VIII

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—Arthur, tengo algo que informarte —mencionó su doctora.

Este fumaba, parecía que ignoraba a su psiquiatra, retiró su cigarro y observó a la mujer.

—Usted nunca escucha, ¿verdad? —soltó. Ella se mantuvo firme—. Usted solo cuestiona las mismas preguntas cada semana. "¿Cómo está tu trabajo? ¿Has tenido pensamientos negativos?" —se detuvo, llevó de nueva cuenta el cigarro a su boca e inhaló.

—Arthur...

—Todo lo que tengo son pensamientos negativos. Y, a pesar de ello, toda mi vida, nunca supe si yo realmente existía. Pero lo sé. Y la gente lo ha empezado a notar.

La doctora suspiró agotadamente, junto a sus manos e ignorando las palabras de su paciente, le miró con firmeza.

—Ese centro médico va a cerrar. Nos recortaron los fondos y, lamento decirlo, pero en ello va incluido tu servicio de medicamentos —Arthur pareció ignorar lo mencionado—. Las personas que decidieron esto, suelen no tener importancia a quienes afectan, incluso a mí. No les importamos una mierda.

El silencio cubrió el lugar y la respuesta de Arthur fue una delgada sonrisa.  

♣♦♥♠

Los pasos flojos de Arthur revelaban su pesimismo. El sol estaba próximo a ocultarse y él forjaba aquella rutina diaria que había hecho en recoger a Grace después de su trabajo. Estando fuera del edificio, y en la búsqueda de un cigarro, Arthur se dispuso a leer los periódicos, siendo parte de su nueva tradición; Thomas Wayne aparecía en los titulares, un poco de envidia surgió al no ver las notas sobre su acto en la estación del metro y leyó las polémicas declaraciones del futuro postulante a alcalde de esta ciudad. Wayne, ante el asesinato de sus empleados y la rebelión que el pueblo hacía, tuvo la gran osadía de referirse a la gente; los próximos a elegirlo alcalde, como payasos. Todos eran unos payasos y no en el buen sentido.

Arthur llevó el cigarro a su boca y se burló con cinismo de las palabras de Wayne. Un payaso había matado a tres hombres que laboraban para él. Un payaso había alzado a las masas y, aunque sus palabras fueron dolosas, Thomas Wayne no se imaginaba que la hastiada gente de la ciudad se convertirían en payasos para hacerle ver a los ricos que ya estaban agotados de sus abusos y desinterés.

—Tú eres la pareja de Grace, ¿verdad? —escuchó, se dio la media vuelta y observó a un hombre de la tercera edad portando un uniforme de cartero. Arthur parpadeó veloz y al final afirmó—. Me alegra conocerte, soy Bob Kersh, cartero de toda la vida —saludó mientras extendía su mano. Él correspondió el saludo—. Trabajó con ella. Tardará un poco en salir, está en junta, me pidió que te avisara.

—Gracias —respondió llevando el cigarro a la boca. Retomó la vista a los periódicos, pero sintió como aquel señor le observaba. Le vio de reojo y trató de ignorarlo.

—Me agradas —soltó. Arthur no evitó una sorpresiva expresión en su rostro—. Bueno, me agradas para que esté con Grace —una ceja arqueada fue su respuesta—. Desde que está contigo, ella se ve muy feliz y me alegra que tenga un buen hombre.

—¿Gracias?

El señor Kersh se acercó a él y palmeó su hombro. Extrañado Arthur miró el momento con incomodidad, no obstante, le había agradado aquel gesto. En ese momento, el señor Kersh desvió su mirada a los periódicos y leyó los titulares, un suspiró surgió de él y redirigió su mirada a Arthur.

—¿Cómo vez esta situación? Yo, la verdad, no sé si sentirme bien o mal por ella.

Fleck frunció su ceño.

Joker: A Fair Lady.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora