IV

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Capítulo 4.

Durmió.

Aquella noche febril se había teñido con sueños triviales. Y las pesadillas no tardaron en hacerse presentes con un eco infernal de su lado, como si de pequeños demonios llenos de terror se tratase. La pelirroja solía correr una carrera todas esas noches en las que su corazón palpitaba con un frenesí sangriento. Pero para él aquello no era tan frecuente.

Sus sueños eran sin color alguno, el sólido negro recubría la superficie en la que sus pies estaban depositados mientras que el brillante blanco tintaba el cielo, recubriendo las maravillas de la diversidad con una simple tonalidad. Solía abrumarle aquella fina soledad gélida y la monotonía grisácea que parecía perseguirle como un fugaz policía lleno de armas. Pero la aniquilación había sido entablada en aquél último sueño carente de alegría, aquél último sueño lleno de melancolía. Los colores habían aparecido finalmente pero el deseo de desaparecerlos había sido creado en aquella vieja alma. Y es que eso era normal en las personas, el lúgubre deseo de querer algo para luego desvanecerlo.

Deseos inéditos expresaban un pecado ilícito en aquellos sueños de traslúcidas intenciones, pero el toque colorido había enloquecido al soldado que acostumbrado a la monotonía rechazaba el cambio. Y es que había soñado que la pelirroja de flamantes cabellos regresaba en un milagro dorado lleno de fantasía celestial inculcada, pero esa no era su Natasha. Había notado aquello por los pequeños detalles que caracterizaban a aquella que reconocía como su amiga. La espía rusa de su etéreo sueño era como si de un diáfano se tratase, emitiendo una luz inmensa a los ojos de cualquier vigilante forajido que pasease por aquél sendero espectral.

Pero no. Natasha no era un ser de luz en su totalidad, y lo sabía a la perfección porque la experiencia le había permitido acceder al conocimiento de que todos tenían oscuridad en su interior, mezclada de forma mezquina como si de cintas enredadas de forma eterna se tratase. Tal como el destino, incierto e inmenso.

Oscuridad pura e infinita color obsidiana descansando en cada corazón desolado. Incluso el centinela de la libertad podía reconocer un par de ocasiones en las que había sentido aquella presencia en su alma, danzando con una sombra del pasado o tal vez un vacío que siempre estaría acompañándole.

Y la rusa de cabellos rojizos tenía una oscuridad sublime, ya que reconocía aquello con fiereza. No era una heroína, era una bestia vestida con ropajes normales. Era todo aquello que solía ser contado en fogatas los días en campamentos, era el terror más delicado y fino que no hacía sonido alguno cuando se acercaba. Podía romperse en mil y un pedazos y nadie detectaría aquello porque su rostro era el de un ángel puro y bello pero su ser... Su ser era la locura más grande conocida por el ser humano.

Ambos tenían similitudes, habían sido moldeados por la experiencia en su grado más puro. Pero él representaba aquello que era bueno en las personas mientras ella se movía serpenteando por las calles de la ciudad que nunca dormía, ella estaba hambrienta de realidad escarlata y frágil. Aquella noche llena de fantasmas no habían hecho nada más que espantar aquél desgastado corazón de piedra de la espía, que tras huir de sus sueños espectrales había decidido salir a tomar aire.

Aire marchito por aquél ruido incesante de las sirenas. Policía, ambulancias, todos corrían en línea recta hacia un destino. ¿Cuál era su destino después de la muerte? ¿Realmente cada una de las personas tenía un destino? Porque ella se sentía perdida.

Perdida en un mundo sofocante que brillaba bajo un manto de estrellas gigantes. Había salido a la terraza del edificio, intentando buscar un momento que redefiniera aquella noble noción de vida que cargaba en su esquelética espalda. Tal vez el hecho de volver al mundo realmente llegaba a alterarle al punto de ahogarle, le hacía sentirse pequeña el hecho de haber abandonado aquél mundo y volver en un destello.

BLUE STORM─ Romanogers.Where stories live. Discover now