17. The Tomb

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El ambiente olía a muerte. Debe ser la sensación caraterística de los hospitales, sin importar de qué país es. Pensé que, dejando de lado los titulos o asuntos economicos, la muerte caería sobre todo el mundo, como siempre ha estado asegurado a lo largo de los tiempos. Mediante estos pensamientos, observé las paredes blancas de la habitación; el hombre de bata blanca tomó unos utencilios de la mesa y se dirigió hacia mí. Agarró el brazo enyesado y con un poco de esfuerzo insertó lo que fuera que fuese aquel instrumento dentro; parecía un bisturí, debía ser un bisturí. Aquel objeto se movió hasta el final del antebrazo, entonces subí la mirada al médico, quien miróme complacido.

—Eso es todo —dijo —. En un futuro, por favor, abstengase de romper sus huesos.

Con la mano derecha palpé la piel, sentí los huesos y los musculos completamente renovados. No había sonidos adentro, no llegaba nada desde el exterior, sentía la muerte rondar los pasillos, incluso sin estar dentro. Llevé los ojos al brazo, moví los dedos y lo sacudí un poco. Erguí la postura, levantandome de la silla en la cual me encontraba. Al dirigirme, nuevamente, al médico pregunté: «¿Dónde debo pagar?»

—Ya se escuentra pago —respondió —. Si no fuera así, no le removería el yeso, tengalo por seguro.

Agradecí en silencio; salí de la habitación. Recorrí los salones hasta dar con el elevador. Entré en el momento que las puertas se abrieron y bajé hasta el primer piso donde, con rapidez, tomé rumbo a la puerta principal y salí del hospital. Fue insoportable el olor a muerte dentro, no quería volver estar allí dentro.

***

Cuando llegué a casa encontré papeles regados sobre la mesa de la misma característica que en un momento vi: Panzerfahren. Tan alarmante fue este hecho para mí que, casi por inmediatez, revisé de qué podría tratarse. Desconozco si fue por fortuna o mala suerte, que en estos archivos se relatara acerca de los examenes tomados por Sarah y William, en los que aprobaban su admisión al deporte al igual que hicieron conmigo. Mamá, seguramente, al leer estos dio su consentimiento, como hizo conmigo en su momento. Debía pensar que contratar a otra gente para trabajar en la libería era una buena forma de expansión, no solo quedandose como un negocio familiar más.

No leí lo que en ellos trataba. Los asuntos psicológicos y físicos de mis dos amados primos son algo en lo que tenía conocimiento pleno. Crecí con ellos durante demasiado tiempo, críamonos como hermanos que dificilmente podía decir que no eramos hijos de una misma madre. Sonreí, pues sabía que el Sensha-do era una oportunidad muy buena para familiarizarse con un entorno extranjero, en el caso que sus trabajos los llevasen a otro lugar.

Subí hasta mi habitación. Ahí mismo se encontraba Maho empacando unas pocas mudas de ropa en una mochila, la mía junto a la de ella. Observó con detalle el brazo sin el yeso y sonrió ligeramente hacia mí, para volver luego a sus acciones. Al pasar la puerta, tomé la silla del escritorio y montóme en ella para agarrar la tienda de campamento sobre el armario (mi estatura podía haber aumentado, pero seguía siendo bajo a comparación de esta altura).

Iríamos de campamento en una finca a las afueras de la ciudad. De esto trataban los asuntos que Sarah hablóme el día siguiente de nuestra llegada. Sin embargo, no se trataba de un campamento familiar, de hecho ellos no irían. Era una costumbre que poseía con amigos míos de toda la vida, los cuales no había nombrado hasta este momento pues no eran tan relevantes para los asuntos del deporte hasta después de las vacaciones de verano.

Nos reuniriamos con ellos en el lugar, donde armaríamos las tiendas y estaríamos quedandonos cerca de tres días. Haríamos las actividades que quisieramos, solo nosotros.

Serie Fanfic Girls Und Panzer #1: Sobre La Guerra Y El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora