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Capítulo 5.

Bailaban de forma idílica aquellas jóvenes almas cuyo pasado se veía mutilado por la catástrofe carmesí de los demonios nocturnos. La mente de la chica de cabellos rojizos permanecía con un epitafio sangriento mientras su voz era expulsada de una forma sublime, cantando nanas que le jalaban nuevamente a aquél pasado gris.

Había atravesado tantos huracanes tintados de calma que se le hacía extraño ser ella misma la encarnación de un ciclón, porque en aquél mundo voraz y despiadado en el que la superficie era lo único que importaba... Ella brillaba. Y brillaba con aquellas piezas en su interior rotas, bailaba con ellas creando un eco infernal y cantaba cuyo grito angelical era expulsado por aquellos labios resecos. Últimamente solo aquello le tranquilizaba, ese espacio artístico en el que sentía su liviana alma flotar en aquél limbo azulado que parecía extenderse en cada rincón de la habitación.

Blair no estaba. Y es que la chica de potente mirada debía ir a trabajar como aquella prestigiosa doctora que era, o científica. No sabía cómo describirle siendo que era aquella que había trabajado con su cuerpo, experimentado de tantas formas diferentes que le causaba escalofríos pensarle, y todo para volver a sentir aquél paso suave y efímero que solamente la vida podía dar. Aunque seguía abierta a investigar puesto a que el anterior día, mientras miraba su delgada figura nívea en aquél sucio espejo de la habitación que era considerada como baño, había notado que faltaba algo.

Y no eran detalles como aquellos pequeños lunares o granos que solían irse con el tiempo, era algo más profundo. Una cicatriz.

Una marca en su cuerpo que había perdurado por tanto tiempo había desparecido, como si el tiempo y la muerte borrase aquél pasado lleno de adrenalina y sacrificios que había montado la rusa en su espalda esquelética. La cicatriz en cuestión era aquella que el sargento James Barnes le había efectuado cuando su mente se había hecho del tamaño de una nuez, siendo controlado como un juego de naipes por una única cabeza que tenía devotos.

Paró de cantar y mecerse en el momento que escuchó unos fuertes toques en su puerta, intermitentes y con una fuerza moderada. Tan solo por el ruido ejercido por aquella mano podía reconocer que era una persona del sexo masculino, por aquella brutalidad ilícita expresada en tal sencillo gesto. No había sido necesario recoger el artilugio tecnológico de Blair puesto a que siempre lo llevaba puesto, mostrándose incluso a sí misma quién se suponía que debía hacer.

Generalmente las personas hacían eso, determinar el mundo con una pluma y tinta negra. Sentados de una forma tan elegante detrás de escritorios de madera maciza, esperando a ver el efecto que causaban aquellas palabras impresas en hojas, en mentes, en corazones frágiles como el cristal. Ella había cedido ante aquella inminente presión que amenazaba con asesinarle -una vez más- de forma horrenda y despiadada, pero solía preguntarse qué hubiera pasado si aquél rostro ruso hubiese sido expuesto.

Si aquél cabello rizado hubiese sido encontrado por la luz celestial de la Luna llena o si aquella sonrisa traviesa hubiese encontrado un receptor atento. Pero su voz meliflua parecía verse confundida entre tanta niebla e inquietud social, aquellas cosas que parecían mantener a la ciudad impaciente incluso en las noches. Sin dormir permanecían aquellos humanos cuyos corazones se veían quebrados.

Con un movimiento simple abrió la puerta encontrando afuera de esta a un soldado cuyo corazón había sido enterrado con el falso fantasma de ella. Y la extrañeza en su mirada solo le provocaba cierta adrenalina a aquél danzarín corazón de seda escarlata que no paraba de dar brincos en ese sendero que llamaban vida. Con una ceja arqueada miró al soldado que no paraba de rascar su nuca con pereza y nerviosismo, nerviosismo tintado de miedo.

BLUE STORM─ Romanogers.Where stories live. Discover now