• 17; Llamen al sanador de la familia.

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Entrar a la etapa del cuarto mes de embarazo era una gran ventaja para Draco hasta el momento, los vómitos matutinos y las náuseas se habían ido casi por completo. Ya no los soportaba, estaba que quería aventarse por las escaleras cada que se llevaba algo a la boca o lloraba porque sus pantalones favoritos no querían abrocharse o ni siquiera podía hacerlo.

Lo único malo, es que los calambres eran más comunes y más en las horas de las noches. Pero no quería llamar a Harry porque sabía que estaba teniendo varias lecciones sobre la carrera de medimago y eso que apenas llevaba como dos semanas ahí con Granger.

Aquel día se hallaba con los Weasley solo porque Molly había pedido a Sirius que si podía llevarlo, pues iban a celebrar el cumpleaños de Ginny al siguiente día.

Solo que apenas había llegado, y había sido bienvenido con muchas cosas, ya fuese por caramelos por parte de los gemelos aunque habían resultado ser regañados por su madre. Y más ropita tejida a mano por la propia Molly, sabía que tenía, incluso Harry también le había llevado más ropita de varios colores. Obviamente escogió la más decente porque no iba a vestir al pequeño o pequeña con colores fluorescentes.

Las cosas iban de maravilla para variar.

—¿Hoy tienes algún antojo, cariño? —Molly venía entrando a la cocina después de haberlo dejado solo unos cuantos minutos.

¡Tenía muchos! Parecía que quería comer gran cantidad de cosas raras en ese mes pero tenía que acostumbrarse.

—La verdad tengo antojo de...helado con jugo de calabaza, tarta de manzana.

—Hare todo eso para ustedes, cariño. No hay problema en eso.

—Es mala idea mezclar el helado con el jugo de calabaza, sabe horrible —Ginny entró a la cocina con escoba en mano y un trapo en la otra, parecía estarla limpiando.

—Cuando tengas a tus hijos, entenderás esos antojos, Ginny —le dijo Molly dándole una mala mirada.

Pero ella abrió sus ojos muy asustada solo con escuchar la palabra hijos, si se estaba traumando con lo que estaba pasando Draco ante sus ojos. ¿Para que iba a querer lo mismo?

Él se le quedó mirando dudativo. Si ella en verdad algún día llegaba a hacerle caso a Pansy, no tendría porque preocuparse de hijos.

Bueno, quizás solo iba a ayudar un poquito a su mejor amiga.

—Ginny ven aquí, tengo que hablar contigo sobre algo —palmeó el asiento a lado suyo aunque ella alzó la ceja— no te voy a cobrar por sentarte.

—¿Que tienes en mente?

—¿No puedo ser amable?

—Nunca eres amable—recargó la mano que sostenía el trapo, sobre su cadera.

—Odio qué me conozcas tanto, Ginevra —rodó los ojos no queriendo quedarse así porque tenía que hacerle saber quién era Pansy Parkinson, con esa idea, sonrió un poco— eres igual a Pansy.

La chica se acercó hasta la silla que le había indicado antes pero solo para acomodar la mesa sobre la escoba, hasta apenas se dio cuenta que lo estaba haciendo era sacarle brillo.

—¿A quien? —murmuró acercando su rostro al palo de la escoba para buscar algunas partes opacas.

—Pansy, mi mejor amiga. ¿No la has visto últimamente conmigo? La chica alta, delgada, de cabello corto, bonita, esbelta y muy bonita —ella se le quedó mirando divertida, debía de admitir que el no era nada bueno en emparejar a las personas porque prefería ser directo.

Cuando me recuerdes;      [ Harco ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora