Problemas lingüisticos

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Los abrumadores sonidos de cacerolas y utensilios de cocina que provenían del piso de abajo acabaron con su cómodo sueño de anoche, que aunque se la pasó despierto por un largo rato por precaución, una vez cayó dormido, fue profundamente. Esa cama parecía ser mágica, era como una nube, muy suave y delicada, pero que desprendía el característico olor de aquel hombre.

Al sentarse se quedó pensando, pues cayó en cuenta de que ahora no tenía qué hacer, estaba en la casa de un desconocido, sin poder comunicarse bien con él, y sin poder volver a su hogar. ¿Qué podía hacer? Tenía claro que debería recordar pronto cómo ir a Galleggianta, pero no tenía ni una pista de cómo. Quizás sólo debería bajar y lidiar con la dificultad que tendría ese día sin pensarlo mucho, pues no serviría de nada mortificarse.

Bajó sigilosamente hasta al baño para que el hombre no lo viera como un desastre matutino. Acomodó su cabello y limpió su cara y dientes con delicadeza. Una vez preparado, caminó tímidamente por el pasillo en busca de Jotaro.

Lo vio en la cocina preparando el desayuno mientras bailaba alegremente, tarareando una canción de forma tonta; ¿qué se imaginaría que él, el que lo intimidó ayer con su presencia y su arco, estaba bailando como un adolescente? Sonrió divertido, fijándose de nuevo en lo atractivo que era el hombre; repasó su trabajada espalda con la mirada, y muy poco después bajó más sus ojos. «Lindo trasero, también» pensó. Era una deidad, pero estaba en plena mocedad, era inevitable pensar ciertas cosas... inadecuadas en momentos que no debía.

Decidió contenerse a sí mismo y entró a la cocina, aparentemente inocente como que si no hubiera pensado algo tan descarado hace unos segundos. Tocó con cuidado su hombro tratando de llamar su atención y saludarlo en su idioma, moviendo su mano de un lado a otro para que entendiera que era un saludo. Éste, aparentemente avergonzado, detuvo su baile al voltearse estrepitosamente, y también movió su mano en forma de saludo.

Hola, Josuke —Engrosó su voz, mirándolo serio.

Ho... ¿la? —preguntó buscando de darle a entender que quería saber que así se pronunciaba, y el hombre lo captó, dándole un asentimiento como respuesta.

Ehh... ¿entiendes algo de lo que digo? —El joven le preguntó, deseando que él entendiera al menos una mínima cosa, pero para su desgracia, no fue así.

—Uh... —Dudaba Jotaro.

Eso le confirmó a Josuke su desgracia, pero, ¿por qué un humano sabría del idioma de los Sopraggios? Era una idea bastante ilógica. Suspiró con resignación, tendría que arreglárselas comunicándose como un salvaje.

El hombre no tardó en enseñarle dos platos de comida dejando esa incómoda 'conversación' de lado, y luego se acercó a la mesa para posarlos ahí. Se sentaron, y volvieron a comer de la misma forma que ayer, pero ahora cada uno intentaba con todas sus fuerzas siquiera sacar una leve conversación decente con señas y una que otra palabra en sus respectivos idiomas, mas no pudieron, fue inútil.

A los minutos de ambos terminar, Jotaro se encargó de limpiar la mesa mientras le sonreía ocasionalmente a Josuke, pues si no podía hablarle, al menos lo haría sentir cómodo. Se dirigió a los conejos que había cazado después de haber tomado un cuchillo, y empezó quitar su piel exterior, para luego sacar los huesos, y picar la carne para lavarla. Durante su preparación, Josuke lo detuvo para ayudarlo, y así fue, picaron sacando la grasa que había en exceso y limpiaron la carne juntos en un silencio infernal, que duró al menos una hora durante su labor. Ninguno tenía ni la mínima idea de como lidiar con la situación.

Una vez terminado, Jotaro acomodó toda la carne en un gran cuenco de barro cocido que contaba con agarraderas, y lo cargó junto con un par de hojas de muy gran tamaño para luego llamarle.

『 Il Giovane con le ℭorna 』 🌒 (JotaJosu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora