Capítulo tres

35 9 0
                                    

Patry Heisel

No era que disfrutara ignorar a las personas, pero cuando dos chicas idénticas se dedicaban únicamente a observarme, era la opción más viable.

En momentos como esos extrañaba mi celular. A pesar de que no era una adicta y sin duda tenía otras cosas que hacer, era una mis mayores fuentes de entretenimiento.

Mi madre siempre me discutía por el exceso de atención que le prestaba al celular, yo siempre me reía y lo dejaba a un lado para hacerle feliz y luego de que se marchara volvía a utilizarlo. Había estado pensando mucho en ella y no pude evitar sentir un nudo en mi garganta ante la idea de lo preocupada que debía estar.

— ¿Entonces solo se van a quedar ahí mirándome? —le pregunté a las gemelas con la intención de sacar a mi madre de mi mente.

Amadis y Amatis se miraron entre sí y luego asintieron en respuesta.

Me resultaba tanto interesante como molesto que coordinaran todos sus movimientos, por lo que inevitablemente rodé los ojos y volví la mirada a un punto fijo en la pared.

— ¿Seguras? —cuestioné luego de unos segundos y una risita se escapó de los labios de Amadis, causando que Amatis le diera con el codo para que se callara. Amadis dejó de sonreír y bajó la mirada avergonzada.

—Tenemos órdenes de observarte en todo momento. Desde lo que hiciste no puedes ser confiada. —explicó Amatis con profesionalidad.

Ante sus palabras me sentí un poco estúpida, por lo menos anteriormente podía disfrutar de la soledad pero ahora tenía a esas dos estatuas cuidándome a cada rato.

El día anterior, cuando el hombre que supuestamente era mi padre comenzó a explicarme que necesitaba mi ayuda, aproveché que la puerta estaba medio abierta y salí corriendo de la habitación, dejando al hombre con las palabras en la boca.

Esta técnica no funcionó -claramente- y a mitad de camino me topé con la figura de un hombre gigante que me cargó y me llevó de vuelta a la habitación.

Algo que noté mientras corría era que la mayoría de las personas en esa casa parecían una especie de gigantes con esteroides.

Me extrañó mucho más ya que mi contextura era muy similar.

Luego de varios regaños por parte de una mujer la cual su nombre no recuerdo, mi supuesto padre me dedicó una media sonrisa y salió de la habitación a paso lento. Segundos después aparecieron Amadis y Amatis y desde entonces no han salido de la habitación más que para buscarme cena y desayuno.

Otro rasgo que había conocido de las gemelas era que podían ser extremadamente silenciosas y sigilosas. En ciertos momentos de la madrugada me desperté y solo al ver sus siluetas a un lado de la habitación recordé que estaban allí.

Todo ese tema del secuestro estaba comenzando a sonar absurdo, puesto que desde que llegué solo me habían tratado bien y de una manera extrañamente agradable. Incluso la comida era deliciosa.

— ¿Cuántos años tienen? Si puedo preguntar. —cuestioné mientras observaba sus uniformes azules. Amadis fue la primera en hablar.

—Dieciséis. —respondió la gemela y Amatis asintió.

Eran tan solo unas niñas. ¿Qué persona tan cruel le asignaba tal trabajo a unas crías?

De repente algo en mí se removió.

—Vengan a sentarse en la cama, seguro están cansadas. —ofrecí con una mueca en los labios.

—No, gracias. —pronunciaron al unísono pero pude notar que no estaban siendo sinceras.

Secuestrados por la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora