-Descuida, fue mi culpa, yo era la que estaba distraída.
-Puede ser, pero debí anunciar mi presencia antes o de otra manera, discúlpame.
-No hace falta, hagamos como que nada pasó, ¿sí?
-De acuerdo.
-Ahora sí, ¿qué tal tu reunión?
-Bien, cansadora porque este cliente es un tanto cargante, mas nada del otro mundo. ¿Cómo se comportó Ritzu?
-Muy bien, es un niño muy dulce.
-Me alegra escuchar eso. Sé que tú le agradas.
-Bueno, él a mí también.
A mí llega la adorable sonrisa del pequeño y su risa mientras charlábamos en la cocina y no puedo evitar sonreír de forma involuntaria yo también. Me gustan los niños, sin embargo, no creí que me llevaría tan bien con uno; Ritzu es muy maduro para su edad.
-Bueno, esa sonrisa dice mucho.
Mi mente vuelve del recuerdo al presente y no consigo refrenar el sonrojo que se me aloja en las mejillas al saberme descubierta distraída.
-Sí, bueno, digamos que nos llevamos bien. Tú imagino que ya comiste.
-En realidad no, para cuando llegué, él ya estaba ahí y pidió para ambos. Es mexicano y, a decir verdad, los tacos no son precisamente de mi agrado ni mi idea de una cena sustanciosa. Por más de que sean seis o más.
-Lamento eso, no obstante, en ese caso, si me acompañas a la cocina podría calentarte lo que quedó de la cena de tu hermano.
-¿A sí? ¿Y qué fue?
-Le gratin dauphinois, ¿lo conoces?
-Así es, y sinceramente, lo habría preferido a el intento de cena de hoy.
-Bueno, entonces andando.
Tomoe se pone de pie y me ofrece su mano para ayudarme, la cual tomo sintiendo al instante una corriente pasar por mi brazo, pero intento disimular y hago todo mi esfuerzo para no retirarla de forma abrupta ante la sensación. En cuanto estoy de pie, de forma delicada para que no lo malinterprete, suelto su mano y él se limita a hacerme una simple, mas educada seña para que avance por delante de él hacia la cocina.
En cuanto llegamos a ella, le pido que se siente y éste reniega un poco, según él por ser el dueño de casa es quien debe de encargarse, sin embargo, él ha llegado de trabajar y no me molesta en absoluto ser yo quien haga las cosas, al fin y al cabo, no es más que simplemente calentar la comida y servirla. Además, quiero hacerlo en el horno por un para de minutos para que quede casi como cuando recién lo saqué de cocción la primera vez.
Después de varios minutos, en los que me comenta sobre su reunión, le sirvo el plato ya humeante y Tomoe se dispone a cenar, felicitándome en cuanto lo prueba.
-Esto está delicioso, entiendo porqué no hay más de un tercio de la fuente.
-Sí bueno, tu hermanito tenía hambre.
-Con esto yo también la tengo.
Me río por su comentario y charlamos un poco más en lo que él deja vacía la fuente y, antes de que yo toque siquiera la canilla para lavar los platos, él ya está tomando mi mano para evitarlo, diciendo que ya he hecho mucho por él y que se encargará de eso cuando regrese de llevarme. Al principio me niego a que lo haga, no solo lo de lavar que es algo que no me cuesta nada el hacer, sino también el tener que llevarme porque, como mencioné antes, no estoy muy lejos y puedo irme caminando, sin embargo, no hay forma de hacer que desista.
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Promesas en el tiempo. (PAUSADA)
RomanceUn amor que trasciende generaciones. Una promesa hecha hace años. Una búsqueda que dura siglos. Una chica poco común. Un zorro enamorado. Y un encuentro que lo cambiará todo.