Parte 1

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Siempre pensé que mi suerte era absurdamente mala, pero, para tener tan pocos años de edad, ya me consideraba prácticamente un amuleto de la mala suerte.

Tenía un novio, Edward. Nos conocimos en la universidad, en segundo año. Él iba en mi misma clase de francés, y me miraba toda la clase. Finalmente se atrevió a hablarme un día en que llovía de forma inesperada, y él insistió en prestarme su paraguas.

Un par de meses después, estábamos oficialmente saliendo, y un año después nos habíamos mudado juntos a un pequeño apartamento, con una bonita azotea, llena de plantas y luces. Solíamos salir a ver el cielo cuando estaba despejado, y a veces bailábamos con la música vieja de una anciana que vivía en el apartamento del lado. Llevábamos viviendo allí tres años, y estábamos cerca de graduarnos de la uni.

-Quiero pasar el resto de mis días contigo, Lauren -dijo, mientras bailábamos despacio en aquel lugar.

Di una risa vaga.

Y al día siguiente, lo encontré revolcándose con mi prima, Kate, en nuestra cama.

-Lori...

Me miraba con unos ojos grandes, y yo tenía los ojos llenos de lágrimas que no quería soltar.

Lo que siguió fue salir indignada del lugar, y volver más tarde, esperando a que ninguno de ellos dos estuviera ahí. Tenía el corazón partido.

Pero él me esperaba en el sofá, estaba silencioso, como nunca antes lo había visto.

-Lauren... puedo explicarlo.

Se veía arrepentido y atormentado.

Lo miré fijamente. Esperaba una explicación que realmente no quería oír, era doloroso.

-Nos conocimos en tu cumpleaños... ella me agregó a las redes sociales... y comenzamos a charlar... luego a vernos. Pero, una parte de mí no quería perderte.

Di una risa vaga, con los ojos llenos de lágrimas otra vez.

-Lo que siento por ambas es algo inexplicable, no sé vivir sin ninguna de ustedes.

Él no me amaba. Él debía irse.

-¿Puedes entenderlo?

Asentí.

-¿Entonces me perdonas? -preguntó.

Negué.

Fui a la que solía ser nuestra habitación, y cerré con llave. Comencé a echar algo de su ropa en una maleta. La cerré, y salí de la habitación con ella.

-Lori, no es necesario que te vayas, podemos arreglarlo -dijo.

-No soy yo quien se va -dije, con firmeza.

Le di la maleta.

-¿Qué? ¿Y el resto de mis cosas?

-Yo las sacaré, te aviso -dije.

Tomó la maleta, y lo llevé a la salida. Tomé sus llaves, quité la de entrada al apartamento, y se las di.

-Vete con ella.

-No puedo vivir sin ti, Lori.

-Tendrás que aprender a hacerlo, como yo tendré que hacerlo también -dije.

Y lo eché. Cerré la puerta con llave una vez estuvo fuera.

Él golpeaba, y lloraba. Yo lloraba también, pero me alejaba de la puerta. Iba camino a la escalera que daba a la azotea. Ahí estuve sentada en el piso, llorando, escuchando las mismas canciones que solía bailar con él.

El día siguiente, mi teléfono sonó. Eran las nueve de la mañana, yo dormía en el sofá, mis ojos estaban inflamados de tanto llorar.

-¿Hola?

-Lori, vengo por mis cosas.

Me asomé por la ventana, ahí estaba él. Kate iba con él, por supuesto.

Corté, y comencé a tirar sus cosas por la ventana. Y llegué a su gran tesoro, un balón de rugby autografiado por su ídolo.

Fui a la cocina, encendí la estufa y le prendí fuego. Salió un olor horrible, pero ya estaba suficientemente deformada y destruida. Había perdido la tan valiosa firma que le daba valor. Con ayuda de guantes la devolví a su caja de vidrio, y la lancé por la ventana también, junto con su computadora, sus palos de golf y la fotografía de su horrible cara.

Él gritaba y rogaba porque me detuviera, pero ya era tarde.

Así terminé de deshacerme de todo lo que veía, sobre todo, una foto de nosotros dos en nuestra primera navidad juntos.

No podía creer que lo había perdido.

Y rematé con su tazón favorito. Cada vez que podía, me decía que su amada madre le había regalado aquella baratija, era la cabeza de Darth Vader, y según sus cálculos, tenía más de veinte años.

-¡Lori, no lo rompas! -gritó.

-¡Tú me rompiste el corazón! -dije, lanzándolo con fuerza hacia su automóvil. Quedó una abolladura en el techo, y el tazón quedó hecho pedazos.

Y así comenzó el principio de mi primer final.

Te amo, Lauren RosebellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora