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—¿Te han vuelto a pegar?

—Esta vez no fue nada, solo un empujón.

Mojé el algodón en agua oxigenada y empecé a pasarlo cuidadosamente por la maltratada ceja de Marcel.

—Yo creo que lo haces a propósito— reí junto con él.

Me había parecido muy tierno cuando, nada más llegar a casa, me preguntó entre tartamudeos si quería hacerle las curas. Me acuerdo de lo rojo que se puso al hacerlo.

—¿Por qué no te apuntas a clases de defensa personal?— Marcel se empezó a reír— ¿De qué te ríes?

—Nada— dijo aún sonriendo— Es una buena idea, me lo pensaré.

Sonreí satisfecha.

—¿Puedo hacerte una pregunta?— asintió con los ojos cerrados mientras aún atendía su ceja— ¿Por qué te vistes así? Quiero decir, la primera vez que te vi tenías un estilo completamente diferente.

—¿Ah sí?— respondió sin darle mucha importancia. Parecía un poco molesto— Habría echado todos mis conjuntos de viejo a lavar. Yo siempre visto así. Estoy cómodo así— sentenció.

—Perdón— susurré.

Abrió los ojos para mirarme y al momento suspiró.

—No, perdóname tú. Siempre reacciono así cuando se trata de mi ropa, demasiados años respondiendo a las mismas preguntas— sonrió para quitarle hierro al asunto.

Tras unos minutos de silencio volví a hablar.

—Bien, esto ya está.

—Gracias— susurró tímido.

—Oye— dije algo insegura— ¿te apetece ir a estudiar a la biblioteca?

Lo cierto era que no tenía nada que estudiar, pues faltaban meses para mis exámenes y aún no habíamos dado tanta materia en las clases, pero mi boca se había adelantado a mis pensamientos, pues lo que realmente quería era pasar tiempo con él.

—Me encantaría— respondió con una amplia sonrisa.

💮💮💮


Marcel hacía esquemas sin parar en su libreta, escribiendo un montón de cuentas y números que mi cabeza no era capaz de entender. Yo, por otro lado, miraba mis escasos apuntes, intentando concentrarme en ellos, aunque siempre se me desviaba la mirada hacia el chico que tenía sentado en frente mía.

Cuando Marcel terminaba alguna cuenta, levantaba la mirada pillándome desprevenida. Yo le sonreía, con mis mejillas ardiendo, para después volver a agachar la cabeza y esconder mi rostro avergonzado. De vez en cuando divisaba una pequeña sonrisa en Marcel tras ello.

Solté un bufido al darme cuenta de que no iba a ser capaz de concentrarme en otra cosa que no fuera él, así que me levanté decidida y me dirigí a las estanterías de aquella enorme biblioteca. Empecé a pasar mis dedos por las tapas de los libros hasta detenerme en uno al azar. Lo saqué, llevándome con él el polvo acumulado de hacía meses, y lo analicé con mucha atención.

La Fundación, de Antonio Buero Vallejo— susurró Marcel detrás mía— Es una obra de teatro española sobre la Guerra Civil.

—No la conocía— respondí interesada.

—Esa obra muestra un choque entre lo que es real y lo que no, en lo fácil que es que nuestras mentes nos engañen.

—No creo que sea tan fácil— solté una leve risa.

—Yo creo que sí— me pidió permiso para coger el libro y lo ojeó— Quien sabe, quizás lo que estamos viviendo ahora no es real.

Quedé extrañada ante tal reflexión. Definitivamente iba a llevarme ese libro.

—Te apetece...— dijo tartamudeando mientras me devolvía el libro— Uh, ¿te apetece ir a dar un paseo?

Suspiré aliviada, pues por fin iba a poder dejar mis apuntes. Sonreí en su dirección como gesto afirmativo y volvimos a nuestra mesa para recoger las cosas. Salimos de la biblioteca y Marcel me llevó a uno de los parques más cercanos.

—Hay un motivo por el que soy como soy— dijo mirando al suelo mientras caminábamos al lado de un pequeño río— Casi nunca he sido capaz de contarlo.

—Y no tienes por qué contarlo si no quieres— dije de inmediato para que no sintiera ninguna presión por mi parte. Lo último que quería era obligarle a contar algo con lo que no se sentía cómodo.

—No pasa nada, contigo me siento libre para hablar de cualquier cosa— sonrió y yo me sonrojé. Me sostuvo la mano con la suya y me dirigió a un banco para sentarnos— Mis hermanos y yo tuvimos muchos problemas en nuestra infancia, aunque la peor parte me la llevé yo. Teníamos cinco años, nuestros padres empezaban con la empresa así que casi nunca estaban en casa. En su lugar estaba Cassandra, nuestra niñera. Era joven, recuerdo que se pagaba los estudios con lo que ganaba como niñera. Al principio nos maravilló, era muy buena con nosotros y nuestros padres estaban encantados con ella, sin embargo, al poco tiempo, empezó a cambiar. Perdía la paciencia muy rápidamente y si hacíamos algo que no le gustaba nos pegaba hasta hacernos llorar, pero la cosa fue empeorando y esas bofetadas acabaron siendo palizas. Conmigo se cebaba especialmente porque mis hermanos conseguían escapar y esconderse, pero yo no. Estuvimos así varias semanas, mientras mis padres no estaban en casa, hasta que un día la paliza fue tal que los vecinos llamaron a la policía y me encontraron inconsciente. Estuve nueve días ingresado en el hospital, y Cassandra entró en prisión al poco tiempo.

Me había quedado de piedra y no tenía ni idea de como reaccionar. La historia había sido tan estremecedora que se me habían puesto los pelos de punta.

—¿Sigue en prisión?

—Murió de una sobredosis allí metida.

—Vaya— volví a quedarme sin palabras, pues no era capaz de procesarlo todo— Siento haberte hecho recordar todo eso.

—No es algo que pueda olvidar, simplemente se va superando con el tiempo— respondió para quitarme de encima la culpabilidad que tenía en aquel momento— Por eso soy así. No me gusta acercarme a la gente por si me vuelven a engañar con sus comportamientos, así que me distraigo con mis cosas, ya sabes, mis estudios y todo eso.

—Te has acercado a mi.

—Tú eres distinta— dijo todavía mirando al suelo.

Empezaba a ponerse el sol y los rayos anaranjados chocaban contra el algua del río, iluminándonos nuestros rostros. También el frío empezaba a hacerse notar, y mi cuerpo no tardó en sentirlo.

—Será mejor que nos marchemos ya, se está haciendo de noche— dijo levantándose y quitándose la chaqueta— Póntela, te va a coger el frío.

Sonreí agradecida y me tapé con ella. Empezamos a caminar y en un gesto casi automático de consuelo, dirigí mi mano hacia la suya para entrelazarlas. Le vi sonreír nervioso, pero ninguno de los dos dijo nada.

Al llegar a casa cada uno fue por su lado. Fui a mi habitación y me tiré rendida en la cama, tenía mucha información que procesar. Al momento de hacerlo, un mensaje de un número desconocido me llegó.

"¡Hola Gin, soy Niall! Brook me dio tu teléfono, espero que no te importe. Quería proponerte una cosa: mañana mis padres dan una especie de fiesta para reunirse con gente de negocios, ya sabes, cosas de adultos ocupados, y me salvarías la vida si vinieras, ¡va a ser aburridísimo si me quedo solo! Por cierto, Brook ya ha aceptado, así que no te va a ser tan fácil librarte"

—¿Otra fiesta?— solté exasperada— ¡Además entre semana!

Estaba tan cansada que empecé a revolverme en mi cama como gesto de indignación, aunque ya tenía claro que iba a ir. Total, era solo para amenizarle la noche a nuestro amigo, no nos íbamos a desmadrar tanto como en aquella fiesta a la que había ido.

Volví a encender el móvil para enviarle un mensaje de confirmación.

No había nada que perder.

The Styles SecretDonde viven las historias. Descúbrelo ahora