Cuatro días después, tuve mi cita al doctor. Decidí usar el método de las píldoras, y como toda buena nerd, investigué montones de cómo usarlas en cualquier caso. Sólo esperaba no olvidar alguna.
Durante los días después del sexo del pánico, Joe estaba más precavido. Estaba totalmente mentalizado con respecto a la situación de aquel día.
Al final, esperamos para comenzar el proceso hormonal durante dos semanas. Joe se quedó a dormir el día antes del primer día sangriento del mes.
—¿Te has sentido bien? —preguntó Joe.
—No lo sé, no puedo afirmar que sí. Emocionalmente, siento que me hubiera aplastado un rinoceronte... mentalmente, estoy agotada... y físicamente, me siento como si fuera a pescar un resfriado, pero sin los mocos.
Él me abrazó.
—Ha sido un mes muy malo para ti, pero ya mejorará todo.
—Sólo quiero que no me pase la cuenta —suspiré.
—Ya lo hizo, pero tú no te das un respiro.
—Tú eres mi respiro.
Él sonrió, y al final, seguimos viendo aquella película que él estaba tan feliz de ver por enésima vez. Ya la había visto una vez, no estaba nada mal.
Al día siguiente, desperté con un dolor corporal terrible. Fui a la ducha, me coloqué el recipiente de silicón quirúrgica del que todas las chicas hablaban. Fue una campaña algo difícil de idear gráficamente, pero no lo hicimos nada mal. Me coloqué ropa cómoda, y fui a regar las plantas de la azotea. Me quedé esperando a que el sol saliera. Me preguntaba si mi abuela podía verme.
Bajé. Joe preparaba el desayuno.
—Buenos días, ¿Cómo has dormido?
—Como un tronco —le dije—, no es necesario que te levantes aún.
—Lo sé, es que pensaba en que podríamos ir a visitar a mis padres, quizás ir al cementerio a ver a tu abuela...
Suspiré.
—Si no quieres ir está bien —dijo.
—Descuida, sí... lo que quieras.
—Si no te sientes bien, podemos hacer otra cosa, puedo cocinarte algo delicioso, ver películas, jugar a las cartas...
—¿Enserio harías eso por mí?
Él sonrió.
—Claro que sí, no puedo imaginar lo que sientes, pero si estás así de pálida, creo que debo darte opciones.
Me acerqué, lo besé.
—Ve a la cama —me dijo—, yo llevaré el desayuno.
Le sonreí, me quité los pantalones, y me metí a la cama sin refunfuñar.
Joe llevó sándwiches con aguacate, té con leche, y manzanas picadas con miel. Comimos, dormimos un poco más abrazados, y despertamos al oír la lluvia. Eran las once de la mañana. Él se fue a la ducha, yo tendí la cama y junté ropa sucia para lavarla. Miré por el ventanal del balcón y suspiré; de haber sabido, no habría regado las plantas. Lavé lo usado para el desayuno, no era mucho, Joe era muy limpio. Ambos nos sentamos un rato a ver nuestras cosas del trabajo en nuestras laptop. Él leía unas recetas, las corregía, usaba gafas con un marco grueso y negro.
—¿Qué haces? —pregunté.
—Es mi libro. Llevo trabajando en él unos meses, si quieres puedes mirarlo.
Le sonreí, me dio su laptop, y miré los textos. Me mostró fotografías.
—Tengo dudas sobre las gráficas —dijo.
Me las mostró, eran muy oscuras. El fondo era negro.
—Joe, el público objetivo al que apuntas con esos colores son otros chefs como tú de experimentados —dije—, las recetas son de simples a intermedias, se ve caro y refinado, y tus otras noviasaurias pensarán que es muy avanzado.
Abrí unos archivos en mi laptop, le mostré libros de manualidades y cocina de otros escritores.
—Mira estos, colores claros con resaltes oscuros, gráficas divertidas, letras medianas y gruesas... si quieres vender ese formato, deberías apuntar a chefs avanzados, con recetas complicadas y sabores raros... para las señoras, colores de mantel.
Él arqueó las cejas, me miró.
—No lo había visto desde ese punto de vista, eres brillante —dijo.
Luego de esa charla extraña, semi profesional, comenzó a escribir mails. Después, cerró la laptop, y se preparó para salir.
—¿A dónde irás? —le pregunté.
—Al súper, quiero hacer sopa hoy, casi no te quedan verduras. ¿Quieres algo?
—Quiero papitas —dije.
Él asintió, tomó sus cosas de bolsillos, y se fue. Eché la ropa sucia a la lavadora, y fui al baño a chequear si me había bajado el período. Aún nada. Estaba tensa, mi cuerpo no respondía bien al estrés.
Preparé un jugo en polvo con agua, me las ingenié para beberlo sin sentirme satisfecha, esperando querer ir al baño y avanzar el asunto del período. Seguí trabajando un poco más, yendo al baño cada tanto.
Joe llegó al rato, traía algunas bolsas. Le ayudé a sacar lo que traía, comenzó a cocinar apenas acabamos.
—El súper estaba casi vacío, dicen que habrá tormenta eléctrica.
Miré por el ventanal, el cielo se veía oscuro, había viento.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Bien —dije.
—¿Por qué no te veo satisfecha con tu respuesta?
—Aún no baja.
—Deja de preocuparte por eso, la espantas —dijo.
Él tenía razón.
Le ayudé a pelar las verduras, él cortaba muy rápido. Luego seguí con la ropa que había puesto a lavar, la coloqué a secar. Joe fue a la habitación luego de dejar la sopa cocinándose.
—¿Por qué estás tan pálida? —preguntó.
—Estoy bien —le respondí.
Y me miré en el espejo. Me veía ojerosa, pálida como una hoja.
—Espero que la sopa te devuelva los colores —dijo.
Le sonreí.
—Claro que lo hará —le dije—, ya deja de preocuparte.
Luego de almorzar, él propuso que volviéramos a dormir, yo acepté. Mi cuerpo estaba cansado, debía estar trabajando arduamente para funcionar con tan pocos ánimos.
Desperté casi al anochecer. Joe estaba en el sofá, escribía muy concentrado. Me sentía aturdida, algo mareada. Fui al baño a chequear, aún nada. Y la ansiedad comenzó a aflorar. Me calmé antes de salir, si no bajaba hasta el mediodía siguiente, iba a ir a buscar ruda por alguna parte, y me haría un té.
Joe y yo pedimos una pizza, vimos una película de acción, y en la mitad, se cortó la luz.
—No puede ser —suspiré.
—Ah, vamos a ver las estrellas arriba —dijo.
—Joe, hay tormenta eléctrica, estás loco.
—Podemos tener sexo si quieres —rió.
—Bueno, pero debes darme unos minutos.
Me levanté, fui al baño a sacarme el recipiente para sangre, aún nada. Suspiré, dejé el artefacto
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Te amo, Lauren Rosebell
RomanceLa desgracia le trae a Lauren un cambio totalmente radical, y el amor la salvará, pero... ¿Cómo?