Parte 9

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Dos semanas pasaron desde que Joe y yo comenzamos a salir. Podía atreverme a decir que estábamos saliendo. Se veía como si lleváramos los cinco años que perdí con Ed. Hablábamos bastante, nos juntábamos a almorzar, salíamos de compras, pero no habíamos vuelto a dormir juntos. 

Un día viernes me pidió que lo acompañara de compras.

—¿Qué necesitas comprar? —le pregunté.

—Una corbata y una camisa —dijo.

—¿Tienes un evento?

—Una boda —dijo.

Arqueé las cejas.

—Se casará mi primo —suspiró.

—¿Querrás que vaya a rescatarte cuando te aburras?

Achinó los ojos.

—No, prefiero que vamos a aburrirnos juntos —sonrió.

Fruncí el ceño.

—¿Quieres que vaya a una boda, para que tu familia me conozca?

Asintió.

—Además, no creo que sea aburrido. En mi familia no hay tensiones como en la tuya.

—Suena interesante... entonces... en teoría, tú tendrías que acompañarme a ir de compras —dije.

Abrió los ojos como platos.

—¿Te tardarás treinta millones de años?

—No, sólo veinte. ¿Por qué no me preguntaste antes? Habría ido a hacerme las uñas —me quejé.

Rió.

—Eso podemos arreglarlo.

Y así fue como pasamos tres horas buscando un vestido, y acabé eligiendo uno color rojo, largo, con un bonito escote. Iba a usar los mismos zapatos que en la boda de Kate, no iba a gastar dinero otra vez en unos zapatos dorados. 

Sin embargo, don treinta millones de años, no podía elegir una corbata y una camisa, así que acabé eligiendo una camisa por él.

—Las corbatas son del siglo pasado —dije.

Sonrió.

—Gracias. 

—Descuida, ahora vamos a cobrar la pensión de jubilación —bromeé.

—Deberíamos partir hoy —dijo.

—¿Hoy?

—Sí, es en la playa. 

—¿Alguna otra sorpresa? —pregunté.

—Dormiremos donde mis padres.

Vaya sorpresa.

—Aún puedes arrepentirte —suspiró.

—No, ya compré el vestido —bromeé.

Y así fue como pasamos a empacar para la boda a mi casa, luego a la suya. Fuimos hacia el este, llegamos a la playa. Los padres de Joe tenían una casa grande y lujosa, con grandes ventanas y muy moderna. Pude saber cuál era la casa desde que entramos en la calle privada. 

Joe se encargó de bajar nuestras cosas, y me guió hasta adentro.

—Mamá —dijo, alto. 

—¡En la cocina!

Y me llevó hasta allá. Había una mujer muy bien vestida, nos esperaba con pastelillos. Creí haberla visto en alguna parte.

—Mamá, ella es Lauren Rosebell —dijo él, mirándola—. Lauren Rosebell, ella es Agatha Aldrich.

Te amo, Lauren RosebellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora