Capítulo catorce: Eres todo lo que mis deseos tenían dentro.

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La angustia.

El temor.

La soledad.

Es algo de lo que tenemos que aprender. Algo que por más que no nos guste, vivimos. Hay anhelos, anhelos de querer de dejar todo para irse, volar, dejar el mundo atrás.

Cuando dejamos el nido, sólo pensamos en nosotros mismos. En que sólo nuestras preocupaciones son de nosotros, que los problemas no son nada, que los problemas se solucionarán por nuestra cuenta o por sí solos. 

Mas cuando crecemos, nos damos cuenta de que no todo es así de fácil. Que los problemas a veces no se desatan solos o por nuestras propias manos. Buscar ayuda, apoyarse en una esquina, respirar y tomar la mano de alguien también es parte de avanzar. Mirar tu sendero recorrido y el que te falta recorrer, y saber quienes dejaron una huella junto tus pies. Las personas que dejaron una huella, pero que seguro tomarán otro sendero. Es parte de crecer, de vivir, de respirar y saber que tus huellas en los otros también son importantes. Que no todo lo que hacemos será premiado, que no todo es dinero si no vocación, que nada es lo suficientemente perfecto. 

Y sobre todo.

Que tomar la mano de alguien también era esencial para seguir adelante.

A veces queremos salir de los problemas, por nuestra cuenta, pese que la carga es pesada. Pese que nuestros problemas nos sobrepasen. Pero no pasa nada, es lo que tenemos que afrontar, con alguien o por nosotros solos.

Eso te hace fuerte a ti.

Y a quien sea que te haya acompañado, aunque sea tu sombra. 

Ambos se miraban, mientras no se soltaban. El chico de las pestañas mojadas, bañadas en lágrimas de estrellas, con el pelo negro como la noche sin luna, los ojos rojos por la irritación y la larga duración del llanto, las mangas de su sudadera llenas de lágrimas pese que tenía pañuelos a sus lados, los labios temblorosos, dudando sobre si debía dejar salir esos gemidos retenidos en su garganta. Y su nariz arrugada cada vez que creía que debía sorber las mucosidades de su nariz. Su sudadera oscura, con esa mirada llena de lástima, mientras el castaño, el que entregaba los pañuelos, el chico que ofrecía sus brazos para acoger al chico de los ojos de estrellas, el mismo chico que lloraba sin consuelo mientras se mantenían en un tobogán de niños pequeños.

Ambos chicos que por más que se miraran, no dejaban de inundarse en lágrimas, esos pequeños ojos, afilados, felinos, bonitos y delgados. Una terminación elegante, con una forma afilada que parecía que podías ser cortado en mil pedacitos. El cabello desordenado, por su frente, dudando sobre si debía seguir botando esas gotitas saladas de tristeza. 

Llevaban dos horas en ese tobogán, de un color amarillo, desteñido por los rayos del sol, con palabras entrecortadas, historias que dañaban y fisuraban el corazón de ambos. Estaban unidos en un manto suave de quejidos, de leves molestias con esas voces, con esas voces que se cortaban por los sentimientos que florecían en sus pechos.

Los ojos de Mingyu se entristecían cuando los del contrario se hundían en más lágrimas. Sentía que iba a desfallecer, que iba a ahogarse en ellas, como en un mar. 

Mingyu seguía con la cara llena de compasión, sin saber como ayudar más que con pañuelos. Sus sonrisas eran de lástima, y sus ojos se llenaban de lágrimas casualmente cuando veía al mayor con los lentes levantados, con una sonrisa de medio lado, intentando respirar. Los ojos del castaño, dulces, cercanos e imponentes, estaban siempre sobre los afilados del mayor, sin quitarlo de encima por ningún motivo. 

Ambos luceros de color castaño, del más alto. Esos ojos que endulzaban más la cara del mayor, que lo hacían sentir por un momento la persona más feliz del universo. 

My little star; MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora