Capítulo dos

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Mason Percy

Sentí mi cabeza aturdida, no comprendía qué era lo que estaba pasando.

En pocas palabras el mundo daba vueltas en mi cabeza, sentí el cuerpo pesado, como si hubiese corrido un maratón o follado por un día completo -una idea muy tentadora pero imposible-, el último lugar que recordaba era la parada de autobuses en donde estaba esperando para irme al campamento, pero todo lo que veía era oscuridad, no podía abrir mis ojos, tenía algo cubriéndolos. Intenté mover las manos pero ambas estaban atadas en mi espalda.

¿Dónde coño estaba?

Intenté levantarme pero mis pies también estaban atados. ¿Qué estaba pasando?

¿Y la chica? Esa chica de melena castaña ¿habrá podido escapar?, no había podido verla luego de ese golpe que me noqueó y a pesar de que no la conocía sabía que había hecho lo que podía para protegerla. Solo pedía que la chica estuviera bien, que la hayan dejado ir, que no estuviese en la misma situación que yo.

Aunque, ¿qué podían querer de mí? -quienes fuesen- ya que no tenía mucho dinero ni nada por el estilo, mucho menos tenía enemigos, ¿entonces qué?

De pronto oí pasos, por lo que podía escuchar, provocados por unas botas muy pesadas. No sabía por qué pero mi sentido de la audición siempre había sido muy sensible, nunca me gustó eso pero esperé que en ese momento me fuera útil.

Una puerta se abrió de golpe, los pasos se iban acercando cada vez más a donde me encontraba, fingí estar dormido, noqueado por aquel golpe para que no se me acercaran, pero el tipo fue más inteligente y tiró de mi cabello con todas sus fuerzas, gemí de dolor, había sido una muy mala decisión dejarme crecer un poco más de lo habitual el cabello.

Él rio, fue un sonido macabro, parecía que disfrutaba de mi dolor, y joder, lo hacía porque por algo me tenían secuestrado.

A pesar de que yo no tenía nada que me impidiera hablar no me atreví a hacerlo, sentí que si pronunciaba la más mínima palabra iba a conocer un lado más oscuro de eso. Quería que se descuidaran, que pensaran que era indefenso para así poder escapar.

Otros pasos resonaron, pero esos venían corriendo y no se oían como los anteriores, estos eran livianos porque su sonido era menor, de pronto se detuvieron a una distancia prudente frente a mí, pensé que esa persona había venido para infundirme dolor como el primero.

Sentí una patada en mis costillas confirmando mi teoría; aunque un grito luego me desconcertó.

— ¡No, Will! —exclamó la voz de lo que parecía ser una adolescente.

— ¡Julie, cállate! —contraatacó otra voz, esta era más grave, era la voz de un hombre.

Decían sus nombres como si nada ¿no sabían que podía escucharlos? Si lograba salir de allí podía usar sus nombres para denunciarlos, lo pensé repetidas veces, eso sería lo que haría.

—Will —dijo la primera voz mientras suspiraba—, hermanito, recuerda que el Alfa dijo que lo tuviéramos aquí pero no que lo maltratáramos, mejor dicho sus palabras fueron: "Lo quiero sin un rasguño". ¿Y qué haces tú? ¡Le rompes las costillas! ¡Se escuchó al otro extremo de la casa!

Esto último lo gritó de tal manera que mis oídos quisieron sangrar.

—Oye, oye, no grites. —pidió la voz masculina—. Como estás tan defensora de este muñequito entonces cuídalo tú, venía a darle de comer pero quise divertirme un rato.

Rodé lo ojos aunque no me pudieran ver.

— ¿A darme de comer o a sacarme los órganos de una patada? Joder. —pensé en voz alta sin darme cuenta.

Si hubiera podido mover los pies, no seguirían viéndome, lo que supuse que hacían ya que no podía verlos con la venda en los ojos.

Una carcajada llegó a mis oídos, pero no era una sino dos, la adolescente y la voz masculina se reían abiertamente.

—Nunca creí que el muñequito tendría agallas.

—Me agrada. —dijo la voz adolescente.

¿Qué? ¿Si le "agrado" por qué me secuestraron?

Un gruñido ronco se escuchó y me sacó de mis pensamientos.

—Debemos concentrarnos, Julie. Aceptaré que tú lo cuides porque de lo contrario el muñequito no saldrá sin ningún rasguño como quiere el Alfa. Pero no quiero que te desvíes del objetivo, ¿me entiendes?

—Ya no soy una niña. —replicó Julie.

Aunque era muy entretenido escucharlos discutir y poder indagar en sus conversaciones sobre qué querían hacerme, mi mente no paraba de pensar en que no habían tocado el tema de la chica, ¿y si la mataron? No, no, eso no pudo haber pasado.

—Me voy. —anunció la voz masculina, Will.

Sentí unos pasos alejarse y otros acercarse, una mano me acarició la mejilla, pude sentir que mi barba había crecido, quizás era la barba de un día. La mano subió hasta que llegó a la venda que cubría mis ojos y la quitó despacio.

Frente a mí estaba una adolescente, tal vez de unos dieciocho años, no era para nada una chiquilla, era menuda, algo baja de estatura por lo que noté.

¿Cómo dejaron a un chica cuidando de un hombre que media dos cuartas más que ella?

Eran muy ingenuos.

—No me creas débil —murmuró ella—, no lo soy.

Al mirar sus ojos mi seguridad volvió.

— ¿Por qué hacen esto? —pregunté.

—Tú sabes por qué lo hacemos.

Julie se volteó y me dio la espalda para buscar algo en una pequeña mesa en el fondo.

Mis ojos estaban que se salían de órbita observando todo a mi alrededor. Estaba en una habitación amplia pintada de un color claro, azul, la verdad era que combinaba con mis ojos. Un pensamiento ridículo, típico de mí en situaciones así.

Había dos grandes ventanas en la pared a mis espaldas y una cama que no se veía para nada cómoda, luego el resto de la habitación estaba vacía.

Al mirar al frente me encontré con Julie observándome con un plato en la mano.

— ¿Admirando la vista? —cuestioné.

Julie colocó el plato en el piso y me desató las manos para que comiera. Estaba tentado a golpearla para escapar pero no fui capaz de hacerlo, era una chica menuda y sus ojos cafés se veían ¿tiernos?

Debía estar volviéndome loco.

Levanté la mirada antes de probar un bocado, era una sopa y se veía bien pero podía tener veneno.

—Tranquilo, no le eché nada. —dijo Julie y para comprobarlo tomó un sorbo.

Suspiré aliviado y comencé a comer.

— ¿Por qué estoy aquí?—le pregunté porque ya no podía más.

—Ya sabes, tu tatarabuelo. —respondió Julie con obviedad.

— ¿Quién? —cuestioné confundido y Julie palideció.

— ¿No sabes quién es tu tatarabuelo? —inquirió Julie con alarme y no pude evitar fruncir el ceño.

—No. —respondí.

Julie se mostró aún más pálida.

—Me tengo que ir.

Dicho esto se fue corriendo y cerró la puerta conllave.

Secuestrados por la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora