VI

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Capítulo 6.

Condenados a la vida.

Condenados a la muerte.

Nadaban en ríos de veneno influyente, mares de personas mutiladas con gritos de locura ilícitos y silenciados. Tan espectrales eran los recuerdos y tan especiales las ilusiones que parecían chocar con cada parte de su ser, rompiendo todo aquél peligroso corazón de seda rojiza en un millón de piezas distintas, ¿a dónde iban los corazones cuando se encontraban rotos? Quizás no habían respuestas, quizás solo existía música para cada sentimiento, para la unión de cada pieza.

Eran cristales, cristales inmarcesibles con oscuridad en ellos. Filosos como las ciudades de papel, creando cicatrices más profundas en la piel... Cicatrices, aquello siempre parecía tornarse al hecho de morir intentando vivir en una libertad asfixiante, saliendo herido en un boulevard de sueños rotos. Ella era un claro ejemplo de una bailarina llena de marcas invisibles, una bailarina con un arma guardada debajo de su falda y un terror inminente destellando en sus ojos.

Y él... Él parecía ser diferente a todos aquellos fantasmas en un mundo de viveza, intentaba contemplar el mundo con optimismo aquella alma viajera. Y quizás había una razón oculta detrás de todo aquél inconmensurable sentimentalismo que se llevaba la marea. Diferentes motores impulsaban a aquellas personas superficiales, y a él, el centinela renegado, el soldado perfecto... A él solo lo movía el amor.

Algo tan subjetivo llenaba a los corazones con tanta energía, era como una batería celestial para los bailarines deseosos de otra pieza más. Lo que pocos sabían era que el Capitán América tenía dos pies izquierdos a la hora de bailar por lo que los pisotones no se hacían falta tornando el suelo en un color carmesí.

Amor como un huracán. Amor como una tormenta.

Quizás aquello último podía definir la visión de ambos nómadas de la vida, tanto el soldado como la espía mantenían una misma mirada ante tal sentimiento arrebatador. Era una tormenta, y no de cualquier color tenue o pasional, una tormenta azul llena de melancolía y momentos tensos. Una tormenta azul de sentimientos y palabras, indiferencia y muerte.

Condenados.

Ella no había asistido a aquél compromiso con el soldado, de alguna u otra sentía que no era apropiada la acción de concurrir. Eran tan sublimes y cortantes los sentimientos que en aquél abismo se hallaban. Abismo tintado de miseria, de dolor y monotonía, se preguntaba cuándo podría ver su reflejo y verse realmente a ella, sin aquella piel bronceada y completamente falsa o aquél cabello oscuro color obsidiana, no. Ella quería ver a la chica imperfecta, a la que dormía con un cuchillo debajo de su almohada, anhelaba notar esa cabellera perlada de rojo y su voz al alba.

Anhelaba sus pies descalzos en su habitación, deseaba con todas su fuerzas el hecho de bailar sin sentirse rota, el hecho de vivir sin sentirse muerta. Poseía una sed infernal de veracidad indemne, de alguna u otra manera los días siempre parecían terminar con ella viendo una foto de los magnificentes héroes.

Arrastraba consigo una carga celestial, un manto de perdición y sabía que de alguna forma aquello era el precio que el Diablo le había otorgado, no estaba en números rojos pero era hora de que la consciencia comenzara a generar estragos.

Estaba sola en aquél acogedor lugar que reconocía como su hogar, nuevamente parecía que la doctora tenía trabajo pendiente. El cielo había comenzado a llorar en un momento repentino mientras los minutos pasaban, el remordimiento parecía querer hacerse paso por las habitaciones desoladas.

Un café frío en manos mientras veía las gotas ser estrepitosamente golpeadas contra el vidrio perteneciente a la ventana, no se había dado cuenta del transcurso del tiempo hasta que finalmente había sentido sus manos heladas. Era increíble como los incendios eran apagados con el tiempo, como la vida era arrebatada en actos tan inquietos.

BLUE STORM─ Romanogers.Where stories live. Discover now