Patry Heisel
Desperté con un fuerte dolor de cabeza y una sensación extraña en mi garganta.
Resequedad. Esa era la sensación extraña.
Como pude me incorporé en la cama, el urge por tomar agua taladrándome como si no hubiera mañana. Mi mente estaba en blanco, mi visión se sentía borrosa. Reuní todas mis fuerzas e intenté adaptar los ojos al extraño ambiente, en cuanto pude ver con claridad me di cuenta de un pequeño detalle.
Esa no era mi habitación.
Los recuerdos del día anterior llegaron a mi mente como bolas de fuego. La estación de autobuses vacía, el chico extrañamente guapo a mi lado, el misterioso auto negro, los dos hombres golpeando al chico guapo y yo, ¿peleando contra esos hombres?
Junto a esos recuerdos surgieron incógnitas que comenzaron a carcomer mi mente, por lo que decidí dejarlas a un lado y enfocarme en el hecho de que me habían secuestrado.
A duras penas me levanté de la cama y me dediqué a examinar la habitación en la que me encontraba.
El lugar consistía en cuatro paredes blancas -extrañamente impecables- con una pequeña cama y una mesa en el otro extremo de la habitación. La puerta se camuflaba con las paredes y si no fuera por el pequeño manubrio color negro no me hubiera dado cuenta de que estaba allí.
Yo no era claustrofóbica, pero el aspecto tan cerrado y monótono de esa habitación comenzó a causarme escalofríos y deseos de acurrucarme en una esquina para no continuar mirándolo.
Mientras tenía una pequeña crisis mental noté que la luz bajo la puerta estaba siendo reemplazada por la silueta de una persona, por lo que inconscientemente me eché hacia atrás y comencé a buscar por algo con lo que defenderme.
Antes de que pudiera siquiera agacharme para quitarme los zapatos y utilizarlos de arma la puerta se abrió lentamente, dejando a la vista a una misma persona dos veces.
Espera, ¿qué?
Tuve que apretar los ojos varias veces para verificar si lo que estaba presenciando era resultado de una concusión, pero lamentablemente cuando dichos individuos comenzaron a interactuar entre sí, como si me estuvieran analizando, no me quedó de otra más que creer que no lo era.
—Hola. —dijeron al unísono las gemelas más escalofriantes que había visto en toda mi vida.
Ambas vestían un traje de mucama idéntico y llevaban el cabello recogido de la misma manera, sus ojos eran marrones como el lodo y sus rostros lucían salidos de una copiadora.
Como era de esperarse no respondí a su saludo, sino que me eché unos pasos más hacia atrás, causando que mi espalda chocara bruscamente contra la pared y una mueca de dolor se formara en mi rostro.
— ¿Estás bien? —preguntaron las gemelas mientras se acercaban a mí rápidamente.
—No me toquen. —pronuncié por primera vez en todo ese rato y sentí una punzada de dolor en mi garganta.
Ante mis palabras las gemelas se detuvieron y se dedicaron a analizarme con la mirada, como si estuvieran pensando en qué decir.
— ¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy aquí? —cuestioné con urgencia y terror disfrazado. Las extrañas gemelas se quedaron calladas y como si fuera coreografiado, sacaron unos medicamentos de los bolsillos gigantes en el frente de sus faldas y los colocaron en la pequeña mesa de madera que estaba pegada de la pared.
—Tómate una de cada uno, ayudará para el dolor de cabeza. Para la garganta te traeremos un jarabe. —explicó la gemela de la izquierda.
Por mi cabeza pasaron muchas cosas en ese momento, desde la posibilidad de que esas pastillas realmente fueran veneno hasta la manera en que podría dejarlas inconscientes con los frascos.
Lamentablemente estaba demasiado confundida como para efectuar la segunda idea.
—Mi nombre es Amatis. —dijo la de la derecha mientras se dirigían a la puerta.
—Y el mío Amadis. —dijo luego la de la izquierda y me dedicó una pequeña sonrisa que eliminó cualquier rastro de escalofriante que pudieran tener.
—Cualquier cosa que necesites déjanoslos saber al llamar nuestros nombres. Luego de que te traigamos el jarabe y descanses un poco tu padre te recibirá. —le dejó saber Amatis con un tono suave.
— ¿Mi padre...? —pregunté luego de unos segundos pero Amadis y Amatis ya se habían ido.
La mención de mi padre logró evaporar el mísero rastro de tranquilidad que tenía, trayendo a mi mente otra razón por la cual preocuparme y romperme la cabeza pensando.
Como acto reflejo corrí hacia la puerta e intenté abrirla a base de patadas y gruñidos, lo cual por alguna extraña razón me hizo sentir bien.
Luego de rendirme y sentir el cansancio causando estragos en mi cuerpo, me digné por tirarme en la cama y ahogar mis pensamientos en la almohada. Unos minutos después llegaron las gemelas y tras dejar el jarabe en la mesa junto con un gran vaso de agua, se excusaron y me dejaron sola nuevamente.
Mi padre. Volví a dirigir mis pensamientos al comentario que hizo Amatis, ¿o tal vez fue Amadis?, no importa. Nada de lo que dijo tenía sentido, mi padre estaba trabajando ese día en un proyecto de la empresa, por supuesto que no había tenido tiempo para planear mi secuestro y el de un chico desconocido.
Dejé que mis pensamientos vagaran por todas las posibles teorías de lo que podría estar pasando, una de ellas fue que mi padre en realidad tenía un gemelo malvado que quería vengarse de él y por eso me secuestró.
Estúpido, sí, pero considerando la escasa información que poseía y en el gran lío que estaba metida, me parecía apropiado.
Mis pensamientos fueron bruscamente interrumpidos por el rechinido de la puerta. Fruncí el ceño ante la idea de que las gemelas habían vuelto, pero tras ver la gigante figura de un hombre aparecer por la puerta me limité a tragar saliva. Los litros de agua que me había tomado desapareciendo por completo.
—Hola, Patry. —saludó el hombre con una sonrisa de lado a lado. Por alguna razón esa sonrisa se me hizo conocida, pero no había manera de que la hubiera visto antes.
El hombre llevaba puesto un pijama negro a rayas que no concordaba con su imponente figura masculina, además tenía la cabeza raspada y en su rostro se notaba el cansancio de una vida completa.
— ¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté con voz fuerte, sorprendiéndome por el extraño cambio en el aire que producía su presencia.
El hombre misterioso comenzó a caminar hacia mí como una sombra y se notaba que con cada paso que daba una parte de él dolía.
—Tranquila, mi niña. Te lo explicaré todo luego. —manifestó el hombre con un tono cariñoso y calmado que me produjo repeluco.
—No sé quién eres, no te me acerques. —pronuncié a pesar de que sentía una rara conexión con el hombre.
La figura cansada del hombre me examinó por unos segundos -como lo hizo en cuanto entró a la habitación- y sonrió para sí mismo.
—Creo que podemoscambiar eso. —comenzó el hombre y fruncí el ceño mientras apretaba lassábanas—. Querida Patry, yo soy tu padre.
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Secuestrados por la Realeza
FantasyUnas vacaciones lo pueden cambiar todo. Desde la manera en que te sientes acerca de la vida hasta la vida en general. El misterioso sentido de la vida se puede encontrar en las cosas que nos rodean, y a veces esas cosas no siempre son lo que creem...