La cacería y el misterioso Adonis

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El ἀγορά (ágora) de Aeneas, la majestuosa plaza del entretenimiento y el negocio. Música podía ser escuchada a la lejanía junto a las voces armoniosas de diferentes mujeres, y los actores del teatro exterior se adentraban al lugar para deslumbrar ante el público. Bellos pilares dóricos levantaban cada edificio con elegancia y simpleza, y la gente complementaba esta majestuosidad con sus túnicas, con sus quitones blancos y delicados cubriendo sus pieles, protegiéndolos de los cálidos rayos de sol.

Trabajaban, se saludaban, continuaban con su rutina de siempre. Entre todos ellos, un hombre con cuerpo de deidad, excesivamente alto y de ojos profundos aguamarina, misterioso para los demás ciudadanos por su callada y reservada presencia, iba con la mayor simpleza a comprar algo de pan —los cuales solían ser de una curiosa forma alargada— en la panadería de su amigo, un hombre extranjero que se había establecido en Aeneas hace un par de años luego de una extensa travesía de la cual jamás le dio muchos detalles.

Había despertado con un humor magnífico, estaba relajado y se encontraba totalmente libre de trabajos y preocupación aquel día, por lo que su mejor opción era salir sin apuro, en busca de un buen desayuno.

Al llegar al centro del ágora divisó el comercio y se acercó para hablar con su amigo.

Buenos días, Jean-Pierre —dijo con su usual tono de voz serio.

¡Buenos días, Jotaro! Vienes por mis panes, ¿cierto? —dijo su entusiasta amigo de cabellos plateados sabiendo que a Jotaro le encantaban, y éste asintió con una leve sonrisa—. Bien, ya vuelvo.

Mientras Jotaro esperaba paciente por sus panes empezó a fijarse en sus alrededores, dándose cuenta de la muy buena posición que poseía Aeneas esas últimas semanas; la economía y artes estaban floreciendo y las personas seguían igual de animadas a diario. La época de la lluvia de oro se acercaba sublimemente a la ciudad, bañándola en gloria.

Tanto no tardó en notar el negocio de al frente, el cual estaba rodeado de diferentes tipos de carnes, aves, salchichas, y uno que otro tipo de queso. Era un negocio inusual, pues la dieta común de su gente estaba principalmente conformada por frutos y panes, el consumo de carne no era tan excesivo ni común. Por su cabeza pasó la idea de ir a cazar, ver tanta carne le recordaba a sus últimas salidas de caza con sus amigos y su abuelo; hacía ya años de aquellos momentos de diversión y adrenalina.

Su pasión y fascinación por la caza era enorme, por lo que se convenció a sí mismo de ir al recordar lo que había pasado con su arco unos días atrás; así aprovecharía de hacer algo diferente en su rutina y le encontraría una función a su despejado día. Se encargaría de deleitarse con una deliciosa cena que sería preparada con lo que cazaría, y si conseguía presas suficientes, las vendería a sus vecinos más cercanos para sacar algo de dinero.

A los minutos volvió Polnareff entregándole los panes recién salidos del horno, y Jotaro pagó con un dracma.

Gracias Polnareff. En un rato iré a cazar, te traeré carnes si consigo algo de calidad —dijo simple.

Está bien, que te diviertas Jotaro, ¡adiós! —Polnareff movía su mano rápidamente en forma de despedida, pues aunque su amigo nunca generaba mucha conversación y no era el más cariñoso, estaba alegre de tenerlo. Había contado con él por mucho tiempo, había demostrado ser de confianza y buen corazón cuando lo consolaba por la muerte de su hermana Sherry... cómo la extrañaba.

Volviendo con Jotaro, éste se retiró, y al llegar a su casa preparó su desayuno, por momentos fijándose en la lira que tenía puesta en una mesa, la misma que se encontraba tocando hace unos pocos días. Era un hermoso instrumento, solía sentarse cuando no tenía que hacer y tocarla por largos ratos, deleitándose con las bellas melodías que salían de la pequeña arpa.

『 Il Giovane con le ℭorna 』 🌒 (JotaJosu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora