11| Góndolas

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La plaza de San Marcos era simplemente hermosa, el corazón de Venecia.
Los edificios a su alrededor eran un deleite visual.

Nos encontramos frente a la basílica, el monumento magistral de la plaza, era arte en su máximo esplendor.

Cuando por fin era nuestro turno de entrar, bastó con poner un pie dentro para quedar boquiabierta, los murales eran lo que más llamaba la atención.

—Sino cierras la boca te va a entrar una mosca— susurran en mi oído, ¡Dios! Sentir su aliento tan cerca de mi me hace alucinar. Sonrío

—¿Acaso no ves todo ese arte?— Pregunto señalando todo el lugar.

—Ten por seguro que es de lo que menos me pierdo— Mantiene su mirada fija en la mía, por instinto bajo la cabeza, en este momento debo ser un tomate andante, toma mi mentón y lo alza —Te ves más hermosa cuando estás sonrojada.— Pasa por delante de mí.


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Las góndolas por más hermosas que parezcan, para alguien que no sabe nadar, resultan escalofriantes.

—No pienso subirme en una de esas, Ethan, hablo en serio— Lo miro de la manera más seria posible, pero todo en él me hace flaquear.

—¡Oh, vamos! No puedes ser siempre una niña miedosa.— Se acerca —Voy a estar junto a ti, te prometo que no va a pasar nada- Mi mirada aún refleja duda, habla más bajo —Nunca dejaré que nada malo te suceda, Ella, confía en mí. —Baja a la góndola y extiende su mano, luego de sus últimas palabras mi cerebro ha dejado de funcionar correctamente, así que tomo su mano, y la sostengo fuertemente durante todo el trayecto. Recuesto mi cabeza en su hombro, con temor a que se pueda apartar, pero parece bien con ello y también recuesta la suya. —Este lugar es hermoso.

—Sí que lo es.


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El día había concluido, y eso conllevaba a volver al mundo real, de vuelta al hotel hablamos mucho, sin tocar el tema del trabajo. 

Me enteré que su color favorito es el negro, también heredó la empresa de su padre, que el pastel no es su cosa favorita en el mundo.

Frente a la puerta de la habitación me despedí.

—El día de hoy ha sido sumamente increíble, muchas gracias— Él me devuelve la sonrisa, este último día la he visto mucho, a decir verdad.

—No des las gracias, pasar tiempo contigo siempre es un placer— Se acerca un poco más.

—Supongo que hasta mañana— Miro mis pies. De un momento a otro, ya no había espacio que nos separara, su boca estaba sobre la mía, y sabía extremadamente bien, sus brazos envolvieron mi cintura y mis piernas las de él.

Era el beso más magnífico que alguna vez me habían dado, estaba lleno de fiereza, pero a la vez era suave, su lengua jugueteando con la mía.

No sé cómo hizo, pero lo que supe luego es que estaba tirada en la cama, mis manos ahora jugando con la parte baja de su cabello, se sentía tan bien. 

En definitiva, mi teoría de que es gay, queda descartada.

Sus manos viajaron hasta el borde de mi vestido, subiéndolo lentamente, su camisa ya desabrochada fue a parar en alguna parte de la habitación, su boca empezó a explorar cada centímetro de mi piel, viajaba desde mi mentón, hasta el valle de mis senos, bajó dando besos y pequeñas caricias por todo mi estómago.

Volvió de nuevo a mis labios —Eres una diosa, una diosa extremadamente ardiente— me vuelve a besar. Sus manos ahora juegan con el borde mis bragas.

—No creo que sea muy justo si yo quedara totalmente expuesta y tú todavía tengas tu pantalón— Sonreí con malicia.

Eres mi maldito problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora