Capítulo dieciséis: Un nuevo amanecer y una nueva historia.

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Ambos despertaron, en esa habitación fría, pero memorable, donde ambos chicos todavía reposaban sobre la cama improvisada que hicieron. 

Tenían poca ropa, y cuando se levantaron, en cuanto pudieron se vistieron. No había comida en la cocina, todo estaba vacío, tenían hambre y no tenían absolutamente nada. Tenían que irse pronto.

Cuando dejaron todo ordenado, se sentaron cada uno en los dos columpios. Se miraban o se balanceaban disfrutando de los últimos segundos y minutos de esa brisa libre de todo tipo de contaminación, ese aire limpio, liviano y bonito que entraba fácilmente en sus fosas nasales. Se sentían bien, y eso era lo único que importaba. 

Sus miradas se cruzaban, y cuando eso pasaba, su cuerpo producía esas descargas eléctricas que los asustaban. Sus manos comenzaban a sudar y pese que estaban sentados en el columpio sus piernas temblaban de igual forma. Sus ojos echaban chispas de emoción, y no había caso con eso. 

—Debemos irnos, ahora sí que sí.—Dijo Wonwoo con seguridad, soltándose del columpio, dejando un leve balanceo, mientras Mingyu suspiraba y se levantaba más tranquilo.

—Tienes razón, tengo hambre.—Abrazó a Wonwoo, y se fueron de ese lugar donde todo se volvió mágico.

Y donde sus cuentos se convertían en el mundo más grande de todos.

Y el universo más mágico existente. 

Cuando volvieron se separaron con un par de besos, yéndose ambos a sus departamentos. Sus vidas se separaron un poco. Después de todo, eran universos que casualmente se unían, y galaxias independientes. 

Wonwoo atendió a Libra, y Mingyu a Júpiter.

Ambos reanudaron un poco el ritmo de sus vidas, se volvieron a la normalidad pese que sus mentes y corazones no podían dejar de pensar y bombear sangre tan frenéticamente. 

Cuando pensaban en las tonterías que hicieron, las cosas que hablaban, sus miradas mezcladas. Ambos sabían que esos momentos fueron más de lo que creyeron alguna vez en sus vidas. Nada era normal, ni nada volvió a serlo. 

O tal vez nunca lo fue.

La cosa es que sus universos ya tenían un hilo rojo conectándolos, un hilo que conectaba todo lo que eran las galaxias por separado. Ahora era una constelación, y no unas estrellas sin relación.

Eran como los ingredientes de un pastel. 

Si faltaba algo, no funcionaba. 

Pasaron las semanas, simplemente perdían la noción del tiempo, pero sus recuerdos no envejecían.

El tiempo pasaba y ellos terminaban su año. Las vacaciones podían olerse como el pan recién hecho, y los informes, trabajos, vacaciones bien merecidas, cierre de año, cansancio, y tazas de café era lo único que se podía presenciar en el aire. Sus miradas eran más escasas por el trabajo, pero no perdían la chispa las veces que tomaban un tiempo para ambos.

Un tiempo que los hacía mucho más cercanos en los tiempos de tempestad como estos. 

Sus vidas eran un remolino, de cosas, de emociones, y de muchas cosas que les costaba entender. Sus miradas eran más de lo que ya eran, y sus corazones extrañaban la extraña conexión que tenían con el otro. Sus ojos brillaban pocas veces, puesto a su poco tiempo. 

Sin embargo, era el momento de recobrar todo, de volver al relajo y poner los pies sobre la tierra. De respirar sin sentir un atascamiento de problemas acumularse hasta sus cuellos, amenazando con muchas cosas.

Era un viernes por la tarde, donde el día estaba en su punto muerto de aburrimiento. Mingyu tocó la puerta de Wonwoo, esperando a que sus ojitos aparecieran, pequeños por el sueño, y con sus mejillas rosadas por la calefacción de su departamento. Sus pies descalzos y con la mano ocupada con la taza de café que lo ayudaba a mantenerse despierto en estas arduas jornadas. 

My little star; MeanieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora