Día 21.

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Clarke le advirtió que no le sería posible ir a verle ese día debido a algunos pendientes que tenía con la siguiente sorpresa que tenía para ella, Lexa deseó creerle realmente porque lo cierto era que temía que los sucesos de la noche anterior estuvieran alejándola. Temió haberle mostrado tan explícitamente sus sentimientos y con ello haberla asustado, era demasiado su miedo a ceder ante su propia vulnerabilidad de sentir y dejarlo ver, sobre todo porque no quería que Clarke recapacitara sobre su absurda idea de salir con alguien tan enferma como lo estaba Lexa.

Y le dolía el corazón por causas completamente ajenas a lo orgánico.

Le dolía su nombre, le dolía el miedo de padecer su ausencia.

Le dolía la noche anterior cuando la vio levantarse con prisa en el momento justo en el que su papá entraba en la habitación con su pantalón entre sus manos. Observándola asustada mientras le ayudaba a ponerse de pie y llevarla a la cama donde le permitió tomar asiento, sin evitar la vergüenza e incertidumbre en sus ojos, como si al fin fuera consciente de las implicaciones en su juego. Le dolía respirar habiendo tenido sus labios casi rozando los suyos por primera vez sin siquiera haber concretado el deseo de buscarlos por gracia de Augustus Woods.

Pero dolía aún más pensar en las palabras de Anya, su seguridad al señalarle que debería confesarle, que debería pedirle a Clarke Griffin que le diera la oportunidad- quizá la única en su vida- de experimentar un amor que le hiciera, como mínimo, vibrar un poco su alma.

Porque un amor que robase sólo su corazón sería insuficiente.

¿Cómo sería besar a Clarke?

Se preguntó una y otra vez en el transcurso de la noche, acariciando sus propios labios con la punta de sus dedos. En general, la sensación de besar le parecía un misterio que quería despejar antes de que cualquier incidente se lo impidiera.

Nunca lo incluyó en su vieja lista. No le parecía relevante entonces. Pero anhelaba saberlo ahora.

Había besado a Costia. No lo negaría incluso después de todo el tiempo de ausencia y silencio entre ellas. Lexa recordaba su hermoso cabello rizado y su piel morena, su actitud pasiva, pero a la vez tan vigorosa cuando se lo proponía. Fue un evento único, apenas motivado por el egreso repentino de la chica. Fue casi un ataque, sus labios se tocaron, pero fue tan fugaz, que no le permitió sentir lo que se supone debería sentirse al besar a alguien que se desea. Después le prometió, sometida por la premura de su despedida, que volvería a verla, a pesar de ya no ser paciente y tener una vida fuera, le juró volver cuando pudiera.

No lo cumplió.

Lexa la esperó día a día mirando su ventana, sabiendo que la reconocería porque su cabello era demasiado peculiar como para perderse entre las personas que paseaban en los terrenos del hospital. No durmió durante el día por una semana, pensando que, si lo hacía y ella regresaba, se lo perdería. Se sentía tan bien incluso si era aguardando por una visita que parecía no sucedería. Fue entonces cuando su corazón dio los primeros signos de falla casi total... Su mejoría fue una bonita idea de un esfuerzo que jamás debió haber hecho, no en ese momento, no por esa persona.

Alguna vez en esa espera tórpida habló de ello con su persona favorita en el hospital. Sil, aquella mujer de cabello rubio y sonrisa interminable. Aún era la época en la que aún no estaba tan enferma como para ser ingresada en el pabellón de los condenados ni su dieta tan rígida que Silvia tuviera que adaptar algunos platillos para alegrarle un poco sus estadías. Era el tiempo cuando aún permitían estar en habitación con más pacientes y pretender que estaba teniendo una niñez normal. El recuerdo que le dio fue sabio pero complicado de entender para la edad que tenía en ese entonces.

27 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora