EXTRA

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Lenna

Observo a Zoe subir las escaleras de la resbaladilla para arrojarse casi en cuanto llega a la cima, repite la misma acción hasta que dejo de contar y enfoco mi atención en verificar que no se lastime.

Casi de manera inconsciente llevo una mano a mi vientre. Estoy sorprendida de haber pasado ya el primer trimestre por primera vez después de tener a Zoe y no sé cómo sentirme al respecto.

Estoy consciente de lo tarde que es para dar marcha atrás, así como lo estoy de lo difícil que será el embarazo. Nunca pensé en el aborto como una opción real y, viendo a mi hija, tampoco pensé en que continuaría con su curso natural. No tengo idea de lo que va a pasar ahora.

El timbre de mi celular me saca de mis pensamientos.

"Cita con el ginecólogo en 30 minutos" Leo el recordatorio en la pantalla.

—Zuzu, debemos irnos —mi hija hace un puchero pero se arroja por última vez de tobogan para correr hacia mí.

—¿Me compras un helado, mami?

—No querrás comer después — hace una mueca y hace el puchero con el que sabe que conseguirá lo que pida —. Pero talvez compremos un bote de limón...

—Vainilla —me interrumpe.

—De vainilla —corrijo— después de salir del consultorio.

—No quiero —se cruza de brazos y frunce el ceño. Me impresiona cuan grande es el parecido con Adrián—. No me siento mal.

—No es para ti, amor —me levanto de la banca y tomo la mano de mi hija para caminar hacia el auto—. Mami debe ir.

Evalua mi cara y decide que no es ninguna trampa así que me acompaña sin resistirse.

—¿Va a ir papi Ángel? —casi puedo decir que el dolor en mi pecho es físico.

—No, amor— asiente y sube en silencio a su asiento en el auto.




Tiemblo un poco cuando el frío gel toca mi piel. Mi hija observa atenta el procedimiento.

Estoy de vuelta con mi doctora de cabecera, después del trago amargo con Francia. Intenta conversar alegre con mi hija respondiendo las preguntas que ella hace.

—Aquí —señala un punto en el monitor— veremos a tu hermanito.

Mi niña se ve sorprendida y la doctora comienza con el ultrasonido. Toma capturas y medidas de las imágenes.

Estoy nerviosa viendo las imágenes que me sorprende cuando el eco del corazón de mi bebé comienza a llenar la habitación.

—Aquí —señala la doctora— está el corazón.

Veo la manchita latir y mi hija pega su mejilla a la mía.

—Voy a tener un hermanito, mami— me da un beso y luego pasa a mi vientre para hacer lo mismo.





Zoe y yo estamos cómodas en el sofá viendo La Sirenita y comiendo helado cuando el timbre nos sorprende. La dejo entretenida, sin intención alguna de saludar a quien sea que llama a la puerta, y camino descalza.

El timbre vuelve a sonar y me apresuro.

Ángel está parado notablemente incómodo afuera de la puerta del que solía ser mi hogar durante los primeros años de universidad.

—¿Están bien? —Elevó la ceja y el guarda las manos incómodo en los bolsillos del pantalón.

—Estamos bien —me cruzo de brazos y recargo en el marco de la puerta. No tengo ganas de invitarlo a pasar —. ¿Pasa algo con los niños?

—Están bien. Lenna, tenemos que hablar —agradezco que respete mi espacio personal—. Por favor.

—¿Está bien mañana? —no está conforme, pero no presiona.

—¿Te gustaría desayunar conmigo? —asiento con la cabeza. Cuando Zoe me llama doy por terminada la visita y entro en casa sin decirle más.




Conduzco con cuidado después de dejar a Zoe en el colegio. No me sorprendió saber el sitio donde me encontraría con Ángel "Máximo idiota" Ivashkov. Aparco el auto y entro al edificio donde se encuentra uno de mis restaurantes favoritos.

El anfitrión me recibe y me guía hacia una mesa en el fondo.

Ángel se pone de pie cuando me ve y se sienta cuando yo estoy en mi silla.

Durante un par de minutos nos dedicamos a quedarnos callados y vernos fijamente hasta que el mesero llena el silencio mientras toma nuestras órdenes.

La comida es deliciosa y disfruto cada bocado. Como con lentitud cuando noto que Ángel terminó. Él solo hace uso de su paciencia y espera hasta que termino.

—¿Cómo estás? —le doy una mirada molesta— ¿Cómo va el embarazo?

—Va bien —me acomodo mejor en la silla—. Ayer fui a la primer eco.

—No me dijiste.

—No haz llamado. Supuse que no te importaría —se frota la cara notablemente molesto.

—Tampoco lo haz hecho tú. Te busqué en casa de Igor...

—Yo no me comporté como un idiota.

—Te fuiste a vivir a casa de Adrián, si eso no es comportarse como idiota tengo mal la definición.

—No te voy a contradecir. Fue estúpido. Muy estúpido, pero es el papá de Zoé y, mi hija, necesita a su papá con ella.

—Los demás niños, que te aman como si los hubieras traído al mundo, necesitan a su mamá con ellos.

—Eso es bajo. Sabes que los amo a todos por igual, pero no los puedo llevar conmigo como quisiera —ambos sabemos que es cierto—. Rebeca buscaría cualquier pretexto para molestar y no voy a dejarle las cosas tan fáciles —las hormonas hacen lo suyo y ya estoy llorando—. Adrián necesitaba alguien que realmente lo sostuviera.

—Y es por eso que santa Lenna debía ir, ¿no? —su voz resuena por todo el lugar— ¿No vez que eso es lo que busca?. Allí está la mujer a la que embarazó, tiene a su papá... Tiene a tu hermano y a Maxwell. No está sólo.

—Tienes razón —trato de no gritar, pero a estas alturas las miradas del personal y los pocos comensales están en nosotros—. Tenía que ir, porque YO le hice eso —No sé cómo es que ahora estoy de pie—. Te elegí a tí, y cuando resulta que las jodidas pastillas fallan, es todo mi culpa. No quiero morir. No busqué esto más que tú. Ahora, —dejo el anillo que he llevado por casi cinco años en la mesa— toma tu responsabilidad como yo estoy tomando la mía y deja de arrojar la pelota a los demás.

Salgo bajo las atentas miradas de todos y me esfuerzo por no ver atrás hasta llegar a un mejor lugar.

En ésta no (#3 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora