• 24; La familia perfecta.

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7 años después.

—¡Papá!

El pequeño Scorpius saltó de su asiento cuando Harry cruzó la red flu de la chimenea de la casa. No tardó en llegar hasta donde estaba él para abrazarse con fuerza siendo recibido de igual manera por este quién había dejado caer sus cosas para alzarlo en brazos.

Le llenó su pálida carita de puros besos escuchando su risa mientras le pedía que lo bajara.

Había crecido lo suficiente como para que su padre lo adorara cada día más, además, el parecido con Draco era sorprendente. Aunque lo único que lo hacía diferente es que era un niño muy tierno, no tenía ningún perjuicio en su mente. Había sido educado por ambos padres para tratar a todos por igual, incluyendo a Muggles. Era curioso, demasiado listo para su edad, astuto y adorable.

Aunque escuchara a su padre despreciando a los muggles en algunas ocasiones, este le miraba advirtiendo que si decía esas mismas palabras lo iba a castigar.

Si, otra y rara forma de educar a su hijo.

—¿Dónde está papá? —le preguntó después de dejarlo en el suelo de nueva cuenta.

—Esta en el cuarto, no tiene mucho que llegamos de estar con Tía Pansy —jugó un poco con sus deditos— está buscando algo que se le olvidó, dice que lo moviste de lugar.

—Pero yo no he movido nada.

—Papá dice que si —le miró de forma misteriosa haciéndolo dudar.

Le tomó de su mano para que ambos subieran al que era su cuarto escuchando nada en el camino, incluso cuando llegaron al pasillo de arriba, el pequeño Scorpius corrió hacia su escoba voladora de juguete que solo se alzaba unos veinte centímetros del suelo para que no fuese a lastimarse.

Decidió dejarlo jugar porque llegó hasta su cuarto abriendo la puerta y buscar a su esposo.

Y ahí estaba, parado enfrente de la ventana que daba hacia el campo que tenían enfrente, todo lleno de hermosas flores al igual que distintos tipos de estas. Todas eran para las pociones que Draco hacía, incluso le servían también a Harry. Tres años después de estar viviendo con Sirius y Narcissa, se habían mudado a una casa en medio del campo cuando el había terminado su carrera.

No era tan enorme pero tampoco era tan pequeña, era lo suficiente para una hermosa familia. Ni eso se habían ido tan lejos, del otro lado de la colina se encontraban los Weasley y dos colinas más allá Los Lovegood. Aunque Luna se había casado ya hace un par de años atrás con un Scamander.

Lo observó como siempre le encantaba hacerlo, vestido siempre con las mejores túnicas que pudiera tener. Nunca perdía la elegancia ni el toque de sus orígenes, incluso había dejado que su cabello creciera. Este le llevaba a mitad de su espalda y siempre lo amarraba en una coleta baja con un listón, pero le encantaba más cuando estaba suelto, y ambos en la cama.

—¿Disfrutando la vista?

Draco le miraba muy divertido con sus brazos cruzados, sin aguantarse cruzó todo el cuarto para poder abrazarlo con fuerza llegando a sorprenderlo.

—Hey, solo estuviste seis horas fuera de casa —lo escuchó reír mientras le correspondía el abrazo.

—Siempre te extraño, cariño. Ya quería llegar a casa.

—No por nosotros descuides el hospital, no te la pasaste todas las noches desvelandote para que te pases tu profesión por el culo...

—Draco, con esa boquita bien que besas a tu madre —rió pasando su mano por detrás de su cabeza.

Cuando me recuerdes;      [ Harco ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora