VII

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Capítulo 7.

Cristales cayendo del cielo en forma de espiral, pidiendo a gritos de forma ancestral una pizca de esperanza tintada de verdad. Eran eternos los segundos trazados en aquél lienzo llamado vida, eran eternas las miradas que se convertían en recuerdos, parecía increíble el hecho de respirar en un mundo vestido de falsedad y mentiras cuyo objetivo era sacar a la luz la bestialidad de los humanos, dispuestos a matar. Cada alma encerrada en aquella prisión llamada rutina era consciente del veneno circulando por su cuerpo, contaminando su cerebro de ideas tétricas y vacías como el sentimiento más remoto en la vida.

Natasha Romanoff sentía que la vida se quebrantaba en aquellos momentos en el que el viento sofocaba su voz, transformando los susurros que quedaban en mentiras piadosas llevadas a una tormenta lejana de forma veloz. Parecía que el mundo era manejado por los engaños, exhibidos con deleite en un teatro de lujosas adquisiciones, danzando en un mondo salón con altos tacones. Títeres de la devastación luchaban por la falsa verdad que no residía en ningún lugar, falacias manejaban cada movimiento y sonrisas rotas aprovechaban el momento.

Todo en su vida eran patrañas. La amistad era una patraña, el amor era una patraña, su identidad era una patraña.

Pero cuando veía el brillo en los ojos de aquél rubio cuyo corazón yacía roto solía reflexionar aquello, soñar por un momento en que todo era verdad. Se quería envolver de quimeras y viajar más allá de la realidad, tocando las nubes sin llorar. Pero el pesimismo era el verdadero camaleón que fingía ser amigo para luego traerle la destrucción, solía preguntarse cómo el Capitán América conservaba aquella sonrisa después de tanto tiempo, el cómo de tal brillo etéreo en sus ojos. Y no encontraba ninguna respuesta suficientemente buena que le devolviera el respirar.

- Siento que debo decir algo. Hace cinco minutos que estamos sentados mirando a la pared sin decir nada. ¿Ésta es tu rutina?

Escuchó al soldado hablar con ronca voz presente, y es que se notaba tan tensa en aquellos instantes. No sabía cómo debía reaccionar a algo tan frágil como los sentimientos, o como rechazarlos sin romper ningún fragmento, eran tan débiles las personas al final del día cuando se contemplaban frente a un espejo notando defectos, torturando cada una de sus facciones. Ella no era diferente, pero aceptaba que lo que se encontraba detrás de su piel no era nada más que oscuridad en forma de monstruosas garras, desglosando su alma se encontraba aquella mezquina aberración del pasado que tenía sangre en sus manos.

Para ella era más que notable que su vestiglo interno le ganaba cada una de las infinitas carreras, provocando sollozos a mitad de la madrugada. Pero él decidía no ver aquello, no le conocía perfectamente a la chica cuya cabellera obsidiana ocultaba un engaño, no conocía los inconmensurables rostros que tenía ocultos tras un manto de nieve fría. Ella se envolvía de quimeras, pero él se envolvía de peligrosos secretos que podrían silenciarle con el tiempo.

- ¿Quieres que vaya a prepararte café y tengamos la cita aquí? Te voy adelantando que eso no va a pasar.

Solía ser ruda a la hora de huir del sentimentalismo, ese que como cintas oblicuas intentaba robar su vida perdida. Podía ver como la lluvia seguía cayendo fuera, renovando a las personas, llenándoles de fuerza, pero por alguna razón seguía atrapada en un mismo instante de su vida, en un mismo instante en el que terminaba con aquella última. ¿Por qué no podía olvidar el dolor la pelirroja? ¿Por qué no podía avanzar como todo humano normal? Parecía que se veía sumida en un martirio cuando cerraba los ojos, un martirio con ruidos extraños y sensaciones talladas en hielo, un martirio que aunque ella aún no lo sabía, terminaría por fundirla en fuego.

- Bueno, ¿quieres empezar de nuevo?- Miró al chico incrédula, como si le hubiera hablado de algo completamente salido de la realidad, algo tan fugaz como la felicidad.

BLUE STORM─ Romanogers.Where stories live. Discover now