Capítulo 23

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Suspiré por milésima vez en el día y miré hacia los árboles que eran de color dorado, las hojas empezaron a moverse con fuerza y cayó algo al suelo haciendo que me levanté de un salto y vaya a ver qué había caído del árbol.

Me acerqué a paso lento y vi que era un ave, trataba de volar pero no podía porque su ala estaba rota, sus pequeños ojos negros se posaron en mí cuando me acerque a su lado y trató de volar con todas sus fuerzas pero no pudo.

- Hola – dije tratando de no asustarlo más – no te asustes pequeño, no te voy hacer nada, solo quiero curarte tu ala – traté de cogerlo y se dejó pero aún veía la duda en sus ojos – tranquilo, no voy hacerte nada

Era un pájaro hermoso, sus plumas iban del color rojo pasaba por el verde y terminaba en un azul oscuro, su pico era dorado y las plumas de su cola era tan largas que llegaban hasta más abajo de mi cadera.

Entré al palacio con el ave en brazos bajo la atenta mirada de todos – creo que nunca me voy acostumbrar a esto – y subí a mi habitación, dejé al ave en mi cama y luego me volví para buscar a Brandon. Caminé por varios pasillos y me acerqué a un guardia que estaba por allí.

- Buenos días – saludé con una sonrisa – disculpe, ¿tal vez sabe dónde está Samael? – pregunté, rogando internamente que dijera que sí

- El señor Samael en estos momentos está en su laboratorio – respondió sin mirarme

- ¿Me podría decir dónde queda?

- Siga recto este pasillo y gire a su derecha – con su mano me señaló el camino – es la puerta negra, no hay porque perderse

- Gracias

Seguí las instrucciones del guardia y llegué hasta la puerta negra, me acerqué y escuché varios ruidos de cosas que chocaban, toqué la puerta como unas tres veces pero no me abrió la puerta, así que la abrí suavemente y entré.

La habitación era iluminada con velas y había varias repisas con botellas y libros, había una mesa larga y algunos instrumentos de investigación, Brandon estaba sentado en un sofá con un libro entre sus manos.

- Hola – le toqué el hombro haciendo que dé un sobresalto – disculpa si te asuste

- Cas, ¿qué paso? – preguntó mirándome y sus ojos eran violetas - ¿necesitas algo?

- Sí, tal vez ¿tienes algo para curar heridas?

- ¿Te lastimaste?

- No – negué – es para alguien más

- ¿Quién? – preguntó curioso con una sonrisa

- Un ave herida - respondí tirando mi cabello hacia atrás – tiene rota el ala

- Tengo algo – se levantó del sillón y fue hacia la estantería - ¿dónde la encontraste? – preguntó mientras revisaba unas botellas

- En el jardín, se cayó de un árbol

- Tú siempre tan gentil – dijo ofreciéndome una pequeña botella redonda con un líquido verde – colócalo en el ala y véndala

- Gracias Brandon – cogí las vendas y la botella que me ofreció

- De nada

- Por cierto, me gustan el color de tus ojos – dije girándome y saliendo por la puerta

Llegué hasta mi habitación y entré, vi que el ave seguía tendida en la cama, me acerqué y me senté a su lado, él me miró y volvió a acostar su cabeza en la cama.

- Te voy a poner esto para que se te cure el ala – avisé poniendo un poco del líquido en el algodón

Pasé el algodón suavemente por su ala dejándola húmeda y luego la vende, el ave me miró y empezó hacer sonidos melodiosos que iban formando un canto hermoso.

- ¿Qué clase de ave eres? – pregunté sonriendo

- Sabes qué los animales no pueden hablar, ¿verdad? – preguntó una voz desde el marco de la puerta

- Tal vez aquí si puedan – respondí mirando hacia la puerta encontrándome con Elián

- Es un fénix – dijo acostándose en la cama haciendo que yo enarque las cejas

- ¿Te di permiso de acostarte en mi cama? – una sonrisa irónica se posó en mis labios – no, ¿verdad?

- Ya quisieras tenerme de otra forma en tu cama – dijo con voz ronca que me erizó la piel

- No puedo creer que hayas insinuado eso – dije incrédulamente

- ¿Qué tiene de raro? – preguntó mirándome y sentí que sus ojos traspasaban mi alma - ¿acaso no te gusto?

- Siento no contribuir con tu ego pero no, no me gustas

- Eso ni tú te lo crees – se acercó hasta donde estaba – yo sé que te gusto

- No lo haces – negué con la cabeza

- Yo te gusto y voy hacer que me lo digas – dijo a centímetros de mi cara

- Estamos a punto de entrar a la guerra y tú solo piensas en hacer que te diga que me gustas – exclamé sin poder creérmelo – ¿acaso estás loco?

- Puedo hacer más de dos cosas a la vez – se bajó de la cama – y todo me sale perfecto

- Bueno, entonces suerte con eso – dije haciendo un gesto con la mano

- Voy hacer que me digas que te gusto – me retó – por algo soy el señor del infierno

- Lo que digas señor del infierno – me burlé

Elián me guiñó un ojo y salió de la habitación con su gran ego tras él, y lo único que pude hacer fue reírme hasta que me dolió el estómago, en serio, puede ser Lucifer pero a veces se comporta como un niño. 

La Princesa del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora