, y gritando y desgarrando su garganta de una forma inhumana.

Pero claro, él no era del todo humano.

Y así lo hizo, comenzó a correr tan rápido como pudo, alzando mucho lodo con hojas secas a su paso, haciendo crujir el suelo sin importarle cuán lastimada su ropa quedara.
Se sentía sincronizado con la naturaleza, se sentía como un lobo más aún siendo humano, se sentía libre. Se sentía correcto.

No tardó mucho para que sus piernas flaquearan y se quedaran sin fuerzas para seguir, pero eso no evitaría que llegara al borde, que llegara al final.
Vió un enorme tronco caído por la tormenta, y sin pensarlo ni un segundo más, con su velocidad y extrema agilidad subió en tres saltos grandes, para saltar al vacío de la bajada, dejándose ir, adentrándose en su verdadero ser.

Sus huesos tronaron, se rompieron y recolocaron tan rápido como el rayo de los bosques, sin sonido, mostrando un manto blanco como la nieve, grandes colmillos y un alargado hocico que terminaba en una nariz carbón.

Sin detenerse a respirar, su parte animal tomó total control de él, estando ambos sincronizados, siendo uno. Corrieron y vaciaron todo lo que sentían en un potente y desgarrador aullido al viento, pintando de color y música los árboles grises que se extendían al frente, en un hermoso vacío, cuáles ojos.

.

No supo cuánto corrió, no supo dónde estaba, no supo cómo llegó a terminar en el estado en el que se encontraba, pero lo que sí sabía, era que hace unos instantes estaba intentando sacar todo lo que se guardaba tratando de calmarse, hasta que un enorme y peligroso lobo negro del mismo color de la noche se acercó a la misma velocidad que él y lo tomó del lomo.

La velocidad de fricción que ejercieron ambos animales, hizo que ambos cayeran de lado de forma tan dolorosa, qué el más blanco soltó un jadeo quitándole lo poco que le quedaba de aire en los pulmones, mientras que el más oscuro, había caído encima, y ahora lo estaba inmovilizando del cuello con sus filosos caninos. El lobo blanco trató de quitárselo de encima, trató.

—"¡Quitate maldita sea!"–. Jadeo con el último aliento que le quedaba, y el más grande pareció entender, puesto que se apartó lentamente, como midiendo cada leve movimiento del más blanco. —"¿Qué pasa contigo?"–. Gruñó enseñando sus colmillos intentando alejarlo, sin conseguirlo realmente.

El lobo oscuro respondió de la misma forma. Enseñó su perfecta dentadura y agrandó su pecho, haciéndolo más intimidante. El lobo blanco se asustó, pero su orgullo no lo dejaba retroceder ni un sólo centímetro, era muy osado para el lobo que lo estaba intimidando y mostrándole superioridad, pidiendo que mostrara su cuello y bajara la cola entre las patas. Pero nada de lo que esperaba el lobo más grande, sucedió.

—Gruñó el lobo negro de vuelta amenazante, frunciendo sus cejas de tal forma que casi se unen en una, mientras observaba al más bajo, rodeandolo y olfateando al aire, intentando descubrir su casta.

Es muy grande para ser omega, y muy pequeño para ser alfa... ¿Qué clase de lobo era este?

El más claro no pareció entender, y soltó un gruñido listo para atacarlo de vuelta. Pero el más grande fue más rápido y volvió a tumbarlo al suelo. Jadeante y con sus cejas igual de fruncidas, el más claro intentó morder el cuello de aquél lobo más oscuro, un intento fallido.

—"Quieto"–. Gruñó y soltó suavemente su garganta que tocaba con sus colmillos. Y por segunda el claro se levantó, sin rendirse intentó acercarse una tercera vez para hacerle frente.

Pero todo se detuvo cuando ambos ojos de tan diferentes colores, y tan diferentes olores, se reencontraron una vez más.

Los ojos chocolate con un borde dorado brillante, eran tan extravagantes, tan únicos, tan suyos. En cambio, los ojos azules con bordes platinado y grises, incluso un poco de verde jade, tan finos y bien diseñados, tan destinados.

No supieron que responder en ese entonces, simplemente comenzaron a olfatear el ambiente, poco a poco sin levantar la cabeza y sin separar narices, midiéndose uno a otro y, por supuesto, preguntándose porque sus lobos se sentían tan sofocados y excitados al sólo cruzar miradas.
Amor a primera vista.

Nunca dijeron sus nombres, nunca hablaron más de lo necesario, simplemente ambos sabían que estaban jodidos hasta la médula, y que ya no podían luchar contra sus propios sentires, contra sus propios instintos.

El más claro se acercaba al cuello del más grande, olfateando y acicalando al mayor, mientras que él se dejaba hacer.
Jamás olvidaría esos intensos ojos verdes, y mucho menos aquél aroma tan atrayente y embriagador.

O eso él creía.

Sin decir ni una palabra más, ambos lobos caminaron en su silencio siendo guiados por la madre luna, y por el agradable sonido de la naturaleza, que cantaba melodías tranquilizadoras acompañandolos, guiandolos y sobre todo, protegiéndolos.

Eran completos desconocidos, pero sus lobos se reconocían, se completaban. Y su parte humana una vez fue ganada por la fuerza de la bestia.

Llegaron a lo más alto de la pradera, observaron y aullaron a la media luna que parecía contenta al haberlos unido.
Cantaron como sus instintos mandaban en ellos, y cuando la luna cayó, ellos la acompañaron.



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Primero que nada, hoy es mi hapi birtdai gg, y como regalo quise regalarles un episodio emotivo, y desde mi punto de vista, muy dulce e importante para esta historia, porque de aquí, se desencadenan muchos secretos y confusiones, que espero no me maten.

Los amo💖

Instintos |O M E G A V E R S E| -P A U S A D ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora