8: El último día del asesino

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Salieron de la posada en dirección al centro del pueblo. La clériga se separó y fue al gremio. Apenas habría abierto sus puertas a esa hora. Él encabezaba la marcha decidido; podría abrir paso como un barco rompehielos en el ártico a través del gentío del mercado de no estar semidesiertas las calles tan temprano. Ella se apresuraba para alcanzarlo cuando se distraía con el entorno o sus pensamientos.

-¿Podrías decirme tu nombre?

-No.

-Uh... ¿Cómo debería dirigirme a tí?

-Me gusta cuando me llamas "Señor asesino".

Motoko notó que lo decía en serio, para su pesar. Suspiró.

-¿Estamos yendo al templo? Está cerca. -Preguntó. Pero él no contestó. "Si la respuesta es obvia no malgasta su aliento, ¿eh?" Se adentraron en un estrecho callejón al que aún no llegaba luz solar. Las ratas se escondían al verlos. Un mendigo que dormía le recordó al hombre que derribó ágilmente. El callejón desembocó directamente en la plaza del templo. Motoko supuso que en torno a él se construyeron los edificios. Contempló de nuevo la estatua de la diosa Freija armada mientras se dirigían justo hacia ella.

-No debería llamarte asesino. -Dijo repentinamente Motoko.

-¿Cómo crees que me debería hacer llamar?

-Cazador de monstruos. No eres asesino de personas. Tú lo dijiste.

Se detuvieron frente a la estatua. Él no se daba la vuelta. Estaba justo frente a la espada de piedra de la diosa, como si la observara. Pero estaba escuchando a Motoko.

-Sólo matas monstruos, tengan forma humana o de bestia. Y también eres un rescatador. Me salvaste a cambio de nada, y me sigues ayudando y dando cobijo. Y en el gremio eras el que asumía los riesgos para proteger a los demás. Primero de goblins porque los subestimaron. Luego de otros peligros.

-Basta. Soy un asesino. No me humilles ante la diosa.

-Eres mucho mejor que un asesino. Matabas para hacer el mundo más seguro. Te lamentas por cada compañero perdido. Intentas hacerlo todo a la perfección... pero sobre todo para que nadie muera a manos de monstruos.

El hombre se dio la vuelta. Su rostro se mantenía impasible, pero sus ojos lloraban. Motoko quedó impactada.

-Mis fracasos cuestan vidas. Sólo traigo muerte. En algún momento causaré la tuya. Es mi destino. Los dioses así lo quieren.

-¿Sabes lo que eres en realidad?

-...

-¡Eres un jodido héroe!

Él no se esperaba eso. Sus ojos se abrieron de incredulidad. Impulsivamente Motoko lo abrazó. Él se quedó paralizado, rígido como una estatua, incapaz de reaccionar al abrazo. -Gracias por ser un héroe. -Dijo mirándolo a los ojos.

Ping!

Ping!

Ping!

Motoko lo ignoró.

-Vamos a hablar con la diosa. -Tomó su mano y lo llevó al interior del templo. Por un momento pareció como si el rígido rostro de piedra de la estatua mostrara una ligera sonrisa con la comisura de sus labios.

Él estaba inseguro. Miraba atrás a Motoko y adelante hacia la diosa con las palmas abiertas hacia él. Dio un paso titubeante. Luego otro. Y finalmente caminó decidido hasta estar a dos pasos de ella. Tenía que alzar la barbilla para mirar su rostro.

-Soy Kylian, mi señora. -"¡Kylian! Por fin sé su nombre!" Pensó ella. - Aunque mi nombre ya lo sabéis. -No hubo respuesta de los mudos labios de mármol blanco. -Vuelvo una vez más a implorar vuestra gracia divina. Os ruego que me mostréis un camino a seguir, o me deis un poder mayor.

Silencio. Motoko oía sólo su propia respiración. Incluso su corazón palpitando.

-¿Recuerdas lo que me dijiste a mí? -Interrumpió ella. Él se volvió para mirarla. -Sé sincero. Dile cual es tu verdadero deseo. Y lo que realmente necesitas.

Él guardó silencio cabizbajo. Ella esperaba. Finalmente alzó la mirada.

-Mi señora... os ruego que me deis el poder para proteger a los demás.

¡BLAM!

El estallido cegó a Motoko. Una luz deslumbrante envolvió al hombre, pero a diferencia de ella no se desmayó. La luz desapareció pero a Motoko le pitaban los oídos. El sacerdote los miraba desde el púlpito parpadeando, al igual que la primera anciana de la mañana sentada en un banco.

Muy lentamente él alzó las manos. Se las miró. Luego las alzó a la diosa y se arrodilló.

-¡Gracias, mi señora! -Entonces agachó la cabeza humildemente. -Haré un buen uso del don que me habéis dado. -Y cerró con fuerza sus puños.

Motoko lo vio levantarse, inclinarse ante la estatua y volver a su lado.

Era un momento demasiado solemne para hablar. Tan sólo lo cogió de la mano y lo acompañó saliendo del templo. Fuera brillaba ya el sol con fuerza.

Leveling Incarnation (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora