Parte 3

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Tres meses después, supe por redes sociales de forma indirecta, que Edward y Kate se habían comprometido.

Yo estaba trabajando en una agencia de publicidad, lo hacía bastante bien, ya que era bastante irónica y sarcástica, y lo amaban. Las cosas estaban saliendo mejor, y me sentía tranquila conmigo misma.

Sin embargo, no podía dejar de odiar a Edward y a Kate. Sé que el odio es una palabra fuerte, pero no los soportaba.

Un día salí con mis amigas del trabajo a celebrar el cumpleaños de Peyton, la más cercana a mí, y vi a Edward. Se veía abatido, estaba sentado en la barra.

-¿Ese no es el tóxico? -preguntó.

-Sí.

-¿Qué le ocurre?

-¿Cómo voy a saberlo? No me importa.

-Estás sonriendo, disfrutas verlo sufriendo, ¿Eh?

Di mi risa vaga, y me levanté a verlo.

-¿Qué tienes? -pregunté.

Él se volteó a verme.

-No sabía que estabas aquí. Ah, no tengo nada.

-Sí, claro, y yo soy la primera dama... no sabes mentir.

-Me han despedido ayer -dijo.

Arqueé las cejas sorprendida.

-¿Qué no eres el hijito del dueño? -pregunté.

Suspiró.

-La he cagado. Papá me dijo que no comprara acciones en Francia y lo he hecho de todas formas... perdió mucho dinero.

-¿Y por qué lo has hecho?

-Porque llevaba días especulando, y estaba convencido de que sí debía... Kate me dijo que sólo lo hiciera y ya... y lo hice... y ahora estoy aquí, algo borracho, hablando con mi ex, cesante y miserable, lleno de deudas... le he comprado a Kate un diamante, voy en la primera cuota de veinte, y justo ayer se ha comprado un vestido Chanel que vale lo mismo que el arriendo del apartamento en que vives.

Frunció los labios.

-¿Y a ti qué? ¿Estás trabajando ya?

-Sí, estoy en una agencia, por allá están mis compañeras. Estoy a cargo de seis campañas, es bastante trabajo, pero estoy bien.

-Me habría gustado que Kate no fuera tan pretenciosa, como tú -suspiró-, ojalá y me hubiera quedado contigo.

-Y yo pienso, gracias a Dios, que me libró de ti.

-De todas formas, sí nos la pasábamos bien juntos -sonrió.

-Dame tu teléfono, te pediré un taxi.

Me lo dio sin protestar, tenía abierta una conversación con Kate, la tenía guardada como "Pastelito". Rodé los ojos.

"¿Dónde estás?".

Era mi momento. Tomé una selfie de nosotros dos, se me veía un gran escote por el ángulo, y el sonrió quizás de forma automática. Se la mandé a Kate.

"Está conmigo, perra".

Y luego le pedí un taxi en menos de un minuto.

Me alejé de él, y seguí con mi vida por unos días más sin tener novedades emocionantes.

Un par de semanas después, chequeé el correo en mi casilla, y tenía una invitación a la boda más absurda del mundo. No sabía muy bien cómo sentirme al respecto, pero sí había algo claro: Por ninguna razón iba a ir.

Te amo, Lauren RosebellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora