6. All Fires The Fire

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Había pasado ya unas pocas semanas después del combate contra Oarai en Colombia. Como siempre, al igual que todos los días en altamar, la salinidad del oceano se impregnaba en mis fosas nasales como un olor sempiterno.

Las cosas en Kuromorimine, desde entonces, parecían decorosas en todo sentido. Las prácticas iban de maravilla, de estas no solo las generales sino las solitarias con Maho; el ambiente se notaba un poco más tranquilo y, hasta podría decir, expresivo que cualquier otro momento. Las personas lucían abiertas en demasía y esto es todo lo que mi mente puede recordar de manera explícita las ocurrencias en la escuela.

Maho y yo nos comenzamos a ver cada noche desde el partido. A veces hablabamos de cosas que nos acorralaban la mente y, otras veces, manteniamos silencio hasta que ya era hora de irnos a nuestras habitaciones. Estos momentos solo sirvieron para que mis sentimientos por ella se afianzaran aún más de lo que ya estaban. Su propia esencia ya me embriagaba por completo.

Desconocía si ella se sentía de la misma forma. Los chillidos que dio en aquel día siguen en mi mente como recuerdos eternos, palapables, vividos, realmente coloridos. Me hizo, simplemente, amarla aun más. Nadie creería que una joven tan talentosa como lo era ella podría ocultarse demasiadas cosas en su mente, más de las que uno quisiera contar. «Ser una Nishizumi -dijo un día -, es abandonar tus más altos esquemas morales en la batalla y solo preocuparte por la victoria». Habló acerca de lo ocurrido en su primer año de secundaria y cómo había ordenado disparar a uno de sus tanques que iba en la salvación de otro que cayó por un risco. Que, aunque le había otorgado la victoria, en sus adentros se odió a sí misma.

Maho era una joven, nada más. Tenía talento, esto es cierto, lo demostraba con su mejor cara. Pero, no cambiaba el hecho de ser una simple joven de dieciocho años que se guardaba las cosas para ella misma, sufirendo en silencio por cerca de seis años, sin ayuda, sola en este mundo. Sin mostrar una lágrima a los demás porque no le era permitido hacerlo.

Erika Itsumi era otro asunto. Lo ocurrido en Colombia solo funcionó para que reforzara su disgusto contra mí. Jamás había estallado de esa manera. En sus záfiros ojos no veía otra cosa, más que una gran capa de soberbia, la cual apareció con su admiración a Kuromorimine y el estilo Nishizumi. Estaba convencido de esto. Las tácticas que se usaron en la batalla de Magdalena no era, ni por asomo, parecidas a las disciplinadas de la famlia de Maho. Su ser estaba corroído por el poder, se pavoneaba demasiado. Que yo hubiese tomado el mando en aquel encuentro solo fue su sinónimo para que pensase que la trabataba de inferior. Esto es falso de muchas maneras.

Aunque estos dos factores en Kuromorimine determinaban mi día a día, jamás pensé que las cosas llegarían a tornase más allá de un punto del cual sería díficil volver. Entre los odios de Erika y los encuentros con Maho, ya debería ser muy obvio cuáles eran ignorados y cuáles me eran imporantes.

Nuestro último encuentro fue en mi habitación. Una llovizna afuera impidió que nos pudiesemos ver en el mismo punto de siempre, por lo que decidimos quedar en otro espacio en el que pudiesemos estar resguardados de la tormenta.

-Hola -saludé cuando ella tocó la puerta.

-Sí... ¿puedo pasar? -Dijo Maho.

-Claro, claro.

Cuando entró en el dormitorio miró hacia todos los rincones como si no pudiese creer estar en la habitación de un chico. Hice que pasara a la sala, donde tomó asiento. Aprovechando la situación hice un par de limonadas de panela, las cuales, Mikaela y yo, habíamos comprado en Cartagena para recordar el dulce sabor de los pueblos santanderanos estando tan lejos de ellos. También, no sé cómo habían de ellas en la zona costera, compramos un par de hormigas culonas para comerlas de vez en cuando.

Serie Fanfic Girls Und Panzer #1: Sobre La Guerra Y El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora