4| Llanta

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Llegar al trabajo era rutina, todos los días lo mismo, hoy era lunes, lo que significaba que había pasado ya una semana, Ellison no ha vuelto a mencionar palabra más que mara decir; <<Tráeme el café. Di que estoy ocupado. Quiero pollo a la plancha para el almuerzo>>. No es como si quisiera que fuéramos grandes amigos, pero una pequeña conversación no mata a nadie.
Rachel me lleva al trabajo, se podría decir que con ella entablé amistad, ya me voy acostumbrando a su vómito de palabras, algunas sin sentido.

Empujo la puerta —Disculpe, señor Ellison— Su mirada cruza fugazmente con la mía —El señor O'Malley está en el pasillo. ¿Le hago pasar?

—Ella.— Espera, ¿Qué? —Hazlo pasar de inmediato, por favor, Stone.— Tal vez oí mal, por un momento pensé que me había llamado por mi nombre.

Salí a avisar al hombre que afuera esperaba, que don señor lo recibiría con ansias.
Y luego de eso, todo siguió normal, hasta mi hora de salida, hoy tendría que caminar hasta casa, Rachel tuvo cita médica y salió temprano.

De camino escucho un claxon pero no presto atención y sigo caminando, llevaba dos cuadras así hasta que vuelen a sonar la bocina, volteo por encima de mi hombro.

 Un Alfa Romeo Giulia color rojo se encuentra a un lado de la calle.

—Sube. Ya es tarde y te pueden asaltar.— Ethan asoma la cabeza por la venta del auto.

—No creo que eso suceda, pero muchas gracias.— Sonreí amablemente.

—No es una pregunta. Es una orden, ahora sube si no quieres que te suba yo.—Hice caso omiso a su advertencia, cosa que no debí haber hecho desde un principio. Mis pies ya no tocaban el suelo y estaba siendo cargada en el hombro de un dios griego cual saco de papas siendo llevado a su almacén, comencé a patalear, pero no sirvió de nada. Ethan me hizo tirada al asiento trasero del auto y coloco el seguro para nilos, de los dos lados, para luego subirse al asiento del conductor.

Luego de un rato, esperando que se me pasara la rabieta me pasé al lado del copiloto con la mirada de satán siguiendo cada uno de mis movimientos.

—No sabes dónde vivo, ¿Cómo me irás a dejar, genio?— Soltó una ronca carcajada, hasta eso era atractivo de él. Espero que verlo tirarse un gas no lo halle atractivo.

—Por si no lo recuerdas, hace una semana, vine a dejarte, genia— Me imitó.

—Si te vas a burlar, por lo menos consigue tus propias palabras— Me crucé de brazos, él pasó su mano por ellos.

—Para tener la edad que tienes, te comportas como una niña de doce años.
No iba a dejarte caminar por ese oscuro lugar, todavía no te tengo asegurada.— Mi cara de indignación fue épica. —Y aunque no lo creas, me preocupo por ti, todos mis empleados me importan.— Se retractó —Son una parte importante para mantener la empresa a flote.

En el camino íbamos hablando de cosas triviales, hasta que un ruido raro nos sacó de nuestra conversación y Ellison golpeó el volante con sus mano, logrando que me sobresaltará.

—¡Maldición!— Al ver mi reacción se calmó un poco. —Tranquila, solo fue una llanta, llamaré a alguien para que venga a arreglarla.— Salió del coche, supongo que a hacer la llamada, dejándome a mi sola y con un tremendo susto.
Luego de unos minutos volvió.
—Tengo buenas y malas noticias— Eso me desanimó un poco. —La buena es que van a venir a arreglarla. La mala es que tenemos que esperar, porque parece que hubo un accidente y tienen que cargar los coches, pero no te preocupes, podemos esperar en el café de enfrente. Si te parece, claro.

Saqué mi cartera del bolso y le sonreí —Claro, no hay problema. No creo que se tarden tanto.

Eres mi maldito problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora